Capítulo 30

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-POV Patricia-

Tres meses y medio.

Cuando desperté esa mañana pensé que quizá sería bueno contárselo a Oscar. ¿Qué mejor que una noticia tan bonita después de lo de Eduardo?

Al estar en cama sonreí como una tonta y di vueltas llena de alegría al pensar como reaccionaría Oscar. Imaginé abrazos, besos, lágrimas y preguntas sobre mi pequeña luz... digo, nuestra. Porque es tan mía como suya. Porque sin él yo no tendría en mi vientre a una personita que crece cada día un poquito más. Mi hijito... cuanto te quiero. Aún sin conocerte me llenas el alma.

O hijita, porque todavía es muy chiquita para saber qué es. Si una dulce princesa o un hermoso desastre de niño. Y no lo digo por ser mala. Simplemente sé por experiencia que los varones son más sucios que las delicadas, niñas.

La verdad eso no importa, sea sucio o no, delicada o no, castaño con rulos o castaño liso, de ojos verdes como Oscar o los marrones sencillos. Me importa muy poco. Solo quiero tenerlo o tenerla a mi lado y abrazarla/o hasta el cansancio.

Entonces me levanté con todo el ánimo que una madre puede tener cuando se trata de anunciar la llegada de un angelito, y me dirigí a la cocina para prepararle el almuerzo que tanto le gusta.

Esa mañana se había ido temprano a su casa para terminar de arreglar unos temas con el abogado de su padre. Para ver la herencia y eso. Así que planeaba esperarlo con los brazos abiertos, apapacharlo, hacer que coma y soltarle la noticia cuando le dé el postre.

Me puse manos a la obra. Comencé con la comida y terminé por el postre. Mis hermanos vinieron más de una vez a tratar de meterle dedo al cheesecake. Y yo, más de una vez, pegué chirlos en manos traviesas que querían destrozar mi hermoso postre. Mamá también se había ido temprano, así que estaba sola con los dos demonios.

Al parecer mañana le dan el alta a papá. Un alta que no se considera del todo "alta" porque seguía enfermo. Pero ya estaba de nuevo estable. Otra alegría más.

Papá no se tomó muy bien lo del embarazo. Se puso a llorar y decía que era muy chica para tener un bebé. Se preocupó mucho. Pero después gracias a la ayuda de mamá, hicimos que entre en razón y está muy feliz. Bastante.

Eso no le quita las ganas de castrar a Oscar. Pero bueno. Al menos no va a dejar a mi bebé sin padre.

Cuando ya estuvo listo. Le di plata a Leo y a Sandra para que fueran a comprar una gaseosa y con el vuelto que se compraran lo que quisieran. A penas salieron cerré la puerta con llave y los dejé afuera para que no se atrevan a tocar el postre mientras que yo me iba a bañar. Que se note mi maldad, se iban a quedar fuera de casa por mucho rato.

Fui a bañarme y cuando empecé a cambiarme empecé a sentir los gritos de Sandra para que los dejara entrar. Me demoré más solo para hacerles la contra. 15 minutos después les abrí y tuve que soportar los gritos furiosos de Sandra, solo de ella, porque a Leo le daba lo mismo.

Después de terminar de escuchar sermones, les pedí que pusieran la mesa y eso hicieron.

Mamá no iba a ir a comer a casa porque se quedaba con papá, así que nos sentamos y esperamos a Oscar que supuestamente llegaba a las 2 p.m. Ya había pasado media hora de la hora dicha.

―Patricia, ya me harté. Morfemos ―dijo Leo mirando la comida con carita de perrito triste.

―Ya va a llegar. Esperemos―contesté mirándolo de mala manera por su forma de hablar sin importarme que tan tierno se vea.

Entonces cuando Leo iba a reclamar algo, entró Oscar dando un portazo contra la pared que dejó a mi hermano con la palabra en la boca.

Oscar entró a zancadas directo a la habitación, tirando unos papeles en su camino. Me levanté sin pensarlo y lo seguí algo nerviosa.

―Eeeey, Chuchi. ¿Qué pasa?

Llegué hacia él y le agarré el hombro antes de que cruce la puerta de la habitación

―No me jodas más, Patricia―susurró entre dientes.

Quedé helada. ¿Qué pasaba?

―¿Por... por qué estás así?―Dejé caer mi mano y entré detrás de él.

El hombre con el que me había casado fue directo al guardarropas y empezó a sacar todas sus cosas. Las tiraba hacia la cama sin importarle nada. Empecé a tener miedo

―¡¿Oscar, qué haces?!

Él se dio vuelta peligrosamente y se acercó a mi de una forma tan... despectiva que algo dentro de mi se rompió más.

¿La ilusión quizá? ¿La poca esperanza? No lo sé.

―Estoy harto de esto. ¡Harto! Mi papá ya no está, no tenes porqué impresionar a nadie, ya no tenes a quién chuparle las medias para poder tener un mísero trabajo―escupió las palabras de forma hiriente, la peor que pude haber escuchado―. ¿¡Pero que habrás hecho!? ¿¡Hasta qué punto habrás llegado con mi papá esos días que se desaparecían juntos como para que te deje la mitad de la herencia!? ¡¿Eh?! ¡¿Qué hiciste?!

Estaba gritando... me gritaba y tenía miedo. Uno horrible. Y no porque me esté insinuando que era una puta. Tenía miedo de que me deje.

―¿Por qué pensas eso, Oscar? ―susurré con una voz que a duras penas me salía.

―¿Por qué? Decime vos por qué... ―Ahora susurraba igual que yo―. Y no te hagas la víctima. No pensé que llegaras tan bajo.

Entonces sin entender nada, Oscar no esperó respuestas y empezó a meter su ropa en una valija.

Las lágrimas se me caían.  ¿Cómo podía creer que yo estaba con Eduardo de esa forma? Él... él creía que me había acostado con su padre para que me dejara la mitad de la herencia y yo no sabía qué hacer. Tenía que decirle la verdad para que entienda.

La verdad era que esa herencia no era para mi, era para su nieto, porque sabía que Oscar iba a hacer algo en contra mío.

―Oscar... no entendes―me acerqué a él y juntando fuerzas me puse entre la valija y él.

―¿Qué no entiendo, Patricia? Es todo más que claro.

Sus ojos verdes querían asesinarme, lo sabía. Había mucho dolor en ellos. ¿Se sentía mal?

―Yo... estoy embarazada.

Entonces algo en sus ojos cambió, algo se suavizó y me miró distinto.

―No es mío―Sus ojos ya no miraban los míos, habían bajado a mi vientre―. ¿O sí?

―Sí... por favor, Oscar. Sos el único hombre en mi vida.

―El único―repitió como si no lo creyera y de repente toda esa ira acumulada se fue y una pena dolorosa lo consumió―. No... no podes estar embarazada.

―Pero lo estoy... vamos a ser papás, mi amor―Agarré su rostro entre mis manos y sonreí.

Él se alejó de repente y agarró su valija.

―No puedo hacerlo... no puedo.

Y salió corriendo como un niño pequeño que le temía a la realidad, dejándonos atrás.

Pero no lo iba a dejar ir tan fácilmente.

―¡¡¡OSCAR!!!

Más allá de los sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora