Capítulo 35

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-POV Patricia-

Mi vida había dado tantos giros en menos de un año que la verdad no sabía si era bueno o malo. No importaba, estaba feliz y me sentía plena con mi bebé a punto de nacer. Faltaban una o dos semanas para el parto, una semana más decía el médico, aunque yo estaba para parir en ese momento.

Me había mudado a casa de Dave por un tiempo para estar más rato juntos, porque papá había vuelto a casa y sentí la necesidad de darles y darnos intimidad. Ambos la necesitabamos. Otra cosa era que ellos se habían ido de viaje a Córdoba una semana y yo me había quedado sola en casa entonces decidí irme oficialmente con Dave. Iban a volver dos días antes del parto así que... todo genial.

Había cumplido 20 años hacía poco y ya no me sentía una niña, ya no totalmente. A parte, ¿cómo hacerlo si tenía un hombre a mi lado que hacía que me sienta como una reina? Las reinas eran mujeres hermosas y de clase, yo no era ni hermosa ni de clase sin embargo él hacía que lo crea. Era una reina con una princesa en camino y el rey más amable del mundo.

Era feliz. Todo iba bien...

Pero a veces el ser tan feliz te traía miedos, inseguridades. Terror de que un día acaben los momentos de color de rosa y que una nube espesa llena de imperfecciones se pose sobre nosotros y arruine todo lo que se había construido alrededor.

Lamentablemente el querer que no pase no significaba que no iba a pasar. La nube llegó en forma de un mensaje maldito con una noticia que destruyó nuestro castillo de hadas...

Estábamos jugando con Dave esa mañana. Él me perseguía por la casa tratando de robar un poco de la crema de frutillas que tenía en manos con la excusa de que quería un beso de mis labios y yo caminaba sin rumbo esquivando esas manos juguetonas que querían quitarme el bowl.

―Solo uno, Patri. Uno y me voy a trabajar―decía mientras caminaba detrás de mi.

― N-O ¡no!―me di la vuelta y lo apunte con la cuchara como si fuese algo que de verdad hiciera daño. Aunque no le haría daño nunca―. Es mío y de Martita.

Él levantó la ceja y sonrió.

―Pero si yo quiero un beso de despedida, no esa crema... que parece tan rica y...

―¡No! ¡No! ¿Ves que no queres el beso y solo lo haces para acercarte a robar esto?―ahora señalé el bowl con la cuchara y sonrió otra vez.

―Te juro que no... ―se acercó a mí peligrosamente y me tomó de la cintura mientras que alejaba la crema de él lo más que podía―. Para que veas te doy el beso y me voy...

Levanté la cabeza para mirar esos ojos que brillaban para mi con un amor inexplicable y sonreí. Él tomó mi cara con ambas manos y acercó sus labios a los míos para posarlos ahí y besarme dulcemente como solo él sabía hacer.

―Prometeme que te vas a cuidar mientras esté en el trabajo, mi cielo―susurró sobre mis labios sin despegar sus manos de mi cara.

―Sabes que sí, tonto―besé su mejilla―. Igual no te preocupes que viene Alicia a hacerme compañía.

Ali era una amiga que había conocido después de hablar con Oscar esa tarde del divorcio. Había seguido caminando y de la nada terminé sentada en un café con ella de compañía. Era una amiga intachable, era de esas con las que haces click y no hace falta el tiempo para considerarla una de las mejores. Desde entonces venía a tomar mates a casa y me acompañaba a los controles de Marta.

David me besó ambas mejillas y me sonrió

―Ojo eh... ―entonces su teléfono sonó―. La alarma... ―sacó su celular y no. Era un mensaje―. Que raro, número desconocido.

No le presté mucha atención mientras él abría su mensaje porque había vuelto a mi crema. Pero cuando algo impactó en el suelo me giré a verlo y su rostro reflejaba terror.

―¿Qué pasa, cariño? ―traté de acercarme a él, pero antes de poder tocar su mejilla para tranquilizarlo, él salió corriendo de casa como alma que lleva el diablo.

―¡Quedate en casa! ―giró a verme desde la vereda. Yo seguía adentro confundida por lo que pasaba, ni siquiera me había acercado a la puerta―. ¡DIOS, NO! ―gritó pateando el auto y volvió a entrar a casa corriendo para sacar las llaves e irse.

¿Qué estaba pasando?

David se había ido a una velocidad que me daba pánico por el miedo de que le suceda algo en el camino. Dejé el bowl en la mesa ratona y al hacerlo vi el celular de David tirado en el suelo con un mensaje abierto en él,  definitivamente el culpable de ese comportamiento. Lo tomé en mis manos y lo que leí me encogió el corazón.

"De: número desconocido

Buenos días. Al no habernos podido comunicar con usted mediante el número de teléfono fijo, le dejamos este mensaje. Lamentamos informarle la defunción de su hermana, como sabía no se encontraba bien de salud y esta mañana a las 9:26 a.m. nos dejó. Sepa usted que el personal médico ha estado a su lado durante el momento difícil. Por favor, comuníquese con nosotros. Saludos cordiales.

Dra. Anastasia Di Stefano."

Apreté el celular entre mis manos y miré la puerta. Debía estar con David.

Salí corriendo sin pensarlo, bajé las escaleras que daban al patio, cerré la puerta y comencé a correr para poder tomar un taxi.

Corría pensando en esa pobre niña que había sido tan buena en toda su corta vida, era el ángel de David y una de mis mejores amigas y ahora ya no estaba, el cáncer se la había llevado cortándole las alas a un pequeño pajarito que no había podido volar.

Las lágrimas habían nublado mi vista y trataba de sacarlas a manotazos pero no era suficiente. Caí por no haber podido ver una piedra en mi camino y solté un grito al darme cuenta que nos había lastimado.

Mis piernas se mojaron de repente y supe que había roto bolsa. Me senté alarmada agarrando mi vientre y vi sangre que no supe en el momento de donde salía.

Oh, por favor, hija. Que mal momento elegiste para llegar.

―¡¿Patri?! ―escuché a lo lejos y al saber que alguien iba a ayudarme quise cerrar los ojos―. No te preocupes, linda, que ya viene la ambulancia.

Alicia me agarró la cabeza y me la puso sobre su falda mientras veía mi vientre sangrante con alarma.

La ambulancia tardó 15 minutos en llegar y los paramédicos empezaron a hacer preguntas que no sabia contestar. Me subieron a la camilla y al escuchar que iban a hacerme una cesárea de emergencia me desmaye.

No pude soportar saber que iban a sacar a mi bebita de su castillo por mi culpa. Por inconsciente.

Más allá de los sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora