Caminé hasta que mis piernas ardieron y me encontré rodeada de gente que no conocía.
Llegué al centro sin darme cuenta y ahora yacía en plena avenida Bolívar rodeada del transporte público y gente sudorosa que caminaba de un lado a otro a plena mañana de trabajo más el típico ruido, humo y decadencia de un gobierno criminal.
Caminé un poco más y me senté en un banco. Mis manos no temblaban tanto, pero aún mi estómago seguía en guerra con lo que había oído. Estaba sudando ya sea por la caminata frustrada o por saber que volvería.
Pensé por última vez lo que había planeado días después de aquello... Era lo de que debía hacer, por mi bien, por el bien de mi madre, era necesario.
Con dolor muscular comencé a caminar de nuevo para tomar un autobús... Esporádicamente sentía secuelas de dolor en mis caderas. Comencé a temblar de nuevo.
Tomé el autobús y tan siquiera me importó guardar mi caro teléfono en el bolso, solo quería sentarme y hundirme en el repiqueteo del vehículo sintiendo como esos pequeños hilos de vida se me descocían del rostro con la brisa.
Mi cabeza iba apoyada del vidrio y poco a poco unas lágrimas comenzaron a irritarme la garganta. Me sequé los ojos con el cuello de la camisa y me apreté el estómago cuando sentí un retorcijón de nuevo.
Apenas sabía de él y todo esto me atacaba de la nada. ¿Cómo iba a hacer cuando tuviera que mirarle de frente dentro de unas horas? Enterré mis uñas en la carne de mis piernas hasta que sentí dolor.
Una señora me veía con desdén desde el puesto contiguo después del pasillo que nos dividía. Le miré y adiviné por el maltrato de su piel que también había llevado golpes duros en su vida... Me vi tan blanda y vacía que me dio pena sentirme así.
Ella debió haber crecido en un ambiente terrible, lleno de drogas y violencia, como la mitad de la gente de este país. Ella seguro había sufrido muchísimo más de lo que yo y aún tenía alegría en sus ojos mientras sujetaba a su nieta por la mano llena de baba.
Él no debía vencerme.
Me bajé en la próxima parada y me compré una galleta enorme mientras pensaba en qué hacer. No podía pedirle a alguna de las niñas que conocía que me dejaran dormir en sus casas... Tampoco llamaría a mis antiguas "amigas".
Sopesé la situación. Apenas era lunes y su visita sería bastante efímera... Podía resistir.
Me armé de paciencia e hice acopio del pequeño depósito de fuerza que tenía y pedí un taxi. Esa era mi casa, tenía derechos sobre ella.
Cuando llegué, subí rápido a mi habitación, casi corriendo. Tomé una muda de ropa y me armé para salir. Metí una sábana y una almohada pequeña en un bolso y me lo guindé al hombro. Escondí mis dibujos y bloqueé mi computadora. Cerré el clóset con llave y metí todo lo que se me ocurrió en ese momento adentro.
Le inventaría cualquier excusa a mi mamá, yo hoy no dormiría en mi casa hasta que hallara la fuerza suficiente para no contarlo todo.
Me senté en el parque viendo a la laguna tranquila.
Me imaginé con la espalda tocando el fondo mohoso de esa masa de agua y ni asco me dio. Allí nadie me encontraría nunca.
Eran las cuatro de la tarde mientras lanzaba piedras tratando de hacerlas rebotar varias veces pero simplemente se hundían.
Estaba fugitiva de mi casa, aunque nadie me estaba buscando... Patético.
Léo:
"Debes curvear más la muñeca, Tenzyn." ¿Siempre me hablaba cuando estaba de espalda, acaso?

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No.
RomanceUn evento terrible. Sangre, dolor, lágrimas. Tenzyn camina sobre vidrios rotos. Quiere olvidar y olvidarse. Hundida en las consecuencias de aquel incidente, la salida parece más distante e imposible cada día. ¿Volverá a ser normal? Convencida de que...