29. Detectives y sospechosos

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Han pasado dos meses desde la crisis-psicótica-ataque-post-traumático de fin de año. La duda aún sigue en mi cabeza... aquellas pastillas, el dolor, Aaron. No puedo confirmar nada, pero me parece que es una parte de mi cerebro que no lo quiere aceptar.

Estamos a finales de febrero, todo brilla y la gente vuelve a su estado natural, ahora llueve menos... la temperatura es estable y cálida, yo siempre llevo suéter por las marcas que se reniegan a desaparecer.

Me doy un aplauso interno, de alguna manera no he reprobado todos los exámenes que me han aplicado en el colegio y eso me alimenta un poco el ego inexistente; creo que soy buena estudiando.

Cuando termino de comer mi helado, pacientemente, decido que es hora de regresar a casa ya que supuestamente salí de clases. No es que me haya perdido todas las clases, no soy tan estúpida... pero decidí darme un respiro al menos dos veces por semana de ese pequeño infierno. Hoy es viernes y me tocaba un helado sabor a fresa natural.

Tomo un taxi y llego a mi casa reuniendo fuerzas suficientes para lucir normal ante mi mamá y Julio, arreglo mi uniforme y entro a la casa con tranquilidad.

Después de pasar el recibidor y la sala me encuentro en la cocina. No puedo creer el cuadro pintado frente a mis ojos: está mi mamá preparando algo  y Léo está sentado en uno de los bancos del desayunador hablando con ella muy elocuente. Quise golpearle, ¿Qué había estado diciendo?

Abro los ojos como platos y él sonríe, victorioso, ¿Qué está celebrando?

Yo:

"¿Qué estás haciendo aquí?"

Amelia:

"Quiere que le preste azúcar a su mamá, querida, está de pasada."

Yo alcé una ceja y él pestañeó dos veces.

Yo:

"Puedes comprar azúcar en cualquier lugar, Léo." Mi mamá entonces se voltea y me mira feo, casi queriendo matarme.

Amelia:

"¡Génova por favor! Dios mío, de verdad que no sé en donde dejaste los modales que te enseñé."

Léo:

"No se preocupe, ya me he acostumbrado a ella... Le estaba diciendo a tu mamá sobre mi cumpleaños. Vamos a hacer una fiesta."

Yo:

"Tu cumpleaños... claro, debes ser la única persona que cumple años dos veces al año"

Él sabía que yo estuvimos juntos en su cumpleaños, ese día la pasamos sentados frente a la laguna armando un rompecabezas. ¿Qué se traía?

Léo:

"No sé de qué hablas." Y le sonrió a mi mamá con un gesto.

Le dio las gracias y yo lo perseguí hasta la puerta, después hasta el jardín y luego me adentré a su casa aparentemente vacía.

Yo:

"¿Qué le estabas diciendo?"

Léo:

"Nada... solo quería saber si te venías a tu casa cada vez que te escapas del colegio, solo eso."

Yo:

"Eso no es problema tuyo, Léo. Si yo me escapo es problema mío."

Léo:

"Es que realmente no me importa que te escapes... es a dónde vas."  Yo trago saliva y lo sigo a su cocina, él bota la azúcar en la papelera y me sonríe. Yo le pongo los ojos en blanco. "Tu mamá me ha contado sobre tu familia, sobre Caripe... de verdad que le gusta hablar ¿eh?"

Yo:

"De... de mi... ¿familia? ¿Qué te dijo?"

Léo:

"No mucho." Sentí su voz tensarse, podía reconocer ese tono de detective suyo que tanto me gustaba pero que ahora me desmentía. Yo nunca pude, puedo o podré mentirle a este ser. "Me habló de tu papá que vive en Canadá desde que se divorciaron, que es un buen hombre y que se casó de nuevo..."

Yo:

"Su mujer está embarazada." Dije sin relevancia arrinconándome entre la cocina y el lavaplatos.

Léo:

"Sí... me contó sobre Julio y su trabajo en PDVSA. Les va bien a ustedes, ¿no?" Yo asiento. Él se acerca cuidadosamente. "Me habló de tu hermanastro."

¿Por qué había dejado este personaje para el final? ¿Cómo podía intuir que era algo con respecto a él? Mis ojos se llenaron de lágrimas y miré al piso con miedo de lo que iba a decirme, cuando percibí que estaba cerca, volteé la cara.

Sé que lo sabe, sé que va a decírmelo.

Léo:

"Que tiene veintidós, que estudia medicina y que es muy bien parecido. Me dijo que le llueven las novias y que siempre te ha tratado como una hermanita menor."

Una solitaria lágrima rodó por mi mejilla mientras mi barbilla temblaba. Era como si aquellas palabras chocaran contra mi piel, destruyéndola.

Léo, el detective, el nuevo Sherlock Holmes:

"Pero no es así... ¿o me equivoco?"

Yo:

"¿Cómo lo sabes?"

Léo:

"Cuando lo viste allá en la laguna, Dios, Génova, nunca había visto tanto miedo en tus ojos y créeme que me he acostumbrado a ver el miedo por allí, vagando en tu comportamiento. Pero aquello era pánico, opresión, agresividad. Luego uní puntos, no es tan difícil."

Yo comencé a llorar, esta vez como si no hubiese un mañana, como tenía tiempo que no lo hacía, sin reprimir tan siquiera una sola lágrima. NUNCA le mentí a León Simosa, JAMÁS.

Él me veía desmoronarme frente a sus ojos, sus facciones habían cambiado, era como si mi sufrimiento se sintiese como suyo. Dudaba en abrazarme, él sabía que lo último que quería en el planeta era ser tocada.

Pero  mi cuerpo, como si  funcionara separado de mi mente, se lanzó a su cuello y entonces me sostuvo con fuerza una vez más, ahogándose en mi cabello, dejando que yo sollozara en su pecho sin esfuerzo.

Su suéter azul de poliéster absorbió todas las lágrimas pero igual sentía su calor contra mí, un calor familiar y cómodo que me hizo calmarme poco a poco.

Se me había olvidado cómo se sentía estar segura. 

No.Where stories live. Discover now