CAPITULO 11

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La cabeza me da vueltas y no consigo abrir los ojos, ya que siento los parpados como si de piedras se tratasen, además mi respiración es demasiado pesada. El frío del duro suelo de cemento de la calle me cala todos y cada uno de los huesos de mi cuerpo. Lo último que recuerdo es estar en la discoteca con Daniel a mi lado y que, de repente, mis piernas empezaron a flaquear y a temblar.

Consigo abrir los ojos y veo que me encuentro aún entre los brazos de la noche, por lo que deduzco que no han pasado demasiadas horas desde que me caido en redondo al suelo. Escucho un ruido y me intento incorporar, aunque sin mucho éxito, ya que las piernas aún no me responden.

- ¿Daniel? – digo en apenas un susurro.

- No, pijita. – dice una voz que conocía muy bien

Veo que estamos en una de las calles del polígono, lo que hace que sienta puro miedo. No por Adam, a él no le temo en absoluto sino porque, una vez más imágenes de mi pasado vuelven mi mente y empiezo a hiperventilar de manera exagerada. ¿Qué me había pasado? ¿dónde estaba Daniel? ¿por qué estaba sola con Adam? La cabeza no para de darme vueltas intentando encontrar una explicación razonable mi situación. Levanto la cabeza y los ojos azules de Adam me fulminan mientras intento encontrar respuestas.

- ¿Qué me has hecho? – Digo, sospechando que si estaba con él y no con Daniel era porque aquel miserable tenía algo que ver.

- ¿Qué? ¿Qué que te he hecho? – dice con un ápice de dolor en el rostro ante mi acusación.

- Sí. Me he desmayado en la discoteca y Daniel...

- Tu querido príncipe azul se ha largado y te ha dejado tirada mientras te retorcías en el suelo. – Me dice interrumpiéndome a media frase.

Era imposible que Daniel hubiese hecho eso. Daniel la quería y había estado en peores ocasiones, no iba a echar a correr porque se hubiese desmayado. Ni de coña iba a creer lo que Adam me dijese.

- Mientes – le digo fulminándolo con la mirada.

Adam se da la vuelta y echa a andar con clara intención de dejarme allí sola en medio de la nada, sin saber cómo volver y sin dinero, ya que Daniel llevaba mi cartera en uno de los bolsillos de su pantalón.

- No te vayas, Adam. – susurro asustada al ver cómo se aleja y me deja allí - Por favor – le suplico al ver que sigue andando sin ni siquiera girarse. Joder, sé que doy pena suplicándole al que posiblemente tenga algo que ver con el hecho de que esté tirada en el suelo de un polígono pero es que realmente no tengo manera de volver si aquel imbécil no me ayuda.

Parece que mi suplica le hace reaccionar y se gira sobre sí mismo para mirarme. Sus cristalinos ojos azules recorren todo mi cuerpo de arriba abajo mientras yo continúo sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared.

- ¿Qué no me vaya? Primero me acusas de ser el culpable de que estés tirada en la calle y ahora me suplicas porque me quede. Realmente estás mal de la cabeza – dice con el rostro crispado por el enfado.

No entiendo nada de lo que estaba ocurriendo. Me había desmayado por alguna extraña razón, aunque sospechaba que esa razón confirmaba lo que me había avisado Sara esa misma noche: me habían drogado. En cuanto esos pensamientos irrumpen mi mente, siento unos temblores a lo largo de mi espina dorsal al completo. Tampoco comprendo cómo Daniel me ha dejado aquí sola. Tiene que haber una explicación para todo esto y necesito encontrarla antes de volverme loca.

Adam se acerca y se agacha a mi lado, limpiándome las lágrimas que habían empezado a rodar por mis mejillas.

- Deja de llorar – Me ordena sin tacto ninguno.- Se te cae el rímel y pareces un mapache – se mofa de mí. Este tío no sabe como tratar a una persona en mitad de una crisis. Me corrijo, no sabe como tratar con las personas, es un puñetero insensible.

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