CAPITULO 24

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Cuando llego a la puerta, veo a Adam de pie junto a la puerta del copiloto de su flamante Audi R8. Como ya es costumbre, va vestido de color negro desde la cabeza hasta los pies, haciendo que el único punto de color de su atuendo lo proporcionen sus cristalinos ojos azules. Madre del amor hermoso, es todo un regalo a la vista.

- Estás preciosa, nena – me dice mientras me da un pequeño beso en los labios. Es a penas un roce, pero hace que me sienta completamente viva.

- Tú no estás tampoco nada mal – le susurro tan cerca que puedo inhalar su aroma.

Mientras sonríe, me abre la puerta del coche para que pueda entrar. Me siento y, en cuanto él hace lo mismo, me inunda una sensación de calidez.

- ¿A dónde vamos a ir a cenar? – le pregunto ansiosa y con una gran sonrisa

- Es una sorpresa, pijita – dice usando el mote que antes tanto me sacaba de quicio.

Le subo la música a la radio y disfruto de la dulce voz de Adele inundando el coche. Cierro los ojos y canturreo mientras Adam sigue conduciendo.

- Me encanta tu voz – dice mirándome de reojo para no salirse de la carretera.

- Gracias, mi padre siempre me decía que tenía voz de campanita – le digo recordando cómo me sentaba en su regazo y cantaba canciones sin parar sólo por ver como sonreía.

- Tienes voz de ángel, aunque parezca ironía dada la situación – me dice mientras suelta una carcajada, de la que me contagio en cuanto sale de su boca.

Cuando llevamos unos treinta minutos conduciendo, Adam aparca el coche en un solar abandonado en el que no hay nada.

- Esto... Adam, ¿no íbamos a cenar? – le digo extrañada.

Como respuesta, Adam se baja del coche y le da la vuelta para acercarse a mi puerta y la abre. Me bajo y me aliso el vestido para quitarle las arrugas que se han formado en la tela durante el trayecto.

- Y eso vamos a hacer, nena – dice mientras me pasa una cinta de color por mis ojos, dejándome completamente ciega – Ten cuidado con tus dos pies izquierdos, anda – dice tendiéndome la mano para guiarme.

- Me voy a caer de culo – le digo mientras tropiezo con algo.

- Ya me encargo yo de que no. Tu confía en mí – me dice soltándome la mano y pasándome la mano por la cintura para así sujetarme de manera más firme. Sentirlo tan cerca hace que, una vez más, dispare los latidos de mi corazón

Tras andar menos de cinco minutos, siento que mis pies tocan algo que parece ser arena, algo que confirmo cuando empiezo a escuchar las olas rompiendo en la orilla y huelo el increíble olor a mar.

- ¿Me has traído a la playa? – intuyo mientras sonrío. Adoro el mar, siempre lo he hecho y siempre lo haré. Cuando entro en el mar me siento en completo contacto con la naturaleza, algo que me encanta y que a la vez me tranquiliza enormemente. Cuando era pequeña, mi madre siempre se enfadaba conmigo porque nunca quería salir del agua, ya que nadar me da libertad. En Madrid siempre he estado apuntada a natación, pero no es lo mismo ni por asomo.

- Chica lista – me dice mientras me da un beso en mi hombro descubierto que hace que se me ponga la piel de gallina.

Despacio, Adam suelta mi cintura y se coloca justo detrás de mí, consiguiendo que una maraña de nervios se asiente en la boca de mi estómago. Noto como sus manos juegan con el nudo de la cinta que tengo anudada sobre mis ojos hasta que consigue hacerla caer. Abro los ojos ensimismada por lo que veo: Adam me ha traído hasta una zona de playa en la que estamos completamente solos y ha colocado sobre la arena una manta de color blanco. Alrededor de la manta, hay pequeñas velas que dan un poco de iluminación y, sobre ella, hay platos pequeños con pizzas, hamburguesas, sándwiches, patatas fritas y ensalada.

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