CAPITULO 13

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Los días pasan y pasan y el dolor que hay en mi pecho no se va. Llevo, literalmente, una semana encerrada en mi cuarto y lo más lejos que he estado de salir han sido dos ocasiones en las que el hambre me pudo y pedí comida a domicilio, ya que no tenía ni fuerzas para vestirme y bajar al comedor. Incluso había faltado a clase toda esa semana, algo completamente impropio de mí, que no faltaba a una clase desde que en quinto de primaria contraje la varicela y tuve que estar aislada dos semanas completas.

Mi pelo estaba enredado, ya que llevaba sin lavarlo ni peinarlo toda la semana. Me daba asco a mi misma, ya que desprendía un olor nada agradable para el olfato humano. Para cualquier ser con la capacidad de oler más bien.

Esa semana de de clausura me la había pasado casi al completo viendo series o películas de desamor y comiendo helado de chocolate. Mi estampa es la típica de las comedias románticas americanas que tanto me gustan.

El miserable de Daniel no había sido capaz de hacerme ni una maldita llamada para saber si, al menos, estoy viva después de que me dejase tirada entre miles de personas en una discoteca en medio de la nada. Sino llega a ser por Adam, no se que habría sido de mí aquella noche.

Adam. Otro al que no he visto desde aquel día, algo que no era de extrañar, ya que Rocío sólo había aparecido un par de veces por el piso para cambiarse de ropa pero, cuando le ha tocado la puerta de mi habitación para hablar he hecho como la que no estaba. No tenía gaanas de dirigirle la palabra después de que tampoco fuese capaz de ayudarme. Sé que nos conocemos de poco tiempo pero, si la situación hubiese sido al contrario habría tenido mi ayuda sin duda alguna.

Mi madre no ha parado de llamarme durante toda la semana, por lo que hoy tampoco es una excepción. Yo por mi parte decido no contestar y me limito a escribirle un mensaje para que sepa que estoy bien y que no es necesario que coja el próximo tren para que venga a rescatarme. Aún no he sido capaz de decirle a mi madre lo ocurrido con Daniel. Relatarlo y decirlo en voz alta lo hace más real, más de lo que ya lo es si es posible.

El séptimo día de encierro, tomo una decisión. No pienso derramar ni una lágrima más por aquel impresentable. Me ha dolido como la mayor traición del mundo que me haya dejado y más aún que lo haya hecho de la manera en la que lo ha hecho pero, por eso mismo, no se merece ni que una lágrima más que salga por mis ojos lleve su nombre.

Mañana iré a clase y pienso continuar mi vida con total normalidad, tanto como pueda.

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