CAPITULO 10

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- Como me alegro de que os hayáis animado a venir – me grita Rocío para que la escuche por encima de aquel estruendo mientras me abraza.

- Sí, una gran alegría – dice Adam con ironía mientras pone los ojos en blanco, algo que no le pega en absoluto.

Joder que bueno que está y eso que va vestido con una simple camiseta negra de manga corta, unos pantalones negros y una chaqueta de cuero del mismo color que el resto del atuendo, todo lo contrario a Daniel, que va con una camisa perfectamente planchada y abotonada de color azul claro y con unas disimuladas rayas de color blanco.

No me lo puedo creer, otra vez los estoy comparando. Tengo que parar de hacer esto de una maldita vez o me voy a volver loca. Aunque creo que ya es tarde para eso.

- Adam, este es Daniel, mi novio. – Le digo a Adam, al darme cuenta de que él ni se ha percatado de su presencia.

- Un placer – dice mientras se tensa en exceso – No sé cómo cojones la aguantas.

Y una vez más, ahí estaba el Adam gilipollas apuntándose un tanto en mi contra. Daniel, más inteligente que Adam, no entra al trapo y decide no contestar a su ofenda. Sin embargo, ambos chicos están llevando a cabo una lucha de miradas que hace que se me seque la boca y que ese escalofrío tan desagradable que había estado recorriendo el resto del día me vuelva a recorrer cada célula de mi cuerpo.

Tanto Daniel como Adam están completamente rígidos mientras se miran con un gran odio. Yo no estaba entendiendo nada en absoluto de lo que ocurre. Supongo que a Daniel no le caía bien Adam por el comentario que acababa de soltar y por las cosas que yo le había ido contando sobre él durante estos últimos días pero para nada entiendo la reacción que está teniendo Adam. Parecía... celoso. Pero eso no podría ser ni en un millón de años.

- Vamos, machitos, entremos – interrumpe Rocío aquel momento tan incómodo para mí y, parece ser que para ella.

Nos ponemos en la cola de la discoteca y cuando llega mi turno, le doy mi carné falso al segurata enchaquetado de la puerta junto con mi entrada. El hombre me mira de arriba abajo, lo que hace que mire al suelo de manera incómoda pero, segundos después, me deja pasar.

Daniel me coge de la mano para no perderme de vista entre la multitud de jóvenes borrachos que se restriegan unos con otros sin parar mientras la música suena por los altavoces que rodean toda la enorme sala. De repente, sudores fríos empiezan a cubrir todo mi cuerpo y me empieza costar horrores que el aire entre y salga con normalidad de mis pulmones.

- Paula, tranquila, estoy aquí – me dice para tranquilizarme, al notar que algo no va bien. Como respuesta, le ofrezco una simple sonrisa que no puede ser más falsa. Lo último que me apetece es estar sonriendo como una boba cuando en realidad quiero gritar y salir corriendo de aquel espantoso lugar al que me había dejado arrastrar.

La discoteca es grande pero nada tenía que ver con las de Madrid. En la primera planta, hay varios reservados a los lados y la barra para pedir está situada al final del todo, cerca de donde se encuentran los baños. Nosotros nos dirigimos a las escaleras que suben a la segunda planta. Allí un tipo nos pone unas pulseras de color amarillo que ponían VIP. Parece ser que Rocío tiene contactos.

Una vez arriba, Rocío nos dirige al final de la sala donde se encontraban sus amigos. Tras presentárnoslos, Daniel me trae una bebida, sin alcohol, por supuesto, ya que no bebo nada desde hace tiempo, al contrario de todos los que nos rodean, incluyendo a Adam, que sostiene su vaso mientras me mira en la distancia, vigilándome.

Daniel y yo estuvimos solos bailando casi toda noche, pues Rocío estaba sentada en el regazo de uno de sus "amigos" y Adam apenas se relacionaba con nadie. Esta estampa me sorprendió bastante, ya que me la imaginaba completamente al contrario. Pensaba que sería Adam quien estaría por ahí intentando tirarse a alguna pobre chica que cayese en sus redes y que sería la pobre de Rocío quien estaría sola en una esquina del reservado intentando no llorar por el gilipollas de su novio. En fin, una vez más, no todos los rumores son ciertos. Pensaba contarle esto a Sara para que me dijese de una maldita vez porque odia tanto a aquellos dos.

- ¿Qué ocurre, pequeña? – me susurra Daniel al oído.- Te noto distraída.

- No, nada, sólo que estoy cansada. – le respondo sonriendo.

- Cuando quieras nos vamos – me dice mientras me agarra de la cintura.

Pienso en un momento en la posibilidad de irme pero ver cómo Adam me mira desde la distancia hace que me quiera quedar un rato más allí. Una vez más, yo misma me doy cuenta de lo desequilibrada mental que parezco.

- No tranquilo, estoy bien – le digo sin darle muchas más vueltas al asunto.

Daniel me sonríe y me coge de las caderas y me acerca más y más él hasta que sus labios encuentran los míos. Le beso con ganas buscando el calor que antes me producía sentir el contacto con su piel, pero una vez más no obtuve éxito en mi búsqueda, algo que me produjo una sensación de vacío en el pecho.

Cuando me separo de Daniel, veo como a lo lejos Adam se aleja de nosotros y tira el vaso que lleva en la mano sobre la barra, lo que hizo que se rompiese en añicos. El camarero le grita pero al ver la mirada asesina que le echa Adam, decide que es mejor limpiar el destrozo y continuar sirviendo copas sin meterse en problemas.

Me debato entre seguirlo o no, por la mera curiosidad de saber qué había hecho que saliese corriendo de esa manera pero, finalmente, me decanto por quedarme en los brazos de Daniel bailando. Que le jodan a Adam y a su mal humor.

Las horas pasaron y Adam seguía sin aparecer por lo que supuse que se había marchado a casa. Me enfado conmigo misma por seguir pensando en ese gilipollas. Rocío, por su lado, seguía acaramelada con aquellos chicos en la esquina del sofá del reservado. Daniel y yo decidimos sentarnos un rato en la barra para reponer nuestras bebidas y luego seguimos bailando.

Al final, me estoy alegrando de haber venido a la fiesta ya que me lo estoy pasando muy bien don Daniel. Hasta que alrededor de las cinco de la mañana, empiezo a tener una extraña sensación de asfixia. Siento como el aire sale de mis pulmones pero no entra.

- ¿qué te ocurre, Paula? – le pregunta Daniel con clara preocupación en el rostro

Intento hablar, pero no puedo. Siento como los párpados me pesan cada vez más y cómo las piernas pasan a ser de pura gelatina. Lo último que veo antes de desmayarme, fueron los ojos verdes de Daniel.

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