CAPITULO 14

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Cuando el lunes abro los ojos a las ocho de la mañana y me levanto de la cama, siento cada músculo de mi cuerpo agarrotado. Normal, si es que llevo una semana enterita sin apenas moverme. Joder, parezco Bella Swan cuando Edward la dejó tirada en Luna Nueva, aunque cuando me miro al espejo y veo que las pintas que llevo me doy cuenta de que me parezco más a un zombi recién salidito del cementerio. Tengo unas ojeras de color púrpura que marcan toda la parte inferior de los ojos y, si normalmente mi piel tiene color leche, tras una semana encerrada sin que me del sol como si de un vampiro protagonista de Cazadores de Sombras me tratase, parezco que me he dado un bañito de lejía.

Me doy una ducha que me sabe a gloria bendita. Me echo un poco de base y de corrector para intentar arreglar este desastre que llevo por cara pero no obtengo mucho resultado, asique acabo dejándolo por imposible. Me pongo unos vaqueros negros y una blusa de color rosa. Cuando me miro al espejo, sonrío y me prometo a mí misma que Daniel se acabó.

No tengo hambre, por lo que decido que no bajo al comedor a desayunar y que me tomaré un café en la cafetería de la facultad.

-          ¡Adicta a la cafeína! – escucho de lejos. Cuando me giro, veo que es el chico que me dio su café el día que la máquina se puso graciosa y decidió darme sólo el azúcar en un vasito.

-          Hola, Kevin – le digo mientras le ofrezco una vaga sonrisa

-          ¿Qué haces por aquí? – me dice sonriente

-          Eso te lo tendría que preguntar yo. Yo estudio primero de medicina – le digo mientras cojo el café que me ofrece el camarero.

-          Yo estoy en tercero, novatilla – me dice mientras se ríe haciendo que se le marquen unos pequeños hoyuelos.

-          ¡Vaya! Que lejano veo yo eso – le digo mientras me muerdo el labio inferior. Sólo de pensar en todo lo que me ha pasado en mis dos primeras semanas de universitaria me da ansiedad. Espero que el ritmo de emociones vaya bajando un poco.

-          El tiempo pasa volando. Ya verás que en nada estás liada con el MIR.

-          Baja el ritmo, que antes tengo que conseguir aprobar anatomía – le digo mientras ambos salimos de la cafetería café en mano.

-          Yo te puedo ayudar con anatomía.

Me paro en seco y lo miro de arriba abajo.

-          Con la asignatura, claro está. No quería decir... ya me entiendes – intenta explicarse nervioso mientras se le suben los colores.

-          Si, claro. Si te necesito te llamaré, Kevin – le digo sintiéndome completamente tonta. Como había podido pensar que un chico tan amable como él iba a soltarme algo así. Realmente tengo un problema.

Tras esta extraña confusión, nos despedimos y cada uno va hacia su clase. Las horas se me hacen eternas y no hago nada más que pensar en el maldito Daniel. Sigo dándole vueltas al por qué me ha hecho esto, irse y dejarme sin explicación alguna. Pero mis quebraderos de cabeza son sustituidos por algo peor, ya que cuando salgo, veo que Adam está apoyado en la pared de enfrente mirando distraído su móvil.

Para no variar, va completamente vestido de negro. Es innegable que el tío no puede ser más guapo y las miradas que le echan todas mis compañeras de facultad lo demuestran claramente. Malditas zorras, pienso y me entra una punzada de celos en el pecho que no me gusta nada.

Me debato entre seguir andando y hacer como que no le he visto o acercarme y saludarlo. Sin embargo, no soy lo bastante rápida en tomar una decisión, ya que justo en ese momento Adam levanta la cabeza y nuestras miradas se cruzan y, para no perder las buenas costumbres, sus ojos me hacen un escáner que me hace sentir desnuda a pesar de las capas de ropa que cubren mi cuerpo. Y ahí está, en menos de dos segundos lo tengo pegado a los talones. Vaya mi primer día después de mi encierro no puede ir mejor, pienso con ironía.

-          Vaya, pensaba que no te habrías quitado mi chaqueta desde que te la dejé, nena – me dice mientras mira mi atuendo.

-          Claro, Adam, he dormido con ella cada noche pero hoy ya tocaba que la lavase – le digo mientras echo a andar.

Si el supiese la verdad que esconden mis palabras... Es cierto que he dormido cada noche abrazada a su chaqueta por el simple hecho de que cuando su olor empapaba mis fosas nasales me sentía tranquila y, por un momento, dejaba de pensar en el hecho de que Daniel me había abandonado sin ni siquiera intentar dar una explicación. Actuaba como un bálsamo curativo para mis heridas. Me doy cuenta del hervor tan grande que me falta. Como un simple olor me va a ayudar. Tengo que sacar cita para el psicólogo.

Adam me sigue mientras salgo de la facultad.

-          ¿Qué quieres Adam? – le digo al ver que no habla.

-          He venido a ver cómo estabas. Hace una semana que no sales de tu habitación. Incluso te he tocado a la puerta un par de veces pero ni me has contestado – me dice cuando de repente me paro. Un momento ¿Ha dicho que había venido a verme? Creía que las veces que habían aporreado la puerta había sido Rocío para intentar disculparme, pero por lo que veo, ni lo ha intentado. Qué equivocada estaba con esa chica.

-          Lo siento, pero esta semana no he estado para nadie – le digo mirándolo con tristeza.

-          ¿Tu príncipe azul sigue en paradero desconocido? – me dice metiendo el dedo en la herida sin cicatrizar.

-          Sí. Bueno desconocido no. Estará en su casa en Madrid – supongo.

-          Era un pelmazo, Paula y un cabrón. No se merece que te escondas por él – me dice sorprendiéndome de que intente ayudarme.

-          Es fácil decirlo Adam. Pero no es tan sencillo desenamorarte de alguien de un día para otro. Han sido tres años de mi vida con él, no puedo olvidar tres años en un simple suspiro. Cuando respiro, siento que el corazón se me va a romper, por las noches no duermo bien y mi pecho es un enorme agujero negro en el que no consigo sentir nada más allá de dolor, Adam.

Cuando termino, me limpio las lágrimas que empiezan a correr por mis mejillas sin que me haya dado cuenta. Adam se acerca a mí y, una vez más me limpia las lágrimas. Me parece increíble que sea Adam con quien me estoy desahogando.

Adam me atrae hacia su pecho y me abraza tan fuerte que me cuesta respirar pero, por una vez en una semana, esa falta de aire es en buen sentido. Lo que Adam me hace sentir con sólo un abrazo me asusta. Por esa misma razón empiezo a separarme de él con cautela.

-          Gracias, Adam – le digo sorbiendo por la nariz.

-          No te acostumbres – me dice mientras empieza a andar y se aleja de mí.

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