CAPITULO 12

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Tras unos quince minutos a 230 km/h en los que el viento azota mi cara, Adam pega un frenazo en la puerta de la residencia que hace que impacte sobre su musculosa espalda. Aflojo mi agarre alrededor de su cintura hasta que tengo el valor suficiente para bajarme de la moto. Me quito el casco y se lo tiendo a Adam, que lo agarra y lo pone bajo su brazo.

- Te dejo que duermas abrazada a ella – me dice cuando ve que empiezo a quitarme la chupa para devolvérsela.

- Gilipollas – le insulto una vez más esa noche - ¿ A dónde vas? – cuando veo que se coloca el casco.

- ¿No creerás en serio que vivo en una residencia rodeado de adolescentes salidos, verdad? – me dice con asombro en el rostro

Yo daba por hecho que vivía en el edificio de los tíos y que por eso pasaba tanto tiempo en mi piso con Rocío. Sin embargo, ahora que lo pienso bien, Adam no parece el típico que comparte un piso con alguien que pudiese meter las narices en sus asuntos. Adam arranca su moto y se coloca en el asiento.

- Gracias. Gracias por haberme ayudado esta noche Adam – digo mientras veo cómo se coloca el casco.

Adam no me contesta, sino que arranca y acelera mientras se pierde en la noche.

Suspiro, cuadro los hombros y me preparo para subir a mi apartamento y enfrentarme a la explicación que Daniel me debe. Ya puede tener una digna de un guion de Spielberg si quiere que al menos me piense lo de perdonarle porque lo que ha hecho esta noche es digno de que lo mande a freír espárragos una larga temporada. Aún no me puedo creer que haya tenido que ser Adam quien me sacase de allí.

Atravieso la recepción, me subo al ascensor y marco el número cuatro. El tiempo que tarda en subir se me está haciendo eterno. Respiro hondo cuando me encuentro en la puerta de mi piso, meto la llave y atravieso el umbral. El apartamento se encuentra completamente a oscuras, lo que me hace pensar que está vacío. Voy hasta mi habitación, la abro y enciendo la luz.

Daniel no está y, en el momento en el que me doy cuenta de que sus cosas tampoco, el corazón me da un vuelco.

- No puede ser, no puede ser – susurro para mí misma

Veo que en la mesilla de noche que está al lado de la cama está mi móvil y mi cartera. Cojo el móvil pero veo que no tiene batería. Rebusco por mi habitación hasta que encuentro el cargador y lo conecto con las manos temblorosas.

- Vamos, vamos – digo mientras espero se cargue un poco.

En cuanto la pantalla se ilumina, veo que no tengo ni un maldito mensaje de Daniel. Me pongo de pie nerviosa y empiezo a caminar por la habitación sin saber qué hacer. Llamo a Daniel pero tiene el teléfono apagado.

El corazón me late desbocado en mi pecho y las lágrimas empiezan a caer por mis mejillas sin poder evitarlo. No me puedo creer que Daniel se haya largado sin darme ningún tipo de explicación. No. Mi Daniel no haría eso jamás. Apoyo la espalda en la pared de mi habitación y me dejo caer hasta que llego al suelo. Sigo llorando ahí durante lo que me parecen horas.

Lloro por Daniel y lloro por lo que me han hecho esta noche. Al pensar en la fiesta, me acuerdo de Adam y en cómo me ha ayudado. Me siento atraída por él, eso es innegable. El misterio que le rodea actúa como un imán para mí, haciendo que quiera saber más de él. Sin embargo, sus cambios de humor me desconciertan. Pero a pesar de esa atracción tengo una cosa clara, sigo enamorada de Daniel y lo que me ha hecho esta noche me ha destrozado el corazón, convirtiéndolo en miles de añicos diminutos.

Escucho el sonido de un mensaje que hace que me levante corriendo del suelo. Es Daniel.

Paula, lo siento.

A continuación, veo que ha bloqueado mi número.

- ¿Lo siento? ¿Lo siento? ¡Eso es lo único que tienes que decir hijo de la gran puta? – grito para mí misma mientras tiro el móvil al suelo enfadada.

Me tumbo en la cama con la chaqueta de Adam aún puesta y, envuelta por su aroma, lloro y lloro durante horas, hasta que el sol comienza a salir por el horizonte y estoy tan cansada que me quedo dormida.

En otro lugar de la ciudad...

Aparco mi moto en el garaje junto a mi Mercedes A1 color negro mate. No he podido dejar de pensar en Paula y la manera en la que se abrazaba a mi mientras lloraba por el estúpido de Daniel. Cuando cierro los ojos, no puedo dejar de ver su cara de agradecimiento al pensar que la había salvado. Si supiese la verdad me odiaría tanto como me odio a mí mismo.

Subo la escalera que va desde el garaje hasta el salón y dejo las llaves de la moto en la mesa de cristal que hay en medio de la estancia. Me sirvo una copa de Whisky y me siento en uno de los sofás de piel negro que hay junto a la televisión.

Cuando el whisky comienza a bajar por mi garganta provocándome una agradable quemazón por todo mi esófago, siento unos brazos que me rodean el cuello.

- ¿Qué cojones haces aquí? Ya sabes que no me gusta que vengas – le digo mientras retiro sus asquerosas manos de mi cuello.

- Ya he terminado mi parte – me dice Rocío mientras me muerde el lóbulo de la oreja,

- Bien – digo secamente.

Me bebo de un trago el líquido que queda en mi vaso y me levanto para irme a mi habitación.

- Vete – le digo

- ¿Se puede saber qué cojones te pasa? – Me escupe poniéndose justo delante de mí impidiéndome el paso - ¿No te habrás encaprichado de la mosquita muerta, verdad? – me grita furiosa al ver que no le contesto. Sin entender bien el por qué, me molesta que la llame así.

- Estás loca – le contesto acercándome a ella.

Le cojo de las caderas y la acerco a mí hasta que poso mi boca sobre la suya. Rocío me responde introduciendo su lengua en mi boca y tirando de mi labio inferior entre sus dientes. La levanto del suelo y ella enrosca sus piernas alrededor de mi cintura a la vez que se restriega sobre mi erección. La desnudo completamente y empiezo a tocarla en cada punto que sé que la vuelve loca. Rocío no para de jadear en sobre mi boca mientras la tiro sobre el sofá y la hago completamente mía mientras grita mi nombre y se abandona al placer que le doy.

El problema es que mientras beso a Rocío imagino otros labios y unos ojos grises que me miran con deseo. Estoy completamente jodido.

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