Capitán

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JOAQUÍN
Después de dejar en visto los mensajes de Emilio mi sueño no logró conciliarse, me mantuve despierto dando vueltas en la cama hasta que mi alarma sonó. No tenía ganas de nada, sabía que trabajar era mi responsabilidad, en otra situación hubiera estado feliz de iniciar una nueva etapa del proyecto, pero en el lugar en el que estoy no me era posible.
Eran casi las 5:00 a.m, me levanté una hora antes de lo habitual porque primero necesitaba un café y luego podría ir al set, en la madrugada logré aprenderme la mayor parte del guión, debía aprovechar el tiempo.
Me bañé en silencio debido a mi humor y a qué prefería no despertar al hombre ebrio que dormía en el cuarto de a lado y me prohibiera ir a trabajar, después de una larga ducha decidí ponerme lo primero que encontré; jean gris, la sudadera militar de Emilio y tenis negros, aunque para ser algo elegido al azar no tenía mala pinta, mi toque seguía presente.
Tomé mi mochila, dinero y mis auriculares junto con mi teléfono, pedí un taxi y salí del lugar para percatarme de que llovía, peor para mi, un día triste para una persona triste. El camino lo ocupé para dormitar un poco, hasta que llegué al café cerca a la casa productora.
-¡Café americano para Joaquín!-Gritó la chica que atendía la caja del lugar, porque no había pedido una bebida dulce como era costumbre, necesitaba despertar y tener energía hasta la hora de la comida.
Seguí mi rumbo hacia mi lugar de trabajo, caminé bajo la lluvia matutina un par de minutos, la verdad ya no me molestaba, decidí pasar directamente a mi camerino, nadie había llegado y podría dormir un poco. Al entrar pude hacer observar el sillón que se encontraba dentro del camper y una cobija, me tumbé sobre este envolviendo mi cuerpo con la manta tratando de evitar el clima frío.
Esta vez no era un mal sueño el que envolvía mi mente, más bien era un recuerdo vago de mi niñez que hace tiempo no habitaba mis pensamientos.
-¿Y a qué iremos a ese doctor, mami?-Caminaba de la mano de mi madre hacía un gran hospital.
-Te ayudará a sanar las heridas de aquí.-Se colocó en cuclillas frente a señalando mi pecho.-Y de aquí también.-Ahora apuntaba mi cabeza.
El hospital por dentro era aún más impresionante que por fuera, cientos de personas caminaban por los pasillos, me quedé observando unos segundos hasta que mi madre me ordenó subir al elevador junto a ella.
Yo fui el primero en pasar al consultorio donde un señor amable trataba de hacerme entender situaciones que hasta ese momento no había entendido, comencé a ver las cosas de manera distinta y aquel cariño que sentía por Uberto poco a poco se desvanecía entre mis manos como si de arena se tratase, la vendas caían ante mis ojos, ahora podía ver las cosas con mayor claridad por más crueles que fueran, salí triunfante y ahora fue turno de mi madre.
Me dejaron sentado en las afueras del consultorio, cuando pude ver a lo lejos a un niño solitario que parecía pasarla muy mal, decidí acercarme. Al llegar a una distancia lo suficientemente corta me percaté de los rizos que adornaban la cabeza del niño, algunos de ellos se pegaban a su cara debido al llanto, contaba también con una perfecta piel blanca.
-Hola.-Un saludo normal, algo para comenzar una plática que pudiera distraerlo un poco.
-Hola...-Me respondió sin ánimos escondiendo su cara entre sus manos.
-¿Por qué lloras?-Antes solía ser un niño muy curioso, también lo hacía porque ver llorar a la gente siempre me había puesto muy triste.
-La gente es mala conmigo.-Se quedó mirando un par de segundos mis ojos, como si los estuviera escaneando o algo así, recuerdo bien que sus ojos eran cafés como el chocolate, tenían un brillo triste y aún así lograron estremecerme un poco.
-No todos somos así, mira.-Extendí mis brazos dejando ver a mi compañero de aventuras, aquel oso de peluche que me había acompañado desde que tenía memoria.
-¿Qué?-Me dirigió una mirada confundida y aunque era algo loco, sentía la necesidad de hacerlo feliz.
-Te lo regalo.-Le sonreí desde el fondo de mi corazón, sabía que el oso de nombre Capitán cuidaría bien de mi nuevo amigo.-Abrázalo cuando tengas miedo o te sientas mal.
-No puedo aceptarlo, es tuyo.-Intentó rechazar mi regalo, pero estaba seguro de que en el fondo lo quería, una chispa de felicidad apareció en sus pupilas.
-Creo que te será más útil a ti, además es como si tuvieras una parte de mi y te acuerdas de qué hay mucha gente buena.-Dejé el muñeco en sus piernas en un impulso de querer cuidarlo, lo envolví entre mis brazos y solo podía escuchar un "Gracias" cerca de mi oído.
-¡Mi amor, vámonos!-Al parecer mi madre había terminado su consulta, así que tuve que retirarme también.
-Tengo que irme, pero seguro volveremos a vernos.-Sacudí mi mano en señal de despedida y él me sonrió de vuelta, en el rato que habíamos hablado no había sonreído y cuando lo hizo pude sentir que había hecho lo correcto.
Una vez que mi mamá y yo nos dirigíamos a nuestra nueva casa ella se percató de que algo faltaba entre nosotros.
-¿Y capitán?-Era obvio que eso faltaba, mi oso siempre estaba conmigo.-Hay que regresar por él al hospital.
-No, mamá.-Detuve su andar de vuelta y ella me miró extrañada.-Ahora está con alguien que lo necesita más que yo.
EMILIO
No podía entender del todo a Joaquín, su actitud me hacía querer arrancarme los cabellos, me desesperaba y sentía como si una sierra atravesara mi cuerpo poco a poco, una muerte lenta se le dice. Al querer alejarme de sus problemas lo único que hacía era descontrolarme por completo, me sentía inútil.
Después de abrumarme un rato, supuse que ya era hora de levantarme, asomé mi cabeza en la ventana  para apreciar el clima frío y saber que ponerme, me guié por un jean blanco, sudadera amarilla y tenis negros, luego llego la hora de darme una ducha y vaya que la necesitaba, fue silenciosa lo cual no era buena idea ya que mis pensamientos enloquecían.
-Arggg.-Emití una especie de gruñido mientras le daba un golpe a la pared, fue un impulso tonto que tuve, una mala manera de descargar mi energía.
Dediqué mi demás tiempo a cantar mentalmente para no ocupar mi cabeza con pensamientos abrumadores, así fue hora de irnos, yo me encontraba listo, con los guiones estudiados.
Al pasar por la habitación de mi madre recordé aquel objeto que me ayudaba siempre que me sentía mal, supuse que aunque era algo infantil ayudaría a Joaquín también. Me escabullí en la oscuridad de la habitación para toparme con lo que necesitaba y una vez que lo tuve salí rumbo al trabajo.
El camino fue corto, llegué antes de lo que esperaba y aún no había mucha gente. Mi intención era dejar mi regalo en el camerino de Joaquín para que lo viera y luego enseñarle el significado. Pero el regalo fue para mi cuando lo encontré dormido en el sofá de su camerino, me acerqué despacio para colocarme de rodillas frente a él y acariciar su cabello, él comenzaba a moverme demasiado para finalmente abrir los ojos.
-Buenos días.-Sé que de mis labios salió una sonrisa tonta y me golpeé mentalmente por eso.
-Hola...-Su voz ronca me gustaba demasiado.
Le ayudé a sentarse y cuando lo hizo pude ver su ojo izquierdo complemente morado.
-¿Que... qué pasó?-Pude sentir como mi interior quemaba y mi vista se nublaba.
-Emilio no llores...-Pasó su mano por mi rostro.-Fue en mi casa, ¿Recuerdas?-Era cierto, por un momento había olvidado que si había logrado lastimarlo.
-Lamento no haberte defendido lo suficiente.-Ahora me sentía totalmente avergonzado, no pude evitar que le hicieran daño.
-No fue tu culpa, hiciste todo lo que estuvo en tus manos, gracias.-Me envolvió en un abrazo sincero, volvía a sentir paz en mi interior.
-Te traje algo que te ayudará a sentirte mejor, fue un regalo y espero que te sirva.-Dejé que observará el pequeño oso de peluche que sostenía entre mis manos.
-¡¿Capitán?!-Sus ojos se abrieron como platos y un color carmín se alojó en sus mejillas.

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