2. Clan.

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MYSDALE HILL, CANADÁ 2019

Después de tanto tiempo aún tenía la manía de buscar con insistencia sus ojos en las demás personas, pero se me hacía imposible encontrarlos o reconocerlos. Supongo que simplemente ellos habían quedado tan solo como un recuerdo de ese tiempo.

También intenté olvidarlos. Incluso recé, a pesar de no creer en nada más allá de mi vista, para que algún tipo de fuerza los borrara de mi cabeza como por arte de magia. Pero ningún método dio resultados y terminé dándome por vencida.
Esa noche los había recordado y tristemente visto. Como todas las noches en las que las pesadillas inundaban mis pensamientos. Las pocas veces que lograba conciliar el sueño, los veía. Por eso siempre intentaba mantenerme despierta.

Durante toda mi infancia había sido una niña muy perezosa. Amaba estar hasta altas horas de la mañana en la cama durmiendo. Recuerdo como madre entraba siempre en mi aposento desesperada porque moviera siquiera un dedo demostrando que aún estaba respirando. Siempre me dijo que dormía con una paz imperturbable. Aunque la casa cayera abajo, yo seguiría durmiendo.
Creo que es lo que más extraño de esos años. Poder conciliar el sueño sin ninguna preocupación en mente y dormir horas y horas a pierna suelta. Llevaba mucho tiempo sin poder echar ni una cabezada cómodamente. Las pesadillas me perseguían. Supuse que por eso nuestra raza nunca conciliaba del todo bien el sueño.

En mi infancia escapaba de la realidad durmiéndome. Por unas cuantas horas habría paz, madre dejaría de molestarme con su insistencia con los casamientos y yo no tendría que preocuparme sobre decidir si ponerme un vestido u otro para sorprender a las decenas de invitados que pasaron por nuestra gran mansión.

Ahora huía de todo eso. Dormir ya no me provocaba paz. Dormir me hacía atormentarme con mi pasado. Mi mente me jugaba continuamente una mala pasada recordándome todo lo sucedido años atrás. Como si lo hubiese olvidado. Pero nunca lo hice.

Siempre me pregunté qué habría sido de la mansión familiar. Llegó a mis oídos que la última descendiente viva la había vendido. Pero tampoco me causo mucha curiosidad. Ese casoplón nunca llegó a ser verdaderamente un hogar para mí.
Tantos años después y todavía podía oír sus gritos resonando en los fríos pasillos de piedra, acusando a algún criado de haber hecho algo mal. Me compadecí de ellos siempre que pude. Cualquier amo sería mejor que madre.

La única que permaneció en esa casa hasta el día donde empezó el calvario fue Nana. La mujer soportó con alegría y cierto agradecimiento a madre. Esa señora era la luz guía de todos.
Aún extrañaba como me contaba historias en las noches de tormenta. La señora era mayor, no sabría decir cuántos años tenía. Apenas sabía su verdadero nombre. Madre le prohibía contarnos cosas sobre su persona y menos mal que nunca se enteró de que en las noches de tormenta dormía junto a mí en mi amplio lecho.
Yo no tenía miedo a los rayos y truenos, la noche me atraía, me gustaba mirar por la ventana y ver la tranquilidad y el silencio que emanaba del bosque. Sin embargo, Nana no lo soportaba. Y a mí la idea de que quedase en el ala este, aún sin reformar y con notables goteras por doquier me mantenía en vela las noches que no podía traerla conmigo. Irremediablemente terminé cogiéndole el cariño que había entre una nieta y una abuela.

Probablemente su muerte fue la que más me devastó de todas. Quizás murió de viruela, de fiebre amarilla o incluso de tuberculosis. Nunca lo supe. Nunca pude regresar a ver su cuerpo pudriéndose antes de ser enterrado en una fosa común. Seguramente padre y madre no repararon en gastos para una simple ama de llaves y solamente fue tirada como un insignificante harapo entre los cuerpos en estado de descomposición. Si hubiera podido hacer algo para que Nana siguiese conmigo lo habría hecho, pero conocía bien a la anciana y odiaría en lo que me había convertido. Probablemente no podría ni mirarme a los ojos. Me tendría miedo. Y me hubiera dado el sermón sobre qué me aviso de que eso sucedería. Debí haber seguido sus advertencias cuando tuve la oportunidad.

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