16. Corazonada.

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La soledad que había sentido las últimas semanas hizo que el único recoveco del mundo donde me sentía más o menos cómoda se redujera a una esquina de mi habitación. Casi ni era consciente del día que era, todos habían resultado ser iguales últimamente: iba al instituto, cruzaba pocas palabras con Declan o Amber y volvía a casa, yendo a ese rinconcito de mi habitación a leer aquel libro en alemán del que llevaba siglos sin separarme.

Las cosas no iban bien, pero nadie pedía ni daba explicaciones. Cassandre cada día actuaba más extraño. Estaba paranoica, se aseguraba de haber trancado bien todas las puertas y ventanas cientos de veces antes de que conciliáramos el sueño para contener el hambre. Por otro lado, parecía mentira que viviéramos en la misma casa, llevaba días si ver a Alexei.

La única que daba la impresión de estar como siempre era Elisabeth, me sonreía por los pasillos de la casa e intentaba animarme y sacarme de mi mundo de vez en cuando cuando me oía llorar.

Ya ni recordaba las razones por las que lo había estado haciendo constantemente.

Los llantos de imprevisto surgieron en mi vida cuando las pesadillas desaparecieron y con ellas los recuerdos. Cada día que pasaba olvidaba algo distinto.

Elisabeth intentaba convencerme de que era una tontería. El paso de los años, afirmó.
Pero yo estaba segura de que no era usual que tuviera que esforzarme en pensar para recordar de donde había sacado ese dichoso libro de literatura alemana.

Me estaba volviendo loca entre esas cuatro paredes, pero fuera de ellas, las cosas tampoco cambiaban mucho.

Podía afirmar después de estas semanas, que mi sospechas sobre unos orbes rojos observándome desde la arboleda eran completamente ciertas.
O yo estaba completamente majara.

Que hubiese la posibilidad de que fueran alucinaciones mías me mantenía angustiada, pero tampoco iba a salir allí fuera para comprobarlo.

Siempre había sido muy cobarde.

Quizás no quería que esos ojos fuesen una alucinación a causa de estar encerrada tanto tiempo intentando recordar las mil cosas que tenía borrosas en mi mente.

Tantos días después me había acostumbrado a su presencia. Algunas veces estaban más cerca, casi permitiéndome ver a quien o a qué le pertenecían. Y otras simplemente se quedaban a varios kilómetros, como dos puntos diminutos en el horizonte.

La sensación que provocaban en mi cuerpo era extraña.
Cuando no los encontraba, buscaba por minutos deseando que surgieran de entre la oscuridad.

Llevaba unos días formulando teorías sobre quién sería el dueño de esos orbes. Incluso busqué en internet con ayuda de Declan para asegurarme de que los conejos tenían los ojos rojos.
Pero era imposible que pertenecieran a un animal tan pequeño.

Google no me ayudó mucho cuando Declan no estuvo presente. Me había afirmado que cualquier cosa que buscara en esa plataforma me aparecía por arte de magia.

Pero no fue así. No sé me daban bien las tecnologías.

Al menos me mantuve entretenida por unos días intentando descubrir la identidad de lo que me protegía al otro lado de la carretera, pues los que tenía a este lado, no se preocupaban demasiado.

Raven era sin duda el que actuaba de la forma más excéntrica posible. Y también , era quien más me dolía que se mantuviese de esa forma sin dar explicaciones.

Muchas veces lloraba por él. No iba a negarlo.

La puerta de mi habitación nunca volvió a estar abierta de par en par, supongo que pensó que ya no era bien recibido allí.  He de decir que no era ningún tipo de excusa, pero siempre pensé en que le daría igual la estúpida madera blanca y vendría a librarme de todo el infierno que habitaba en mi cabeza.

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