26. Sangre elegida.

9 1 0
                                    



Llevaba tantos días durmiendo en esa posición que dejó de ser incómoda y pasó a ser de la única manera en la que podía conciliar el sueño. Me levanté del suelo antes de que el sol saliera por completo con la necesidad de respirar aire fresco aunque no lo necesitara. Cada vez esa casa se cernía más sobre mi, asfixiándome. 

No tardé en ponerme las deportivas y salir de esa casa sin siquiera cambiarme el pantalón corto que usaba para dormir.

La luna y el sol habitaban el inmenso cielo al mismo tiempo. Me encargué de cubrir mi cabello con la capucha para cuando los primeros rayos del sol comenzaran poder evitarlos. 

Correr nunca me había gustado, pero había llegado un punto donde era la única forma que tenía de sentirme un poco más humana. Mi rendimiento físico era penoso y me cansaba mucho antes que cualquier vampiro, pero la velocidad incrementaba cada vez que practicaba y perfectamente podría adelantar a un guepardo si hiciésemos una carrera.

Las copas de los árboles estaban levemente nevadas y en el suelo quedaban aún algunos rastros blancos que estaban desapareciendo por culpa de la lluvia. El tiempo de Mysdale Hill se asemejaba a nosotros.
Siempre frío.

Podía notar las gotas de agua deslizándose por mis piernas cuando las tocaban, pero era sencillo hacerles caso omiso y fijar la vista en el arcén para continuar corriendo mientras intentaba fingir que no pensaba en nada más que en mover los pies.

Esa noche no había dormido bien, como ninguna en ese último siglo. Las ojeras se estaban apoderando de mi rostro a pesar de que teniendo mi sistema inmunológico no debía afectarme el cansancio.

— No sabía que a los fríos les gustase correr — percibí su sonrisa sin siquiera mirarlo cuando alcanzó velozmente mi ritmo.

Le había escuchado trotar sobre las ramas del interior del bosque y olí su aroma a varios kilómetros, pero no pensé que cruzara el arcén para correr junto a mi.

— A mi no me gusta — le confirmé mirándolo. Mis pies continuaban pisando el asfalto con fuerza y mis piernas comenzaban a cansarse. El parecía que estaba como nuevo y seguramente llevaría horas corriendo — Cuando era humana lo detestaba.

Ninguna mentira salió por mi boca, en mi niñez había sido una muchacha muy holgazana y perezosa. Rara vez madre conseguía que la acompañase al pueblo junto a mis hermanos. Prefería deambular por la mansión o simplemente ni salir de mi alcoba. Al crecer las cosas no cambiaron mucho y solo tenía vagos recuerdos de como corría detrás de un zagal por los jardines de casa. Debía visitar cuanto antes a Oliver para que terminara de hacerme ver todo lo que olvidaba.

— Cuando yo lo era lo amaba casi tanto como ahora — soltó. Logró confundirme, creía firmemente que los licántropos nacían siéndolo. Su cara palideció cuando me vio pensando en sus palabras y agito las manos intentando excusarse. — Antes de transformarme — explicó.

Su compañía siempre era extrañamente agradable y curiosamente no necesitábamos ni pronunciar una palabra para estar agusto en compañía del otro mientras corríamos a la par por el arcén de la carretera.

El lobo en si me parecía extraño. Pero no ese tipo de extraño como era Dean Walker, si no, un extraño en el buen sentido, si es que lo había.

Siempre lo veía correr desde mi habitación; era imposible no verlo, hacía demasiado ruido con sus fuertes piernas quebrando ramas y rocas a su paso.

Había días en los que iba acompañado de Ryan.
Estaba casi segura de que se acercaban a nuestro territorio a propósito, pues siempre que Ryan me veía mirándolos a través del cristal, se encargaba de giñarme un ojo y mover las manos exageradamente a pesar de estar a varios metros de distancia.
Otros días, Abigael y la hija del líder, corría tras ellos intentando seguirles el ritmo sin ningún resultado.

ÉXTASIS IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora