32. Markus.

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Una de las principales normas en la guerra era siempre hacer, decir y pensar lo que el general ordenaba. Siguiendo las instrucciones al pie de la letra seguro que se consiguieron salvar miles de vidas de soldados. El orden, el sosiego y la obediencia hacían que todos -dentro de lo que cabe- estuvieran a salvo.
¿Pero que ocurría cuando un soldado se iba a la deriva y acababa en el campo de batalla por haber intentando defender al pelotón entero? ¿Había que continuar esperando la orden del general para salvarlo?

— No creo que les haga gracia despertar y ver que no estás — comentó Donovan con los brazos cruzados mirándome seguramente apoyado en el marco de la puerta. Alcé una ceja y mientras terminaba de peinarme el cabello me di la vuelta sin entender muy bien porqué llevaba siguiéndome diez minutos cuando debería estar durmiendo.

Tenerme encerrada bajo órdenes más de dos semanas era como meter una bombona de gas en una casa de madera con las cortinas prendidas.
Todo terminaría estallando por los aires de un momento a otro.

—¿Quieres venir conmigo acaso?— pregunté con ironía y el agitó las manos empezando a negar.

—Pf, claro que no— se rascó la nuca — Ya me meto en bastantes líos sin salir de aquí, no me quiero imaginar lo que ocurra si lo hago.

— Volveré antes de que nadie se dé cuenta de que me he ido — susurré sabiendo que posiblemente no lo fuera a cumplir. Sus ojos me mostraban una leve preocupación, pero aún así sonrió — Te lo prometo — insistí y después revolví su cabello cuando pasé por su lado.

—¿Es importante?

—¿Él que? — pregunté colocándome la mochila negra en los hombros, debía darme prisa o se pensaría que le había dejado tirado.

— Lo que vas a hacer — murmuró y señaló la puerta de su hogar — Ya sabes, nos prohíben salir y tú aún así lo haces.

— Si — asentí despacio mirando sus ojos color miel. Donovan me sonrió y sabía que no me iba a poner ningún impedimento en irme, pero estaba traicionando a ambos clanes al salir por aquella puerta y el era mi cómplice — Gracias — le susurré agarrando el pomo de la puerta.



El aire que se respiraba en el bosque era completamente distinto al del centro de Mysdale Hill. Me resultaba incluso tóxico el olor continuo a sangre y sentimientos por doquier. Sorprendentemente no me impresionaba que el olor que predominara fuera a gasolina, ese hedor hediondo a envidia y crueldad. Los humanos no eran tan distintos a nosotros.
Los sonidos era quizás lo que más detestaba. La armonía y paz que había en las afueras de la ciudad se veía interrumpida constantemente por alarmas y bocinas de coches, pero era aún peor los latidos y respiraciones de todos, no lo soportaba.

Su corazón parecía alterado antes y después de abrir la pesada puerta de metal. Al arrastrarla hizo un sonido tétrico que le asustó y yo intenté mantener la calma mientras movía los pies con lentitud en su dirección.
El aire movía la tela de mi sudadera y me vi obligaba a ponerme la capucha como el, para que mi cabello no me cortase la visión por culpa del viento que hacía a esa altura.

Las azoteas siempre me habían gustado, tal vez porque era una forma de tenerlo todo bajo control, no había ni un punto ciego en la ciudad donde poder esconderse, por eso le dije donde se encontraba las escalera de incendios y le hice subir hasta allí arriba.

Estaba apoyado en el borde con una expresión seria; la mandíbula apretada y sus labios en línea recta. Sus pantalones vaqueros de color negro estaban rotos por varios sitios y tenía un gorro cubriéndole la cabeza además de la capucha de su sudadera negra.

— Pensé que me había confundido de edificio — soltó una pequeña risa cuando quedé enfrente suyo arrepintiéndome de haber decidido no cambiarme esos estúpidos pantalones cortos. Mi piel se había erizado por completo y asumí que era por el tiempo, pero estaba lejos de serlo.

ÉXTASIS IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora