22. Presentimientos.

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— Menos mal que mi madre se fue de Mysdale Hill hace más de cincuenta años, habría alucinado viéndote preocupado por un vampiro.

— ¿No se lo contarás? — preguntó en un susurro secándose la frente con la toalla roja que le había dado.

—¿Por qué se lo tendría que contar? — no podía observar bien su cara desde aquella perspectiva pero sabía que estaría confundido, al menos eso expresó el tono que utilizó para contestar al lobo — Me mataría solo con saber que he permitido esto.

—Las indicaciones de mi madre hacia la tuya fueron claras.

¿De que diablos hablaban?

—Lo sé, y podría acatar las órdenes... — dijo — pero ella misma fue advertida de que esto pasaría.

— Venga ya Oliver, no me gusta que intentes ser misterioso.

— ¿No sabes a que me refiero? — preguntó, y pude ver como el lobo negaba con la cabeza, haciendo que todo su cuerpo se moviera, y por ende, el mío.

— Entonces ya ha comenzado.

Me parecía imposible poder estar aún más confusa que minutos atrás, sentía aún sus manos rodeándome las muñecas pero ni siquiera me estaba tocando. ¿Me había desmallado?

—Hola — susurró cuando noto mi mirada sobre el, haciéndole bajar los ojos a su muslo, donde mi cabeza se encontraba — ¿Te encuentras mejor?

— No — dije secamente incorporándome en el sofá de terciopelo. ¿Donde estaba? Las paredes negras de la habitación la hacían lucir demasiado pequeña y las ventanas y los elegantes muebles que habían le quitaban todas las posibilidades de que fuera un sótano — ¿Qué ha pasado?

— No estoy muy seguro — habló el lobo — Perdiste el conocimiento por un momento y después saliste corriendo. A las dos horas te encontramos en el callejón de atrás, parecías estar...

— Muerta — concluyó Oliver con una sonrisa — Pero está claro que estás viva, bueno, todo lo que puedes estarlo.

Sus palabras llegaron tardíamente a mi mente, pasando por alto las explicaciones del chico.
No recordaba nada.
Muerta, muerte.

Declan.

— Tengo que buscar a Declan — dije tambaleándome sobre las baldosas de mármol , mi cerebro no coordinaba las acciones con mi cuerpo.

—Tranquilízate — pidió — Está bien. O eso creo.

—¿Y Cassandre? — le pregunté directamente al brujo, sabiendo que él me daría una respuesta.

— Pues ella estará al lleg-

—¡Donde demonios te habías metido! — me gritó en cuanto cruzó la gruesa puerta de metal con Elisabeth detrás. Olfateó el lugar antes de seguir reprochándome y agarró la manga de mi chaqueta alejándome bruscamente del sofá donde estaba sentada — ¿Piensas seguir con este jueguecito con los licántropos?

—Cass...

—Los fríos tampoco sois muy populares en la reserva — dijo el lobo defendiéndose en un tono de voz calmado, a diferencia de Raven, quien ya le habría arrancado la garganta de un mordisco.

— Las rivalidades nunca han sido buenas y menos en tiempo de guerra — le murmuró Oliver mientras me arrastraba hasta la salida. Elisabeth me sonrió con compasión hacia la repentina agresividad de su hermana.
Yo no comprendía nada, sentía que flotaba, mi cabeza daba vueltas.

— Cállate, Oliver — finalizó la rubia para cerrar la puerta de un golpe seco.


Las plantas de mis pies dolían, me sentía cansada y exhausta. Pensé que la cama ayudaría a que esa sensación desapareciera, pero mi cabeza no paraba de darle vueltas a todo, impidiendo que la paz llegara a esas cuatro paredes.
¿Porque no conseguía recordar nada de esas dos horas?

ÉXTASIS IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora