28. Deudas.

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Supongamos que en una cuestión de vida o muerte, debes elegir a quien salvar y a quien dejar morir.

Yo siempre era la que moría, constantemente;
y al resto le daba igual.
¿Por que a mí nunca me salvaban?

Me llevaba haciendo esa pregunta varias décadas, pero como muchas otras, no tenía respuesta.

Nos pasamos vidas buscando respuestas a preguntas que carecen de ellas ¿para que? ¿con que fin?
Perder el tiempo que podríamos estar invirtiendo en otra cosa distinta que desembocara a... no sé, quizás a la felicidad o a la autorealización.
¿Pero de verdad merecía la pena buscar durante años respuestas que ni siquiera sabíamos si iban a ser positivas?

Supongamos que te pasas años buscando a tu alma gemela y resulta ser un asesino. No sería un trago de buen gusto, ¿verdad?

Pues eso era yo.
La mala respuesta de todas las preguntas que te rondaran por la cabeza.
Yo sería la cruz de la moneda, la oveja negra de la familia y los márgenes inservibles y vacíos donde nadie escribía.

Yo era la mala respuesta que nadie queria que llegase.

—¿En que piensas? — el sonido de su voz ronca no me sorprendió, le había oído removerse durante minutos y era cuestión de tiempo que despertara de una vez.

Había estado toda la noche en vela intentando que el lobo estuviera cómodo y que no hubiera peligro en que sus cicatrices se abrieran, aunque parecían curadas de meses. 

Solo hacían pocos minutos que me había sentado en el interior de la cama, observando el bosque y preguntándome porque los orbes rojos esa noche no habían velado por mi.

— En nada — respondí mintiéndole mientras me daba la vuelta para dejar el bosque a mis espaldas — ¿Como estás? ¿Te duele algo?

Su olor a vainilla mezclado con el aroma natural de los lobos inundo mi olfato cuando se incorporó.

— Pues no estoy seguro — se rascó la nuca mientras bostezaba dejándome ver una marca de nacimiento que se alojaba en su cuello — ¿Estoy en la mansión de los fríos?

Tras poner los ojos en blanco le sonreí.

—Alojamiento gratis, comidas y cenas no incluidas — intenté bromear para subirle el ánimo, él sonrió — ¿Recuerdas algo de lo que pasó anoche? — cuestioné — Abigael llegó con tu cuerpo ya inconsciente y ella tampoco supo que había sucedido.

Negó.

— El bosque... fue como si me atrapase — murmuró — Me perdí allí dentro a pesar de conocerlo mejor que la palma de mi mano. Tampoco recuerdo que nadie me hiriera. Supongo que fue por culpa de la luna roja.

— Te estuve observando y... sé cómo lucen todo tipo de heridas por agresiones, pero, tu cuerpo... parece que te lo hiciste a ti mismo — revelé.

—¿Yo? — preguntó con sorpresa — ¿Porque me autolesionaria? No tiene sentido, yo... yo no recuerdo nada.

Martirizado, colocó las palmas de sus manos a los lados de sus sienes y respiró con frustración.

— Abigael mencionó que rechazaste mostrar tu verdadero lobo. ¿Crees que tenga relación?

—Tu... tú no lo entenderías — murmuró — No soy lo que todos piensan que soy, no podía hacerlo, no podía mostrarme.

—¿Serás líder, cierto? — pregunté sin entender que había de malo en ello. Él asintió.

— Ser líder es lo de menos — dijo con pesadez y por un momento, mientras mantuvo sus labios entre abiertos, pensé que seguiría contándome el porqué de su rechazo ante las tradiciones licántropas.

ÉXTASIS IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora