27. Luna roja.

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Aturdida, salí del bar chocándome con algunas personas. Quise pedir ayuda, quizás a Cass o a Alex, pero no tenía ni idea de que les diría.

Cassandre me arrancaría la cabeza del cuerpo antes de poder terminar de contarle lo que había pasado. Ella era muy radical, cortaba los problemas de raíz y sé que no tendría ningún impedimento en asesinarme si me veía como uno.

Declan me preocupaba, pero aún más su trastorno de doble personalidad. Si algo le ocurría a Ryan, con esa tontería de la sangre elegida, me daba miedo que Declan se volviera loco y dejara de ser el mismo.

Las piezas comenzaron a encajar lentamente cuando de camino a casa me puse a pensar en las palabras del brujo.
En ese momento entendí porque Ryan se había interesado en él. Entendí porque había estado con él cuando su faceta psicopata había salido a la luz y por ende, porque no me había hecho falta decirle nada a Declan para que se fijase en él. ¿Realmente era su sangre elegida? ¿Estaban destinados como había insinuado Oliver? ¿O solo eran cuentos chinos que intentaba que me creyera porque me consideraba muy ilusa?

No lo sabía, pero pretendía averiguarlo. Había salido de la ciudad como alma que llevaba el diablo y una vez en la autopista, los aullidos se intensificaron. Alcé la mirada a la luna desprendiendo una luz roja siniestra mientras caminaba en la oscuridad emparanoiada por la cantidad de sonidos que escuchaba a mi alrededor. Estaban cerca de ser las dos de la madrugada y no paraba de oír pisadas de animales corriendo velozmente entre los árboles en lo profundo del bosque. No había tenido en cuenta que quizás habrían más de treinta lobos correteando por los alrededores.

¿Que haría cuando encontrase a Declan? Era una pregunta que me cuestioné quizás demasiado tarde. Ya no podía darme media vuelta y volver al bar de Oliver.
En realidad no tenía demasiada idea de que hacía metida yo en todo aquello, según Markus, Ryan confiaba en mi, pero ¿para que? además, tenía que haber una razón válida para que Oliver me contase todo. Pero no lo entendía.

¿Me había encaminado al bosque por Declan, o por otra razón?

Terminé en el camino de piedras que llevaba a la entrada de la vieja casa reformada. Me gustaría decir que fui valiente y me adentré en el bosque sin llegar a obtener resultado alguno, pero no fue así. Algo me mantenía alerta, paranoica.
Tenía las manos sudorosas y parecía que la poca sangre que tenía en mi organismo corría con rapidez para drenar mi corazón. Me sentía como si fuera humana. Los pulmones me pesaban dentro del pecho y respirar se me hacía tedioso. ¿Desde cuando necesitaba respirar si quiera?

Me tambaleé hasta la puerta sintiendo como mis piernas flaqueaban y como los pies se me adormecían. La garganta se secó aún más impidiéndome respirar del todo. Sentía como me moría de nuevo.
Cuando logré entrar en casa, todo se desvaneció.
Debía ser una broma de mal gusto. ¿Oliver me había provocado alucinaciones? Lo iba a asesinar.

El timbre me sobresaltó y entonces si que me aterré. Tanto, que tardé un minuto en girarme para comprobar quién estaba al otro lado de las cristaleras a las dos de la madrugada en una noche como esa. Giré mis tobillos lentamente y con los párpados apretados quedé de frente a la puerta. Volvieron a llamar. Fuertes e insistentes golpes en la madera negra.
Era una cobarde. Tantos siglos sobre la faz de la tierra y aún me daba miedo estar sola en la oscuridad. Ni siquiera me había dado tiempo a encender la luz, el salón solo estaría iluminado por la luz roja de la luna. Eso me aterraba aún más.

— ¡Frío, necesito tu ayuda! — gritó una voz aguda que me incitó a abrir los ojos. Repiré con tranquilidad cuando vi a Abigael al otro lado de la cristalera, pero me volvió a invadir el miedo cuando la vi cubierta de sangre.

— ¿Qué diablos haces aquí? Estás en territorio vampiro, ¿Quieres que te asesinen? — le grité mientras caminaba hacia la puerta decidida a seguir con el sermón.

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