Era una mañana muy fría. Cancer tomaba de su café, en su pijama, en la habitación de su novio, Leo.
Él no estaba con ella, había salido quién sabe dónde.
Habían ido por un par de días a la casa de los abuelos de Leo, pero no estaban solo estos, estaban los padres de él también.
Era muy incómodo para ella.
Terminó su café, se levantó de la cama y se fue a duchar. Tenía que verse bien, claro, para la familia de Leo.
Se vistió con unos jeans, unas botas, un abrigo grande y un gorro calentando su cabeza. Tomó la taza y salió de la habitación.
—Buenos días. - saludó a sus suegros, y a los abuelos cuando entró a la cocina.
—¡Buenos días querida! ¿Dormiste bien?
Cancer sonrió ante la calidez de la abuela.
—Muy bien, su casa es acogedora.
—¿Cuánta leña necesitan?
Una voz de hombre la sorprendió. No era Leo. Era un chico que andaba con unos audífonos grandes, con una camiseta sin mangas, estaba sudado y en su mano había una bolsa de leña.
—¿Cuánto cortaste? -su suegra preguntó acercándose a él y viendo la bolsa. —Es más que suficiente, perfecto.
Ella aprobó.
Cancer no dejaba de verlo. Y cuando él le devolvió la mirada, enrojeció rápidamente.
—Oh, Cancer querida, él es Aries, primo de Leo.
La abuela la salvó.
—Hola. - él le ofreció una mano, ella la tomó con algo de nervios.
—Ella es la novia de Leo.
—¿Y Leo dónde está? Dijo que me iba a ayudar con la bodega.
Aries se alejó, dirigiéndose a su tía, la suegra de Cancer.
—No sé. - ella se encogió de hombros.
—Oh, él me dijo que iba a saludar a Tauro. - el padre comentó después de tomar de su café.
—Genial, y como siempre yo haciendo todo. - Aries murmuró y se fue.
Cancer estaba confundida.
—Tauro es la amiga de la infancia de Leo. Es una chica muy buena.
Su suegra explicó.
—Ya veo...
Cancer murmuró y luego sonrió amable.
***
Ya eran las dos de la tarde y Leo aún no aparecía. Cancer estaba en el gran jardín, admirando las flores, habían demasiadas, de distintos tipos. Y se veían preciosas.
—¿Te gustan las flores?
Otra vez esa voz ronca. Ella se giró para ver a Aries, estaba sin camisa, tenía un gran tatuaje en su abdomen. Llevaba unas tijeras grandes en su mano.
Cancer asintió. Luego frunció el ceño. —¿No tienes frío?
Él se encogió de hombros. —No. Cuando vives aquí, te acostumbras.
Ella sonrió de lado. —Supongo.
—¿Ya volvió Leo?
Cancer se avergonzó. —No.
—¿Si sabes que te es infiel, verdad?
Ella quedó perpleja, viéndole fijamente con la cara roja.