Capítulo XXI

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Secretos del conuco

Pablo tenía ya dos meses de haber llegado a casa de sus abuelos maternos. No siguió su camino, ni continuó la búsqueda de su madre. Realmente esa fue la excusa que se puso para irse, pero no era lo que lo motivaba, él sólo quería irse. En esas semanas ayudó al abuelo en el conuco; ayudó a reparar la casita de barro de los viejos; y buscó un empleo de peón en una de las haciendas vecinas.

Iba de regreso esa tarde de miércoles y se detuvo frente a lo que fue el conuco de su padre. La propiedad había sido vendida hacía unos siete años y absorbida por aquella finca vecina a la de donde actualmente laboraba media jornada. Se detuvo entre los restos de unos troncos calcinados que marcaron en otra época una entrada a la propiedad. Sin pensarlo mucho brinco la cerca y entró al lugar. Pastos para el ganado habían crecido en todo el lugar; no quedaban restos del pozo de agua, ni de los arboles plantados por su padre en aquel lugar. Lo único que indicaba que alguna vez hubo algo construido en el sitio era una loza de concreto que marcaba el piso de la antigua vivienda.

—¿Qué busca ahí dentro?, —escuchó Pablo la voz de una mujer. Estaba tan distraído mirando lo que había sido la casa de su padre, que no se dio cuenta del par de jinetes que atrás de él se habían acercado.

—Usted disculpe patroncita, —dijo Pablo acercándose a los jinetes y bajando la cabeza. —Mi papá era el dueño de este lugar antes de venderlo, yo sólo estaba tratando de recordar el sitio, ya me retiro.

La mujer lo miró unos instantes.

—¿Tú eres Pablo?, —preguntó la mujer.

—Si patroncita, —completó el chico, levantando la vista a los jinetes. La mujer tendría más de cuarenta, se notaba que era una amazona experimentada y de esas mujeres que muestran poder con sólo su presencia. A su lado estaba un chico más joven; rubio igual que la mujer, seguramente su hijo. —¿Me conoce?

—Por referencias, ¿y dónde vives actualmente?, —preguntó la mujer.

—Estoy ahora acompañando a mis abuelos por un tiempo, y trabajo en la hacienda vecina, iba de regreso a casa y me detuve simplemente, espero no haber importunado patroncita, —dijo Pablo apuntando en la dirección del conuco de sus viejos.

—No, está bien, sigue tu camino.

—Gracias patroncita, y disculpe si importune con mi presencia dentro de su propiedad, no volverá a pasar, se lo prometo.

Pablo no insistió y siguió su camino, atrás se quedaron mirando los jinetes. Él no se volteó, pero no escuchó a los caballos andar, así que sabían que estaban vigilándolo mientras se marchaba.

—¿Quién era ese peón madre?, —preguntó el chico rubio.

—Un posible bastardo de tu padre, —respondió la mujer y halando las riendas y regresó a galope por la vía.

El joven rubio se quedo mirando al obrero que avanzaba. Por más que lo miraba, no encontraba ningún parecido entre aquel mulato de tez clara y su padre; y él ya había conocido a varios de los bastardos de su padre; su madre tenía que estar equivocada. Halo las riendas y fue tras su progenitora.

***

Habían pasado tres días de aquel encuentro y Pablo no volvió a cambiar de camino, ni desviarse de su ruta, o acercarse nuevamente por aquel lugar. Él no estaba seguro, pero aquella mujer le dio miedo, un miedo que no había sentido hacia muchos años. La última vez que experimento algo similar fue cuando escapó de la casa que el amante de su madre le había puesto y él solo cruzó el país, atravesó ilegal la frontera y buscó a su padre; y cuando lo encontró este se negó a reconocerlo como hijo, ya que asumía que era un cuerno de su madre.

Confrontación - Serie: Étoile Producciones - 03Donde viven las historias. Descúbrelo ahora