Capítulo XLII

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Lo siento...


Antonio regresaba de su cabalgata por la hacienda; no recordaba el tiempo que había pasado que no realizaba tal acción; los últimos años revisaba las tierras conduciendo su camioneta; y lo más cerca que había estado de un caballo era en los establos donde se guardaba al ganado. A medida que llegaba, vio como su hija estaba, cual amazona, sobre una de las potrancas y miraba concentrada algo en el lugar. Se acercó a la chica y se puso a su lado.

—¿Pasa algo Génesis?, —preguntó el hombre intrigado.

—Es la vaca, su primer parto, pero el ternero no sale, acaba de llegar el veterinario.

Antonio miró dentro del establo; un chico joven, sin camisa estaba tras la bobina, ya introducía su brazo en el canal de parto de aquella bestia; otros peones igual trataban de ayudar mientras el sujeto colocaba una cadena al animal dentro. Tras varios intentos y haladas finalmente el grupo pudo sacar al ternero. Trataron de reanimar al neonato, pero al final los intentos resultaron fallidos. 

El chico se acercó entonces a lo patrones.

—Tuvo demasiado tiempo en labor de parto, y era muy grande el ternero para la primeriza; no se pudo salvar a la criatura; pero la madre se recuperara y pueden volver a cruzarla el próximo año, —explicó el veterinario.

Y mientras su hija bajaba de la yegua y le daba las gracias al joven; Antonio se preocupaba de otras cosas. No dejaba de ver a aquel chico delgado, sin duda recién graduado, un rostro agradable, una tez clara, casi blanca, pelo negro y liso, seguro de ascendencia indígena. A su lado el resto de los peones trataba de limpiar el lugar; ya sacaban el no nato y lo llevaban a la cocina de la hacienda, esa noche habría una buena parrilla; mientras otros terminaban de sacar a la vaca del establo y conducirla al corral donde se encontraba el resto del ganado.

Antonio descendió de su potro y le paso el mismo a uno de los tantos peones para que llevara a animal a su caballeriza. Su hija seguía concentrada en el joven medico. Y él entendía la razón, ahora el joven, junto con aquellos peones que lo habían ayudado a sacar al animal, se estaban limpiando toda la sangre y resto de aquel mal parto con una manguera en el patio. Vio como el veterinario se terminaba de sacar el pantalón de trabajo que había usando y se quedaba en interiores, unos muy cortos. Tras terminar de lavarse el chico recogió la ropa sucia y camino a una camioneta estacionada en la entrada, depositó aquella ropa lavada a medias y esas botas de goma de trabajo en la batea de vehículo, y extrajo de la cabina ropa con la cual cambiarse. No dejaba Antonio de mirar como la hija se devoraba con los ojos a aquel muchacho. Antonio sonrió; Génesis y Leandro eran adictos a estos chicos lindos; y él comprendía la razón de ello, aquel joven tenía un cuerpo delgado, lampiño, de músculos apenas marcados, propios de corredor de maratones o nadadores olímpicos; y un bello y nada despreciable culo redondo.

Pese a la oferta de que se quedara a comer, el joven veterinario dijo que necesitaba regresar al pueblo, que lo esperaban otros clientes; pero agradecía la oferta y cuando tuviera oportunidad seguro aceptaría encantado la invitación. La cara de decepción de Génesis divirtió a Antonio. Después de que el chico se hubiera ido, Génesis se volteo y le dijo.

—Bien parece que seremos nosotros dos esta noche para comer, voy a la cocina a ver que preparen ese ternero y no lo vayan a estropear.

—Si seguro, —respondió el padre de la chica.

Tan pronto Génesis salió, se acercó uno de los peones que había ayudado con el parto y que aún estaba empapado tras el baño con la manguera.

—¿Va a necesitar algo más el patrón?, —preguntó aquel chico apenas vestido con un pantalón blanco de trabajo y cholas, propio de los trabajadores del lugar.

Confrontación - Serie: Étoile Producciones - 03Donde viven las historias. Descúbrelo ahora