Capítulo XXII

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De primera clase

Leandro había sido arrastrado por su madre a la hacienda de la familia. Era en segundo de los hijos de la pareja Guerrero-Cruz y Montes, y único varón; la hermana era la mayor y como su madre una verdadera amazona; a ella le encantaba montar, le gustaba la hacienda, el ganado, y los peones (en el sentido literal). Leandro se confeso gay al cumplir los diecisiete años; no hubo más remedio en ello, fue atrapado por su madre en la cama follándose al hijo de una de las empleadas de la casa. Imaginó que su padre lo mataría a golpes, como seguramente su abuelo hubiera hecho. «Tú no vas a heredar la hacienda, así que empieza a pensar de qué vas a vivir cuando crezcas, yo tengo a suficientes bastardos no maricas a los que puedo reconocer y entregarles el lugar», fue lo único que comentó el padre.

Cuando el padre no lo lanzó a la calle; la madre también optó por una posición más neutral; ella no contradecía a Antonio, pero tampoco permitiría que su hijo se convirtiera en un cualquiera, y volviera la casa en un prostíbulo. Las nuevas reglas fueron simples; en casa y en el trabajo (la hacienda) nada de follar a los empleados, sus hijos, parientes, o pare de contar; podría tener 'amiguitos' pero no invitarlos a la casa o a alguno de esos lugares. Y como dijo el padre, tendría que ver como se pagaría los gastos en un futuro cercano tras dejar de estudiar.

Leandro aceptó las reglas con una sonrisa en la cara y no creía su suerte. Y estudio. Antes de los veintidós se estaba graduado de abogado; él no iba a permitir que lo dejaran fuera de la herencia, ni su padre, ni su madre, ni la puta de su hermana; y mucho menos alguno de los tantos bastardos de su progenitor. En ese tiempo también confirmó cuántos posibles rivales habían a su herencia; la cantidad no le gusto, y seguían aumentando cada año. No es que estaba interesado en la hacienda, no le gustaba el campo, los olores a guano del ganado, y pare de contar; pero el dinero que generaba era otra cosa, le gustaba el dinero y lo que podía comprar.

Sus abuelos maternos le regalaron una pequeña fortuna al graduarse; y él los supo invertir; habían pasado dos años y había casi quintuplicado aquella pequeña fortuna. Hoy a sus veinticuatro años era uno de los solteros más codiciados del lugar. Descubrió que tenía ojo para los negocios y la bolsa, eso alegró a su madre y consiguió algo de respeto de su padre. Con sus ingresos se compró algunas propiedades, incluido un apartamento de lujo en la ciudad y una quinta en el pueblo donde estaba la hacienda. Su madre le había prohibido hacer sus 'cosas' en su casa, bueno él ya tenía sus propios y acondicionados tiraderos.

—¡Guau!, —dijo Pablo cuando entraron en aquella quinta cerrada en las afueras del pueblo.

—Te gusta, —dijo Leandro atrás.

—Tienes piscina, —completó Pablo al ver el pozo de agua en la parte de atrás de aquella casa donde el hijo del amante de su madre lo había llevado.

—Pero no vayas a brincar así, me la embarrarías con toda esa tierra que llevas.

Pablo ya empezaba a desnudarse en aquel patio, mientras Leandro lo miraba divertido.

—No pongas esa cara de pervertido, no somos hermanos..., medio-hermanos, ni nada parecido; —sonrió Pablo ya todo desnudo en aquel patio.

—Ya te dije que lo se.

—¿No hay sirviente aquí?

—Una mujer viene una vez por semana y limpia. Y sabe que si tengo el carro parado en el estacionamiento, entonces tengo visitas y vuelve el día siguiente.

—Muy conveniente; ¿y tú no vas a...?, —Pablo indicó a la ropa del sujeto.

—¿Te gustan los azotes?

Confrontación - Serie: Étoile Producciones - 03Donde viven las historias. Descúbrelo ahora