Dragón Marioneta

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El miedo le congelaba el corazón. Tenía miedo del comportamiento amable de William. No la había vuelto a besar en la boca, ni a tocar de manera sugerente. El contacto físico que tenían era inocente e infantil. Él no podía ser más amable. Se quedaba con ella todo el día, le leía en voz alta, la miraba con cariño y la animaba a hablar y comer. Ya no le ordenaba nada, le hacía sugerencias nada más. Sus modales habían vuelto.

Era el hombre que había sido cuando lo conoció, pero eso la aterraba. Había leído el capítulo en donde la quemaba, era como si la autora lo poseyera. No importaba quién fuera William en realidad, porque la escritora podía usarlo como a una marioneta. En el momento menos esperado, lo volvería a convertir en un monstruo.

Solo quedaba un día para la boda. Ambos estaban sentados en una cómoda mecedora. William le había sugerido que recostara la cabeza en su hombro y eso hizo. Tenían una gruesa manta sobre ellos y una fogata ardiendo en frente. Se permitió bajar la guardia por unos segundos, triste porque él podía irse en cualquier momento, cuando la escritora lo deseara.

William leía en voz alta. Era un cuento de Lovecraft, de los que tanto le gustaban a William. Siempre que le leía en voz alta, incluía a Lovecraft.

— ... En el eminente terror de aquel instante me olvidé de lo que me había espantado y el estallido de aquel recuerdo se evaporó entre una anarquía de imágenes reiteradas. Como si estuviera en un sueño, salí de aquel edificio fantasmal y maldito y corrí rápidamente y en silencio a la luz de la luna...

Su voz era perfecta para la lectura en voz alta. Era un hombre con errores, pero bueno al final, al menos para ella, un hombre bueno que había sido manipulado. Sintió tanta tristeza por él. Al menos ella sabía que podía perderse a sí misma, que podía ser usada por alguien jugando a ser Dios, pero William no sabía. No sabía que alguien más hacía lo que le placía con él.

— Y fin — suspiró William.

— ¿Puedes volver a leer el último párrafo?

— Claro — dijo él con una sonrisa
—, sólo un momento. Taggard — llamó.

El empleado salió de su escondite, desde el que cuidaba a la pareja, se acercó a su jefe, solícito.

— Tómanos una foto — tomó el celular de su prometida y se lo pasó a Taggard.

William empezó a leer de nuevo, los dos últimos párrafos, para volver a sentirse dentro del relato. Ni él ni Carolina se enteraron cuándo Taggard tomó la foto, pero al final del relato, él entregó el celular y volvió a esconderse para hacer guardia.

— Es un buen fotógrafo, Taggard — William sonrió.

— Nos vemos bien.

Carolina recordó lo bien que podía mentir una foto. No era que no le agradara el verdadero William, pero aún era doloroso pensar en lo que él le había hecho.

— ¿Qué quieres almorzar? — preguntó William, devolviéndole el celular.

— Lo que tú quieras está bien.

— Vamos, Caro, puedes decirme qué quieres.

Carolina sonrió con cinismo, aprovechando que él no la veía bien. Lo que quería era irse con la promesa de que James estaría bien. O al menos que la escritora dejara de manipularlos a todos. Sin embargo, no podía decirle eso.

— Quiero comida japonesa.

— Taggard — llamó William, de nuevo —, ya escuchaste a la señorita.

Taggard volvió a salir de su escondite.

— Ten listo el auto en media hora, iremos a Nagai Grill, llama y avisa que vamos en camino — ordenó y después miró a su novia —. El dueño es un buen amigo mío.

— Gracias por pensar en mí.

William sonrió. La manera en la que ella le hablaba todavía no era la de antes, pero se había relajado un poco. Eso era bueno, la relación había empezado con el pie izquierdo, quería arreglar todo. Vio su rostro. Ya no se veía tan pálida. Acarició su mejilla.

— ¿Me dejarías besarte? — preguntó en un susurro.

Vio que Carolina frunció el ceño. William nunca le había pedido consentimiento para besarla. Al principio no lo hizo, no cuando se conocieron. Después, cuando le dijo que se casara, tampoco. Era extraño. Se preguntó si era de nuevo la escritora jugando con ellos.

— No importa — repuso William al ver su indecisión.

Se descubrió y caminó por el porche. La madera estaba fría. La noche anterior había nevado. Intentó recordar cómo había sido antes de entrar al ejército, cómo había sido su adolescencia al lado de Margaret. Supuso que estaba pagando con Carolina de nuevo por su egoísmo. Había cometido el mismo error con ella y con Margaret. Solo llevaba unos días intentando remediar sus acciones y ella aún no respondía hacia él de manera favorable. Dudaba siquiera que pudiera tocarla en la noche de bodas, pero eso ya no importaba. No sabía ni siquiera por qué le había propuesto un trato tan horrible, no entendía que había pasado por su mente. "¿Debería cancelar nuestro trato?", se preguntó, viendo los árboles cubiertos de nieve.

Giró a mirarla, ella seguía protegida del frío en la manta. Tenía en las manos el libro de cuentos. En su mano todavía tenía una venda. Se sentó en el suelo a su lado. Puso la cabeza sobre su regazo.

— ¿Me perdonarás algún día? Sé sincera.

— Tengo que hacerlo — respondió ella después de unos segundos largos.

— ¿Por qué? ¿Me temes?

— Sí. Pero no es por eso.

— ¿Por qué, entonces?

— ¿Qué clase de vida tendría yo si todo lo que llena mi corazón es odio? No sería diferente ti ni de James — además, era posible que las cosas que hizo las hubiera hecho como una marioneta de la escritora.

William se puso de rodillas. Tomó sus dos manos, acarició el dedo del anillo y después giró la mano para ver la herida. La miró a los ojos.

— Llena tu corazón de amor por mí y llena el mío de amor por ti. Déjame empezar a llenarlo desde ahora, acepta un beso como mi promesa.

Carolina sintió que el mundo se detenía. Nunca le habían dicho algo tan hermoso. Era el villano el que le estaba declarando su amor, pero era sincero. Vio la herida en su mano. ¿Podría? ¿Podría voluntariamente ser la princesa del dragón marioneta? ¿Podría perdonar al dragón que no podía evitar ser un dragón? Era como si la maldición de una bruja lo hubiera convertido en un monstruo.

Sonrió con tristeza.

Se sentó al lado de William en el suelo y lo envolvió con la manta. Cerró los ojos y levantó el rostro, se sentía como si nunca hubiera dado un beso. William vio la inocencia pintada en su rostro, la entrega y el dolor. Quería hacerla suya, pero ese siempre había sido su error.

"Seré tuyo, entonces, pequeña niña", se dijo antes de besar su frente.

Donde Viven Las Historias [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora