La Cena

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El interior de la casa era incluso más lujoso de lo que Carolina se había imaginado, parecía sacado de una revista. No entendía por qué alguien con una casa así querría vengarse por nada. Caminó por el pasillo, sorprendida, las paredes eran color crema, las puertas eran de cristal, era moderna y hermosa. Se sentó en el sofá de la sala, se acostó y recordó la primera vez que había visto los ojos de James.

— ¿Puedes dejar de revolotear? — preguntó James, pero era más como una orden.

— Aquí nos conocimos, ¿cierto?

— Lamentablemente — respondió él.

— ¡James, ya llegaste! — dijo la señora Morton, aproximándose a él —. Y trajiste una señorita.

Carolina se levantó del sofá y se presentó a la señora Morton. James escuchó que su apellido era español. ¿De dónde era ella? ¿Era hija de hispanohablantes en Reino Unido o venía de otro país?

— ¿Quieres algo de tomar mientras está la cena? — preguntó la señora Morton.

— No, gracias, así estoy bien.

— Señora Morton — James llamó su atención —, ¿dónde está Bancroft?

— En la biblioteca.

— Vamos a estar allá.

James le dio una mirada fría a Carolina y con un gesto de la mano le ordenó que lo siguiera. Carolina le sonrió, a modo de disculpa, a la señora Morton y siguió al dueño de esa increíble casa. La biblioteca también tenía puerta de cristal, pero las cortinas negras no dejaban ver el interior. James abrió y Carolina no pudo evitar enamorarse. Corrió hacia los libreros, sin reparar en el hombre que estaba sentado en el escritorio.

— ¿Has leído algo de esto o sólo lo tienes para decorar? — le preguntó a James.

— Te lo juro, ella es una pesadilla — le dijo James a Bancroft, mientras se recostaba en uno de los libreros.

— ¿Cuál es su nombre? — preguntó Bancroft.

— Dice que se llama Carolina Rojas. Espera.

James caminó hacia ella y le quitó la maleta en un movimiento rápido.

— Oye, ¿qué haces? — gritó ella.

James le entregó la maleta a Bancroft y cogió las muñecas de Carolina para dejarlas detrás de su espalda. Ella se removió y le dijo que no tenía nada extraño en la maleta, pero él no le hizo caso.

Bancroft desocupó el contenido de la maleta sobre el escritorio. Habia ropa de cambio normal: jeans y una camisa. Las agendas tenían anotaciones sobre medicina, eran bastante organizados. Tenía una cartuchera llena de bolígrafos de distintos colores, resaltadores, lápices y un par de marcadores. También había un libro sobre histología. En los bolsillos pequeños había papelitos de comida, un par de toallas intimas, papel higiénico, cepillo de dientes y crema dental. Bancroft encontró la billetera. Tenía una cédula de identidad de Colombia, un carnet de estudiante de una universidad en Colombia y algo parecido a una tarjeta de Metro.

— Ese sí es su nombre. Tiene 18 años, pronto cumplirá los 19, es de Medellín, en Colombia — informó Bancroft y se sentó a revisar algo en el computador —. No hay registros de ella en Inmigración.

James frunció el ceño y la soltó. Ella movió un poco los brazos y se masajeó las muñecas. Estaba cansada de que James siempre la tratara mal, ella solo quería ayudarlo. James recuerdó algo de vital importancia: su celular. Metió la mano en el bolsillo de Carolina y sacó el celular.

— La contraseña — ordenó.

— No — respondió —. ¡Ya está bien! ¡Me voy! No sé cómo aparezco en esta ciudad, no sé cómo hago para llegar a ti y no sé por qué aparecí al lado de William, lo único que quise fue ayudarte y me tratas como a una delincuente. ¡Cada vez que vuelva, ignórame, porque yo tampoco quiero estar cerca de ti! ¡Dame mis malditas cosas!

La señora Morton golpeó a la puerta y en seguida entró. Parecía extrañada con la situación, pero de todas maneras les avisó que la cena ya estaba lista. Ella salió y Carolina fue al escritorio a empacar sus cosas, Bancroft le ayudó. Se puso la mochila en la espalda y miró a James, con ira, estiró la mano para que le devolviera el celular.

— ¿Por qué no te quedas a comer? — ofreció Bancroft.

Caminó hacia James y le quito el celular y se lo pasó a su dueña. Carolina miró bien a Bancroft. Su cabello era rubio sucio y tenía algunas canas. No tenía barba ni bigote y era muy delgado. Y a diferencia de James, se veía que era educado y amable.

— Claro, si no desaparezco antes de llegar al comedor, sería un placer.

— Por cierto, mi nombre es Jeremy Bancroft.

Le ofreció su brazo y ambos caminaron hacia el comedor. Bancroft entendía la paranoia de James, pero esa chica era todo menos peligrosa. Que él supiera, William no tenía negocios en latinoamericana por lo que descartaba que ella fuera una espía o alguien perteneciente a su organización. Además, como ella había dicho, no había hecho nada más sino ayudarlos. Por la razón por la que fuera, ella tenía una habilidad para meterse en todas partes y usaba esa habilidad a favor de James.

— ¿En qué año vas de medicina? ¿Primero? — preguntó Bancroft, en la mesa.

— Voy en sexto semestre. En mi universidad cuentan los semestres.

— Vaya, eres muy joven.

— En mi país empezamos la universidad a los 17 y yo estaba adelantada un año.

La persona que cocinaba para James tenía un gran talento. La carne de cordero se deshizo en la boca de Carolina. El vino que habían servido le pareció atractivo de pronto. Solo tomaba vino en navidad. El que estaba en su copa era un vino transparente, lo probó y aunque el sabor sólo no le gustaba, quedaba espectacular con el sabor de la carne.

— Parece que uno hubiera comido en años — replicó James, ofuscado.

— No todos los días como así, James, no soy rica y mi vida universitaria me limita mucho — se defendió ella.

Miró la hora en su celular. Había pasado una hora y media desde que entró. No sabía cuánto equivalía eso en el mundo real.

— ¿Sabes? Ayer William me invitó a comer. Si hubiera tenido tu contacto, me habría ido con él y tú por fin habrías podido matarlo.

— ¿Qué? — James dejó los cubiertos.

— Apuesto que, a pesar de ser un villano, se habría comportado como un caballero.

Carolina miró su celular de nuevo, pero está vez fue a Wattpad. A ver cómo iba la historia. Había pasado dos capítulos dentro de la historia. Se levantó de la silla y tomó su maleta.

— Gracias por la comida — dijo hacía Bancroft y desapareció en el aire, como siempre.

Bancroft se paró de su silla y miró a James, quería una explicación lógica. Él solo se encogió de hombros, malhumorado.

Donde Viven Las Historias [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora