En Casa

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A las ocho de la mañana James ya podía sentir el horrible calor veraniego colarse y llenar cada rincón de su apartamento. Recibió el domicilio y volvió a subir las escaleras. Bancroft lo recibió con la mira del arma apuntando a él. Suspiró con alivio y bajó el arma. James puso el desayuno sobre la mesita. El café negro lo despertó aún más, pero se quejó mentalmente de no tener cigarrillos con él.

— ¿Por dónde deberíamos empezar esta vez a buscar? — James miró inquisitivamente a Bancroft.

— Ya que rastrear sus negocios legales no ha funcionado como creí, deberíamos investigar sus negocios ilegales. Va a ser mucho más peligroso, James. Si antes no ha visto la necesidad de venir por ti, cuando vea que nos metemos en esos negocios, no le va a importar quién eres.

— Bien, no importa. No puedo dejarlo escapar de nuevo. No podemos. Por ahora termina de desayunar, quiero ir a casa.

James condujo, de nuevo, había probado el auto por un par de meses y le encantaba. Era un Mercedes-Bentz GT, el último modelo, negro, hermoso. En la congestión de la ciudad era una mierda conducirlo, pero fuera de la ciudad podía correr como si fuera un animal salvaje, libre, peligroso. El viaje no fue demasiado largo, tomó las calles cada vez más pequeñas y vio por fin su casa. Había estado viviendo en ella los últimos tres años. Una gran venganza necesitaba de una gran guarida. Parqueó el auto y saludó con la mano al guardia.

Entró con Bancroft al interior de la casa. El gran vestibulo deslumbró a Bancroft, de nuevo. Cuando Margaret Dawson lo contrató quince años atrás para protegerla, se acostumbró a los lujos, la buena vida, el alcohol costoso y delicioso, las mujeres bellas y las camas tan cómodas como una nube. Quizá por eso los últimos meses lo habían maltratado tanto. Había dormido en la calle, en alcantarillas y pasó semanas enteras sin poder bañarse. Vio a James, tan cómodo y relajado en ese ambiente, sin duda era el hijo de Margaret. Tenían los mismos ojos azules, aunque la mirada cautelosa la había desarrollado James con los años, esa no era de Margaret. James era alto, a los trece habría superado la altura de su mamá. Aunque su cabello era mucho más oscuro que el de su madre.

— ¿Quieres que llame a un médico? — James entró en una habitación, sin esperar respuesta.

— No es necesario, James. Me encargué de eso antes de encontrarnos.

— Como digas — replicó James, volviendo de la habitación, pero sin el saco negro y sin la corbata.

Enrrolló las mangas en sus brazos y Bancroft pudo ver las cicatrices de la bala, deformada por los años y el crecimiento. Había cruzado su carne suave de niño.

— ¡Mi niño! — gritó una mujer baja y regordeta al otro lado del pasillo.

La mujer se acercó a James, lo abrazó y le dio besos en las mejillas. Su uniforme gris no le quitaba toda la vitalidad que parecía desbordar en su sonrisa y sus cachetes rojos. James sonrió.

— Señora Morton, cualquiera diría que no me ha visto en años — repuso James, cándido.

— Nettie, no has cambiado ni un pelo — gruñó Bancroft.

— Tú sí, querido — respondió la señora Morton, miró a James, el amo de la casa —. ¿Quieres que le prepare una habitación a este viejo?

— Por favor, señora Morton. Estaremos en el bar — avisó.

Ella los dejó solos y subió al segundo piso. Mientras tanto ellos bajaron al sótano. James destapó uno de los vinos y sirvió en dos copas. Terminó la suya pronto y Bancroft apenas le dio una probada a su trago. Vio el reloj en la pared, eran las once de la mañana. En James no solo veía a un jefe, era el hijo de Margaret, tenía una deuda con ese muchacho y con su madre. Él había fallado una vez y eso los tenía en aquel lugar, planeando una venganza, buscando desesperadamente a un horrible hombre y bebiendo alcohol antes de medio día. No fue nunca amante de los vicios, pero James era propenso a causarse sufrimientos innecesarios.

Las personas que conocían a James lo tomaban por un joven casero, educado, inteligente, amable y probablemente no lo creerían capaz de hacerle daño ni a una mosca. Bancroft lo conocía mejor que nadie, James no era esa persona. Tampoco era solo un chico rico y playboy, aunque diera esa apariencia.

— ¿Has conseguido novia, James? — preguntó Bancroft.

James giró los ojos. Para los mayores parecía que solo un compromiso amoroso era importante en el mundo, cada lord, magnate y político que su madre había conocido le preguntaba lo mismo. Él solo tenía una respuesta, pero solo se la daba a Bancroft.

— La venganza es mi novia.

— Es una novia bastante fea — susurró para sí y se tomó el vino restante —. Iré a buscar a Nettie y a descansar otro poco — le informó a su jefe —. Después de eso llamaré a mis contactos. Tal vez lo encontremos por movimientos fraudulentos de dinero.

Se levantó y cojeó hacia la escalera. Se detuvo en su camino y giró a ver de nuevo a James. El susurro del vino cayendo de nuevo en la copa no le gustó ni un poco. Siguió su camino, enredado en su culpa, él era responsable en parte por el camino que había tomado James.

Rápidamente, James pasó de tomar en la copa a tomar directamente de la botella. Fue a la sala del primer piso y miró las fotos familiares sobre la chimenea. Un trueno sonó a lo lejos. James le había tenido miedo a los truenos... hasta los diez años, cuando supo que había cosas peores que un trueno, que había truenos mucho más poderosos.

Sintió un peso cálido en sus piernas. Bajó la mirada. Una muchacha de su edad tenía la cabeza recostada en sus piernas, tenía el cabello negro suelto y se esparcía por sus muslos, era tan largo que caía en el sofá y contrastaba con la tapicería color crema. Estaba en pijama y su rostro no tenía ni una pizca de maquillaje. Tenía su celular en la mano y la luz blancuzca le rebotaba en los ojos. James se levantó con prisa, asustado. No había nadie en la sala más que él. Dejó la botella de vino a un lado. Había alucinado. Miró con cuidado la botella de vino.

— ¡Señora Morton! — llamó.

Donde Viven Las Historias [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora