Príncipe Azul

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La mañana no podía ser más radiante. Carolina estaba segura de que James iba a llegar a rescatarla. Antes no había imaginado que podía escapar con él, porque se habían peleado tan feo. Creyó que él la odiaría toda la vida, pero la iba a ir a rescatar.

Mientras la preparaban para la boda vio por la ventana a los guardias de seguridad. Parecía un pequeño ejército. William no había preparado esa fuerza armada por James, lo había hecho por los enemigos que se había ganado después de que varios cargamentos de joyas se perdieran y las rutas se delataran (por culpa de James). No había escatimado en recursos, pero Carolina estaba segura de que James llegaría.

Cuando terminaron de peinarla, maquillarla y vestirla, la dejaron verse en el espejo de cuerpo entero. Parecía una princesa de un cuento. Se imaginó corriendo de la mano de James, huyendo de William para siempre, como si fuera una película de Hollywood. Sonrió, feliz y esperanzada.

— Se ve enamorada, señorita — comentó el organizador de la boda.

— Lo estoy — susurró, viéndose de nuevo en el espejo.

— Bueno, me alegra, porque ya es hora. Vamos al jardín, todo ya está listo.

Caminaron por los pasillos de la casa hasta la entrada trasera, la que daba al jardín. La puerta estaba medio cerrada. Unas niñas pequeñas irían delante de ella, tirando pétalos de flores y otra cargando los anillos. Después iría ella sola. Era algo que ya habían ensayado. Carolina no tenía idea de quiénes eran las niñas y no le importaban, sólo le importaba James. Probablemente iba a llegar en un momento dramático, en el "hable ahora o calle para siempre" o en el "¿acepta?" o en el "puede besar a la novia". Solo era cuestión de tiempo.

El organizador abrió la puerta y le dio la orden a las niñas de salir. La música del cuarteto de violines comenzó a sonar, enredándose en las ramas desnudas de los árboles. Carolina salió. El jardín le recordaba a Narnia. Era como si hubiera entrado en el ropero. Era brillante, blanco y perfecto. El velo en frente de sus ojos le agregaba otra capa de misticismo a la escena.

No conocía a los invitados, eran todos conocidos de William. Él, su prometido, estaba en el altar. Viéndola con una devoción que a Carolina le resultó incómoda. Ella estaba esperando para irse. Caminó hacia él y se paró en frente de él.

— Eres hermosa — susurró él.

— Te ves muy guapo — respondió.

Era verdad. William siempre había sido guapo, pero se veía como el prototipo de novio. Se había quitado la poca barba y bigote que tenía, se había recortado el cabello y parecía mucho menor de lo que era. Parecía el hermano de James, no su padre.

— Estamos aquí reunidos... — comenzó el cura.

Carolina estuvo siempre atenta a cualquier ruido, a cualquier movimiento. James llegaría en cualquier momento. La parte de los votos llegó más rápido de lo que se lo imaginó.

— Caro — William la miró —, no he sido el mejor contigo, tú eres demasiado buena para mí. Puede que sea egoísmo o amor, pero no quiero pasar ni un instante de mi vida lejos de ti. Intentaré, en lo que reste de mi vida, ser igual de bueno que tú.

William puso el anillo. Carolina tuvo pánico de repente. ¿No iban a decir la parte de acepto? ¿Y el "hable ahora"? Además, no había hecho los votos. Tenía que inventar algo mientras James llegaba. Imaginó que era James el que estaba en frente.

— Llegar a ti fue una sorpresa. Siempre creí que las personas que se enamoraba rápidamente habían perdido la cordura. Ahora sé que es verdad porque yo la perdí cuando te conocí. Haré todo lo posible para que tengas tu final feliz — suspiró, miró a William a los ojos —. Por eso acepté pasar mi vida contigo.

El cura dijo la parte del acepto, los dos aceptaron. Carolina se empezó a impacientar. James se estaba retrasando. Ya no quería una entrada dramática, solo quería que llegara. El cura no dijo la parte del "hable ahora o calle para siempre".

— Puede besar a la novia — dijo el anciano.

Carolina escuchó el flash de las cámaras, se sentía congelada como un carámbano de hielo. William se acercó a ella y levantó el velo.

— ¿Puedo? — susurró.

Carolina miró a todos lados. Su príncipe azul no había llegado. Miró a William de nuevo. Asintió con resignación.Tenía miedo de no seguir el plan de la autora, de que liberara al monstruo. Ahora estaba atada al dragón. William la besó, un beso corto, nada lujurioso, más bien tímido. Un beso que sellaba el trato. Ahora era Caroline Jones.

Trató de mantener una máscara de modesta felicidad durante la fiesta. Todo pasó entre fotos, presentaciones, nuevos conocidos, felicitaciones, pastel, bailes y besos castos con William. Iba de un lado a otro como en un torbellino de sensaciones. Se había acabado de casar con un hombre que tenía veinte años más que ella. Se había casado con el padre del hombre que creía que amaba, el que la había dejado abandonada.

Al acabar la fiesta, William y ella se cambiaron de ropa y fueron al auto. Pasarían un tiempo en su casa de campo en Cambridge, mientras los negocios volvían a la normalidad. Dentro del auto, Carolina se acostó en el asiento cómodo y puso su cabeza en el regazo de su dragón. Esperaba que la autora no lo cambiara de repente, porque necesitaba al William de verdad en ese momento, necesitaba un hombro en el cual llorar.

Él acarició su cabello. Sabía que ella sólo había pretendido durante toda la boda. Le había dolido. Había pensado en cancelar todo cuando esperaba por ella, pero cuando la vio... No pudo hacerlo. Era demasiado egoísta aún, porque no podía dejarla ir, quería pagar por todo lo que había hecho mal, quería que ella lo viera como antes.

— Te voy a amar tanto que llegará un día en el que lo olvides — prometió y miró por la ventana.

Sintió humedad en sus rodillas. Su esposa estaba llorando. Siguió acariciando su cabello, hasta que ella se detuvo. Se había dormido. Era lo mejor. El sueño se llevaría los pedazos rotos de su corazón y cuando se despertara, estaría un paso más cerca de él. De la nueva vida que iban a construir.

Donde Viven Las Historias [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora