Prólogo

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James salió del auto, lanzó la puerta con furia y caminó de un lado a otro. Los sapos croaban y él podía percibir el asqueroso y pegajoso olor del río Tamesis tan característico del verano. A lo lejos los rayos dibujaban formas extrañas en las nubes. James recordó su niñez. Hasta más o menos los diez años había tenido miedo de los rayos y los truenos. "Solo han pasado diez años", pensó, mientras sacaba del interior de su saco una caja de cigarrillos. Quedaba uno. Lo encendió y botó la caja vacía al suelo. Se sintió más tranquilo después de inhalar el humo cancerígeno.

— Enfermarás, muchacho — dijo alguien detrás de él.

La voz conocida de Bancroft lo devolvió a la cruda realidad, al estrés. Le dio otra calada a su cigarrillo y lamentó no tener más. Terminó el cigarrillo en tiempo récord y miró a Bancroft. No lo había visto en meses y pudo notar que el tiempo no lo había tratado bien. La ropa le quedaba mucho más holgada que antes, aunque nunca había sido un tipo fornido. Eso no era lo más impactante de su aspecto, era su rostro pálido y el cabello largo, delgado y canoso. "Envejeció, los dos lo hicimos", pensó James.

— ¿Averiguaste algo? — cuestionó James.

— Llegué a un punto muerto. Casi muero en Alemania — caminó y James notó la cojera.

— ¿No hay alguna otra pista? Un hombre no puede simplemente desaparecer.

— Ambos sabemos que sí puede, James.

Se miraron por un par de segundos, compartiendo el recuerdo de alguna experiencia pasada. Bancroft lo miró con tristeza. Los otros muchachos de su edad estaban de fiesta, teniendo novias, bebiendo. James no sabía qué era eso, tampoco quería saberlo. Tenía un único objetivo, algo que lo hacía respirar, que lo alimentaba. Bancroft incluso llegaba a desear que nunca cumplieran su objetivo. Cuando llegara ese día, él perdería la razón de su existencia.

— Sube al auto, vamos a casa —:ordenó James.

— Es peligroso que nos vean juntos. Si saben que sigo trabajando para ti...

— Ya lo saben, Bancroft. Él siempre lo ha sabido.

Ambos subieron al auto y James condujo. Condujo en silencio, apretaba el volante con fuerza cada vez que recordaba que otra vez había escapado entre sus manos, como agua o arena. Lo había perseguido por tres años y dos veces había estado tan cerca de atraparlo que podía volver a oler su colonia o sentir exactamente qué sentía al oír su voz.

Fue hacia Wesminster City y parqueó su carro en el garaje de uno de los edificios del 72 de Vincent Square. Él y Bancroft bajaron y subieron por las escaleras, Bancroft hizo un uso excesivo del pasamanos para poder subir hasta el último piso del edificio. Los apartamentos de las primeras tres plantas estaban desocupados. El único que se usaba era el último, el que siempre usaba James cuando no quería llegar a su casa.

En ese momento los muebles estaban cubiertos con fundas. James quitó el del sofá para que Bancroft se sentara. Fue a la cocina y revisó la despensa y la nevera. Como lo había pensado, no había nada. Aprovechó el momento a solas para sentirse miserable. Habían perdido toda pista de nuevo y casi había perdido a Bancroft. Revisó con cuidado los gabinetes y encontró unas galletas viejas y café en un tarro. Tendría que bastar.

Al volver con el café a la sala, Bancroft estaba dormido, con su arma en el pecho, su mano izquierda la agarraba firmemente. James se preguntó cuántas noches habría dormido así, temiendo que cualquiera entrara en la habitación cutre de un hotel para rebanarle la garganta. Claro que Bancroft recibía una pequeña fortuna por cada hora que trabajaba, pero James sabía que lo hacía por él. Buscó una cobija y la puso sobre el cuerpo de su empleado.

— Descansa, Bancroft. Mañana tienes que volver a trabajar.

Donde Viven Las Historias [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora