Dime Will, ¿vale?

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La casa era una mansión. El jardín era inmenso, había arbustos podados y alineados en formas geométricas por metros y metros. Taggard condujo a la novia de su jefe al interior de la mansión. Había artefactos y pinturas por ahí que la hacían parecer casi un museo. El suelo tenía gruesas alfombras, habían empleados por ahí, limpiando, llevando recados, organizando.

Por fin llegaron a la habitación principal. Era espaciosa. Era la habitación de un rey. La cama era gigantesca, los muebles eran de madera robusta, las ventanas eran pequeñas pero dejaban pasar la luz de la tarde maravillosamente.

— Esta es la habitación del señor Jones — informó Taggard —. La estilista vendrá en una hora. Puede esperarla acá o en la biblioteca. Además, el señor Jones me pidió que le dijera que es libre de pasear, pero le pide que no salga del interior de la casa.

— Me quedaré aquí — susurró Carolina.

— Estaré afuera de la habitación si algo se le ofrece — dijo Taggard y salió.

Carolina recorrió la habitación. Allí dormía el malvado William Jones. En una mesita de noche vio fotos. Una era de él y de Margaret de adolescentes. Era la misma que Bancroft le había mostrado. La otra era de ellos más adultos, pero había un niño de unos diez años junto a ellos. Era James. Le dolió el corazón. Cuando James se enterara que se iba a casar con Jones, probablemente sufriría.

Fue al baño y se vio en el espejo. Tenía el rostro rojo por llorar y por contener el llanto. Intentó desaparecer, sólo un poco y vio que su reflejo parpadeaba. Dejó de intentarlo. Podía irse, era libre de irse y volver a su mundo, al mundo real. Abrió la llave de la tina. Esperó a que se llenará y se metió al agua tibia con todo y ropa. No podía irse, no le podía hacer eso a James. Era preferible romperle el corazón a verlo muerto. Se quedó en la tina, abrazando sus piernas, pensando en lo desastrosa que se había vuelto su vida por culpa de Ineffable vengeance.

Cuando salió, se puso una de las batas de William. Le quedaba grande. Poco después llegó una señora rubia de unos cuarenta años seguida de dos jóvenes en sus veintes, ambos de cabello tan negro como el suyo. Los tres eran altos, se vestían estilizadamente y la miraron como un proyecto fallido.

— Soy Angela — dijo la señora de cuarenta —. Ellos son Samir y Geraldine.

Durante las siguientes cuatro horas, la señora, Angela, estuvo paseando de un lado a otro, ofreciéndole vestidos, pantalones, camisas, sombreros, tacones, zapatillas, sandalias, joyas, incluso cortaron su cabello, depilaron su cuerpo y pintaron sus uñas. Le pusieron mascarillas y maquillaron su rostro. Cuando acabaron no parecía ella, para nada. No parecía la estudiante de medicina de clase media que había sido cuando llegó. La habían convertido en la prometida de un hombre rico y con clase.

Angela le explicó cómo habían elegido el armario y poco a poco fueron organizando el gran armario (una habitación completa) para que cupiera su nueva ropa y la ropa de William. En otra ocasión aquello habría sido como convertirse en la Cenicienta, pero en ese momento era como convertirse en una muñeca sin decisión alguna. Los estilistas se fueron y la dejaron sola en el armario. Se miró de nuevo en los espejos. Bajó la cabeza y supo que las lágrimas no demorarían en salir de sus ojos. No sabía cómo iba a resistir. No era tan fuerte.

Se levantó de golpe cuando Taggard entró.

— Señorita, el señor Jones quiere que lo reciba en la puerta de la casa.

— Claro — musitó, recomponiéndose.

Veía el vestido con tristeza mientras caminaba. Si hubiera ido un regalo de Bancroft o de James, habría estado feliz, habría sido bueno y lindo. Como era un regalo de William, eran unas cadenas, unas cadenas muy bonitas. Siguió a Taggard hasta la puerta de la casa. Bajó las escaleras, apoyándose en la baranda de madera. Era como ser una princesa prisionera. Era como Bella de La Bella y La Bestia. Las únicas diferencias eran que ella sí quería a Gastón, aunque fuera un idiota.

William sonrió complacido cuando la vio vestida y arreglada. Una hermosa jovencita inteligente y amable. Le recordaba a Margaret. Eran tan parecidas. Harían lo que fuera por proteger a James, pero no podían evitar caer ante él. William sabía qué clase de poder de percepción tenía, sabía del arte de manipular y aunque Margaret y Carolina se habían resistido, al final... no habían tenido otra opción.

— Párate derecha — le dijo, después de darle un casto beso en la frente.

— Sí, señor — susurró y enderezó su espalda.

— Dime amor o cariño. Cuando estés brava, dime Will, ¿vale? — dijo con una sonrisa.

— Sí..., cariño — Carolina sintió que su garganta ardía

A pesar de todo mantuvo su postura y trató de no mostrar su sufrimiento. No podía comprender, William nunca había sido así. Parecía una persona distinta.

— ¿Qué te parece si vamos a la cama? — comentó él, pícaro.

— ¿Podemos esperar hasta la boda? — pidió, casi en un grito, se tambaleó en sus tacones.

La sonrisa de William desapareció de repente. No se veía feliz. Carolina tomó su mano con suavidad. Sabía que había algo de humanidad en él, no todo podría estar muerto. Se negaba a creerlo. Margaret lo había amado por algo, al final lo había aceptado por algo. Tal vez ella había visto algo bueno en él.

— Por favor, amor. Solo hasta la boda — pidió de nuevo, más calmada, con una sonrisa tímida.

— ¿Cómo negarle algo a mi hermosa prometida? — él volvió a sonreír.

La hizo caminar hasta el jardín de la parte de atrás. Había anochecido, pero había lucecitas colgadas por todas partes, iluminando una mesa y varias fuentes. Ambos se sentaron a la mesa, en ella había platos con alguna comida cara que Carolina no reconocía bien y una botella de vino en una hielera. William abrió el vino y sirvió. Brindó con Carolina y después se levantó, se arrodilló en frente de ella y sacó un anillo del interior de su saco. Era el diamante más grande que había visto en su vida.

— ¿Serías mi esposa? — preguntó, como si en realidad fuera una velada romántica.

— Claro que sí — respondió Carolina, intentando no llorar.

Donde Viven Las Historias [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora