Nos encontramos en el aeropuerto de Sidney. El vuelo fue muy tranquilo, y el traslado de equipaje no salio afectado como se suponía en mis alocadas conjeturas, que el pobre de Charlie se llevo el momento completo escuchando tales cosas. Que le agradezco por haber disipado mis ataques de ansias y estrés. Todo estaba a la perfección, pero temía de que solo fuese una imagen ilusoria en mi cabeza. Pero, realmente, aparte aquellas malas vibras que a mí misma me traía. Y me tranquilice en lo que restaba de camino.
Con mi mirada trato de localizar a mis padres, y ésta vez tengo la cuerda que se sujeta con el collar de Chester, envuelta en mi mano para asegurarme de que no salga corriendo como la última vez que lo hizo. Éste lugar es distinto a su conocimiento. No querría que le sucediese algo por no saber dónde se encuentre.
Repentinamente, un cartel con letras azules atrapa mis ojos. Por impulso, esbozo una sonrisa que no se resistió en producir risas que juguetean desde mi garganta.
–– ¡Te amo tanto, pa! ––exclame a mis adentros.
Papá carga de un cartel donde se describe: ¡Bienvenida, pitufina!
A un lado se encuentra mi mamá que está casi tapándose de él, muerta de la vergüenza. Por lo que puedo apreciar, ella trata de persuadirle para que él baje el cartel, pero él se resiste. Siempre ha hecho hasta lo imposible por salirse con las suyas y formar éste tipo de escenas sociales, que normalmente me avergonzaban en mi adolescencia. No me gustaba el hecho de que algunos compañeros de clase (en especial los chicos) supieran que mi padre aún protegía a su princesa.
Literalmente, decía esas cosas.
"No se metan con mi princesa".
Y más atrás estaba yo, tapando mi rostro y rogándole que se fuera.
"Sé cuidarme sola"
Eran mis respuestas. Supe que fui una tonta junto a una gran lección: la distancia. Desde que me fui a Brisbane, me vi en aprietos. No sabía cuidarme sola. No tenía a mamá para contarle sobre mis días. Ni a papá, cada vez que salía de clases y no estaba él en su auto para buscarme; que antes de marchar a casa, no se le olvidaba hacer ese tipo de escenas. Creo que para valorar las cosas que tenemos, hace falta un cambio drástico en el que demuestre lo importante que es tenerlo. Y no se preocupen por trabajarlo, la vida se encarga de enseñarte lo más esencial.
Pero, ahora, recupero esos maravilloso aires de alegrías. Nunca había observado ésta escena desde otro punto de perspectiva mucho más divertido. Supongo, que es otra probada de primeras veces.
–– Vamos, fortachón. Ya los vi ––me dispongo a caminar hacia ellos, tomando de mi equipaje para halarlo con mi mamo libre. Mientras que con la otra, va muy asegurado mi canino.
Estoy a escasos centímetros de ellos, esperando a que se percaten de mi presencia, pero están tan ocupados cuestionando el asunto del cartel, que no se fijan aún que estoy parada frente a ellos. Esto me produce algo de gracia, así que resguardo tranquila. Pero, no se preocupen, Chester es algo impaciente. No esperara toda su vida aquí, así que él mismo se encarga de emitir un par de ladridos para que ellos reaccionen.
Al ellos escucharlo, paran un segundo con su pequeña conversación. Mirándose, ambos, fijamente. Como si se entendiesen por telepatía. Por otro lado, mi canino no para de agitar su cola. Realmente está ansioso por llegarles. Levemente, ambos giran sus cuellos hasta nosotros, cuando asimilan nuestra presencia es entonces cuando deciden extender sus brazos, abriendo sus bocas y ojos de par en par.
–– ¡Oh, querida! ––termina por soltar mi madre, para dar sus primeros pasos de momento.
–– ¡Mi pequeña! ––mi padre termina por liberarse del cartel para seguir tras mi madre.
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HASTA EL FINAL DEL CAMINO © [TERMINADA]
Teen Fiction«La vida siempre te estará brindando una segunda oportunidad, depende de ti salir a buscarla». Chester, es un personaje canino, cuyo propósito es hacer feliz a su humana: Laura, luego de haberse encontrado con ella bajo una noche tormentosa en una e...