33 | Repentino sentimiento.

21 16 0
                                    

CHESTER.

—Es muy agradable, recuerdo cuando mi madre me obsequió mi primer cachorro. —Dice el director de la universidad—. Lo perdí la siguiente semana. —Dice decepcionado, luego la secretaria y el profesor Adam ríen al unísono.


El padre de Aidan decidió salir a caminar por los pasillos para evitar mi aburrimiento. Vamos saliendo de la oficina del director cuando éste dice:

—Dile a la chica que no se preocupe por traerlo. Me agradan las mascotas. Y no la castigaré.

—Eso haré... —dice Adam y hace un ademán con su mano de capitán.

Entonces naufragamos de nuevo por los pasillos.

Hemos pasado por algunas oficinas donde me ha presentado como:

—Es la mascota de una estudiante, Chester. Necesitaba que alguien lo cuidara, y así es como llegó conmigo. —Repite las mismas palabras en cada lugar que llega.

Ésta vez, nos adentramos en un lugar al que se le puede caracterizar como: zona de entrenamiento.

Y el señor Adam mantiene una conversación que no es de mi interés con quién supongo, es el entrenador.

Mantengo mi atención con los humanos atletas mientras estiran su cuerpo.

Una chica se estira con si fuese hecha de material de hule.

Yo no creo que pueda hacer algo así.

Recuerdo el área de entrenamiento animal del CMV. Y de cómo Sun y yo estuvimos explorando el túnel, aún siento el dolor en piel cuando enterró sus garras en mí para poder sujetarse.

Me agrada recordar mis días anteriores con Laura, o aquellos que me llevan aún a su existencia en mi vida. Me hacen saber de dónde vengo. Y es algo que me agrada.

Los veterinarios eran también buenos entrenadores para los animales, aunque, no los hacían practicar esos estiramientos. Más bien carreras, saltos, esquivos y demás cosas que no hacen que su cuerpo parezca de hule.

—Chester... —me llama el señor Adam, y levanto mi cabeza en su dirección—, ve a explorar un poco. —Me indica, mientras me desabrocha la correa—. No te pierdas, ¿vale? —Me pide.

—No me he perdido aún, de nuevo... —musito.

Con la correa en sus manos y mi condicionada libertad, me encamino por cada acolchonada parte del lugar. Creo que esto se debe a que los humanos atletas no se golpeen al caer al suelo.

Me detengo y me siento para seguir observándolos. Una chica está sobre una barandilla, luego de un impulso de vueltas, maniobras y vueltas. No puedo evitar que mi cabeza ande según el movimiento de la humana. Y de repente, cae. Mi cabeza va con ella.

Sí, qué bueno que tienen el suelo acolchonado.

La chica actúa como si no sintiera dolor al respecto, y vuelve a su rutina de entrenamiento.

Su constancia la hace ver una chica fuerte, por una caída no se detiene.

Caitlín ha sido fuerte toda su vida, aunque aún sienta el dolor a flor de piel, no ha terminado rendida en cuanto a su condición. Creo que sí existe la forma de salir de todo lo que los daña, y ese es el motivo por el que muchos humanos luchan por sus sueños.

HASTA EL FINAL DEL CAMINO © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora