Diez segundos le tomó a Gabriel la resolución de ingresar al establecimiento. Ése que desde aquella esquina viera por fuera como una casa. No era más que la fachada de un gimnasio o algo parecido. Aparentemente la casa por fuera poseía tres pisos; con paredes blanqueadas a la cal y con celosías azules en los filos. Estaba situada en lo alto de una calle concurrida y con dos jardines separados por una cerca en la parte de atrás. En la puerta del frente pudo ver un cartel que decía: Dojo A & J. Tan rápido como pudo subir los tres escalones de la entrada pudo acercarse más a la puerta de ingreso. Grandes ventanales rodeaban las paredes que vistos desde afuera simulaban un gran salón de recepciones con vidrios oscuros, en donde no se habitaba. Allí la tranquilidad y la buena vibra permitía inventar la vida por el único camino posible: la imaginación.
Hacia el fondo del gran salón se podía observar una pared llena de cuadros y diplomas. Todas con fotografías de dos hombres. Indicando al curioso y meticuloso hábito que tiene Gabriel de rastrear en todo instante cual sabueso entrenado, en pos de ubicar su objetivo... Tanto se inventa, tanto se fábula que ya no es posible hallar la frontera entre la verdad y la irrealidad. Si a ello se agrega un escenario en el que un ágil hombre hace movimientos rápidos e irrepetibles, en una sistemática exposición para un público atento de aproximadamente una veintena de jóvenes de edades disímiles.
Las paredes del dojo, por su parte, cuentan con grandes espejos que permiten observar al dedillo cada uno de los movimientos silenciosos de los pupilos, entonces la inteligencia se vuelve desquiciante. Pues lo único que importa es la rapidez de los reflejos, la mirada atenta y la experiencia al momento del ataque. Una y otra vez parejas de jóvenes haciendo dúos o tríos de lucha van terminando de realizar de modo rápido sus demostraciones y van despejando el amplio salón rumbo al área perimetral delineada de el escenario en el que deben de exhibir sus habilidades.
Al término Gabriel se adelanta al grupo de jóvenes y remangando con clase y elegancia las mangas de su camisa hasta la altura baja đe sus codos. Los alcanza y pregunta por la persona que dirige el dojo. Mientras alcanza a observar que los tatuajes que tapizan sus musculados brazos causa estragos en las chicas que dejan de lado su pudor y le lanzan sendas miradas que le permiten reconocerse como un perfecto adonis.
—Nada mal, prueba que aún estoy en condición —Se dijo para sí mismo Gabriel, sin perder detalle ni ubicación del hombre de espalda amplia y músculos bastante bien definidos. De no más de treinta y tres años según se lo decía la experiencia de su ojo clínico—. Sin embargo,era consciente que sin proponérselo estaba habitando el sobresalto, la angustia, y la desesperación involuntaria que disimulaba muy bien, pero no podía divagar por el Dojo sin saber a quién dirigirse. Necesitaba que alguien le sepa dar razón, de éste lugar. Alguien así como un guía que lo lleve al supuesto samaritano de Kathy, la amiga de su hermanita. Y era evidente que no podía conseguir a esa persona de otra manera que no sea hablándole a ese hombre de mirada tranquila.
—¡Hola! Buenas tardes, mi nombre para el caso no interesa, tampoco mi edad ni mi estado civil. Sólo quiero saber cómo encontrar a una persona de nombre Jamie Cavill.
—Buenas tardes, yo soy Jamie Cavill, acaso vino a sólo observar para luego decidirse a tomar algún curso del dojo. He de decirle que estamos en temporada de Judo, Capoeira y Jujitsu, si gusta venir conmigo le puedo mostrar los horarios. —Menciona Jamie colocándose una toalla en el cuello y abriendo su botella de agua.
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La venganza de Kathy
RandomNo siempre tras los guapos se encierran las mejores virtudes.Y Kathy, lo descubrirá junto a Sofía al salir de vacaciones para disfrutar las playas del Caribe; sin saber que allí encontrarían lagrimas dolor y muerte. Sumergida en su propio infierno...