Capítulo 28

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     Tres días después, como a eso de las dos de la tarde, con el sol en todo su esplendor, a pesar del término de la temporada del verano; el sol parecía calcinar el pavimento de aquella pista. La camioneta iba de cien a ciento veinte, ciento treinta, ciento cuarenta, ciento sesenta... En menos de treinta minutos la camioneta de Jamie zumbaba por toda la autopista y ni así lograba alcanzar la pick up gris y por el espejo retrovisor que de modo intermitente no dejaba de mirar la camioneta negra que a su vez venía tras él. Pasándose por alto dos semáforos y casi llevándose de corbata a un par de transeúntes que cruzaban y lograron salir de su camino antes que terminara de salir hacia la autopista principal.


     A escasos kilómetros de distancia, en un bar de puertas desvencijadas Pedro en compañía de tres hombres de dudosa índole no terminaban de recoger sus pertenencias para retirarse en medio de ebrios que no podían ni estarse en pie sin vacilar al dar un paso al frente. Entretanto, su cómplice guardaba rápidamente los billetes de la mesa de un apartado detrás del salón principal, y antes que Pedro abandonara el lugar fue detenido por uno de los hombres de su jefe, un tipo 'desmuelado' y con fachas de no haber conocido el jabón en todos esos años que llevaba vivo.

     —¡Alto ahí bonito! ¡Ni un paso más!.


     —¿Cómo dices?


     —Que te quedes quieto imbécil o es que no entiendes español. El jefe te tiene un recadito más...


—...


     A veintiséis pasos del enorme portón de salida, un hombre fornido le cerró el pase, portando una enorme arma de largo alcance con mira telescópica, y con un gesto bastante duro... Esa mirada era algo relativamente nuevo, para alguien como Pedro acostumbrado a hacer lo que le daba la gana. El miedo surgió de forma inesperada y se apropió de él.  Cada vez que el tipejo golpeaba su arma de modo compulsivo contra el piso, dándole una sacudida, Pedro sentía aumentar su angustia. El estómago cerrado. Las palmas sudorosas. Eran la perfecta contradicción entre su actuar cotidiano, lo que sentía en ese momento  y lo que imaginaba en lo más profundo de su ser. Petrificado a escasos centímetros del hombre. Era totalmente incapaz de hacer nada al respecto. Sabía que había mucha ojeriza en tipos como ése, que no se inmutaban ante nada y que además eran algo así como serviles peones de sus amos. 


     Mientras esperaba que el jefe llamara por él, repentinos ataques de ansiedad salieron a su encuentro. Pero no era capaz de cuestionar ni reaccionar mal ante esa absurda bravuconada de ése individuo. Ya lo había visto en ocasiones anteriores disparar sin miramientos a otro hombre como él, sin importar el oficio para el que lo necesitara el jefe. —«puedo aguantarlo»— se dijo.


     Casi veinte minutos después de la habitación contraria al hombre salían tres mujeres con minúsculas prendas y arreglándose las cabelleras.


     —¡Pasa! El jefe querrá verte.


     —...


     Al interior de la habitación Pedro vio con asombro un salón lujoso que no parecía estar ubicado para nada  en el interior de ese bar mal oliente de barrio.


     —Así es que tú eres el tal Pedro. 


La venganza de KathyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora