Capítulo 30

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      Algunas semanas más y días siguieron por diferentes arterias de la capital y barrios bajos a Pedro. Sin embargo aún no habían logrado hallarlo infraganti en ninguna acción que lo implicara y llevara a prisión sin fianza ni prisiones preventivas... Y ya casi sin esperanzas de lograr semejante propósito, los colaboradores de Gabriel estaban dándose por vencidos; pero Gabriel no pensaba dar su brazo a torcer y arriesgándose un poquito quiso hacer que Pedro viera a Kathy en un centro comercial con el fin de tenderle una trampa pero dudaba de llevar a cabo el plan que llevaba pensando desde hacía varios días, porque estaba convencido que Jamie no lo aprobaría por nada del mundo.

     Semanas más tarde, cansado de esperar que Pedro cometa algún delito grave que lo lleve derechito a prisión, y después de haber averiguado el horario en el que Kathy iría al centro comercial puso el plan en marcha, pero a los minutos de haberlo iniciado y temiendo que todo se enredara mal, avisó a Jamie que Kathy había sido vista en el centro comercial donde precisamente se encontraba Pedro. Ni bien lo supo Jamie, salió como un rayo, zumbando por la autopista al encuentro de Kathy casi pasándose por alto todos los semáforos en rojo, y a medida que pasaban los minutos iba más preocupado al notar que ella no le contestaba el teléfono ni a Gabriel ni a él. Y casi sin percatarse y por la excesiva velocidad a la que iba, ya tenía tras de sí persiguiéndole un auto de patrulla y un par más en camino, que le hacían señales que se detenga, pero él sin oír nada más que sus propios pensamientos no daba señales de detenerse, sino más bien cada que podía esquivar a transeúntes y autos a su paso aumentaba la velocidad, con el eco de su voz retumbando sonidos de guerra por si alguien le tocaba un pelo a Kathy.

     Oscuridad total se arremolinaba en el corazón de Jamie. Los pensamientos cabalgaban de uno en uno alrededor de muy malos augurios con una profunda y espesa desilusión por no haber estado con ella en todo momento y rogando que recuerde cada uno de los movimientos que le enseñó sobre defensa personal, pero sobre todo que los pueda poner en práctica sin dejarse amedrentar por tan despreciable sujeto. Él sólo seguía con la vista en el volante sin detenerse. Vertiendo en el timón un ronco eco de guerra.

     Se arremolinaba a su alrededor, una profunda y densa premonición que lo devoraba como la luz sin dejar nada, salvo un vacío impenetrable. Una neblina le estrangulaba el pensamiento; las palabras intentaban juntarse, trataban de formar una frase coherente, encontrar un sentido, pero en cuanto parecía que iban a tocarse las ideas, algo se las tragaba y desaparecían sustituidas por una sensación de miedo y rabia cada vez mayor, una sensación de tierno llanto sepultado bramando justicia. Pesadez: su cuerpo se hundía en las turbias profundidades de unos recuerdos olvidados mucho tiempo atrás.

    Olor a humedad. A moho. A hierba seca

     Él no había sido el único en sufrir la presencia de los tipos que ingresaron ese día a su casa. Apenas tenía unos 8 ó 9 años, pero lo recordaba muy bien, eran unos sujetos que entraron de modo violento, con tanta rapidez que apenas se dio cuenta, todo ya era inútil. Ya para ese instante era imposible hacer algo por sus padres, habían sido arrinconados y encañonados con un arma. Saquearon su casa en sus narices y con sus padres casi agonizando. Cuando quiso envalentonarse para defender lo poco que tenían en casa terminó estampado en la pared más próxima y tras golpearse con un mueble cayó inconsciente siendo confundido y tomado por muerto.

     Él no había sido el único en sufrir el ataque, pues todos los que se encontraban ese día en casa fueron atacados, y gracias al golpe no recibió un disparo como sí se los dieron a sus padres, a la mujer que ayudaba en los quehaceres, y a su único hermanito. Por ello con el tiempo, ni bien terminó de estudiar puso sus ojos en el dojo para de ese modo resarcirse ante sí mismo por su falta de entereza y debilidad. Por años se lo planteó y la fuerza de voluntad y entereza hicieron lo propio. Con los años adquirió no sólo la fuerza sino también la concepción que las artes marciales eran poderosas, pero ellas, no se usaban para cobrar venganza, sino como medio de defensa personal. Por años se había jurado no usar mal las artes marciales pero ante el peligro que corría Kathy y reconociéndose enamorado, como nunca pensó sentirse, se juró que la protegería incluso pese a su propia vida. Y mientras conducía con aparente normalidad su corazón se le salía por la boca en súplica para no llegar tarde.

La venganza de KathyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora