Tom

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Draco no sabía qué tipo de expresión tenía cuando lo miró, sólo que fue suficiente para que su mejor amigo se callase a mitad de su diatriba. Intentó concentrarse en la última pregunta del cuestionario de Historia de la Magia (Nombre y explique las causas de la disputa entre goblins y enanos en Irlanda, durante la segunda mitad del siglo XVII), en vano. Escribió lo que se le vino a la mente, le dio una lectura rápida para asegurarse de que tenía sentido a simple vista, y se levantó para llevarlo a la mesa de Binns, que ni siquiera se percató de su presencia.

No era más que una práctica para el examen real, un simulacro, así que se dijo que tampoco era el fin del mundo mágico si tenía la mente un poco ida, siempre y cuando lo hiciese mejor en el cuestionario verdadero.

Hermione había terminado unos diez o quince minutos antes, por lo que lo esperaba en el pasillo. Neville parecía más desorientado en ese momento, de lo que estuvo al principio del cuestionario; supuso que contestó lo que se sabía y dejó para el final lo que no o aquello de lo que no se sintiese seguro, y para ese entonces, estaría luchando contra su memoria y el pergamino, para dar cabida a las respuestas que aún le faltaban.

Pasó junto a Ron, recogió su maletín, y le dio otra mirada poco agradable. No quería tratar mal a su amigo, pero tampoco podía dejarle que hablase de ese modo y creyese que estaría de acuerdo con lo que decía.

—Y los Slytherin no son malvados —Le siseó, inclinándose sobre su hombro, para después salir del aula con zancadas largas y firmes. Por supuesto que, cuando cayó en cuenta del trasfondo de esas palabras, fue pura compresión y culpabilidad lo que inundó el rostro de Weasley.

Mis padres eran de Slytherin. Mis padres no eran malos.

Estaba convencido de que no era motivo para exagerar —Ron tenía ese mal hábito de hacer comentarios que no debía, notarlo, y lucir como un crup desamparado hasta ganarse el perdón—, y su amigo seguramente se disculparía nada más encontrarse en la Sala Común más tarde, pero no podía hacer nada contra la ira que le bullía en el pecho y que sólo menguó una vez que estuvo lejos.

Su amiga, que estaba sentada en uno de los muros bajos que separaban el pasillo del patio interno, levantó la vista del libro que tenía entre las manos. Al notar que avanzaba por su cuenta, lo guardó de inmediato, se colgó el bolso del hombro, y apretó el paso para ir tras él.

—¿Qué pasó? —Cuestionó, con tono resignado. Se imaginó que debió darse cuenta de los murmullos durante las dos horas de Historia, y de todo lo demás; Ron había estado portándose como un idiota testarudo con el tema desde el fin de semana, con el banquete de Halloween y el asunto de la señora Norris— ¿ahora qué dijo?

Draco se detuvo en un corredor alejado varios metros del salón. Se restregó la cara, se echó el cabello hacia atrás, y suspiró. Sacudió la cabeza.

—Tonterías —Espetó, reanudando su paso—. Aún piensa que Potter es- ya sabes, el famoso heredero malvado y todo eso.

—Bueno, los profesores todavía no han dicho nada del tema y- —Ella frenó cuando Draco se giró de golpe, lo bastante rápido para que no chocasen por pura suerte, y la encarase.

—No me digas que tú también. ¿Por qué, Mione? ¿Porque es un Slytherin?

—Él estaba en ese pasillo antes de que cualquiera llegase-

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