Realidades (diferentes)

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No, no, no.

Hermione.

Draco echó a correr hacia el dormitorio de las niñas, resbalándose hasta el suelo cuando las escaleras se transfiguraron y tomaron forma de rampa. Ahogó un débil quejido y se impulsó hacia arriba con ambas manos, casi dejando la capa de invisibilidad atrás.

No, no, no. Por Merlín, no.

Regresó a la habitación que debía pertenecer a los varones y era ocupada por los sangrepura del curso, movió un dosel tras otro, hasta dar con la cama de Ron, y se abalanzó sobre él.

—Ron, Ron, ¡Ron! —Lo agarró por los brazos y lo zarandeó, haciendo caso omiso de sus débiles protestas.

Su amigo bostezó y entreabrió los ojos, enfocándolo a través de la escasa luz. Le dio un manotazo para quitárselo de encima, sin fuerza.

—¿Qué...? —Parpadeó—. ¿Quién eres tú? ¿Qué haces...? Ah, ¿te perdiste? —Otro bostezo y apuntaba el pasillo—. Sé que es confuso, pero el cuarto de sangre mestiza queda al otro lado.

Draco observó, boquiabierto, cómo hacía ademán de volver a dormirse. De nuevo se tiró sobre él, sacudiéndolo.

—¡Ron, soy yo! ¡Ron! Mírame- Ron-

—¡Suéltame! —Lanzó una patada al aire, que no le dio pero bastó para apartarlo, y se sentó. El rostro se le tornaba del mismo color que el cabello—. No sé quién seas, pero si no te vas ahora, voy a llamar a los Carrow.

El apellido le sonaba de las viejas listas de Mortífagos. Lo que no encajaba era que fuese Ron Weasley, de entre todas las personas, quien lo soltase así.

Ron estrechó los ojos, él dio un paso hacia atrás, despacio, luego otro, otro, otro, y salió corriendo de ahí.

Tenía que ir con Severus. Le diría, se lo diría a Regulus también, entonces sabrían qué hacer.

Trastabilló al volver a cruzar el retrato de la Dama Gorda, siguió corriendo hacia abajo, hacia las mazmorras, e ignoró los cánticos estúpidos de Peeves en el trayecto. Fue directo a tocar la puerta del dormitorio de su padrino. A golpearla con toda su fuerza, más bien.

Pero el que salió, adormilado, tambaleándose y con una bata sobre el pijama, no era Snape.

Era Slughorn.

¿Qué hizo?

¿Qué fue lo que hizo?

La alarma encendida dentro de su cabeza le había quitado el sueño por las malas. Un nombre era lo único que emitía para entonces. Dumbledore.

Dumbledore sabría qué hacer.

No prestó atención a las preguntas del profesor y se dirigió hacia la oficina del director. Se detuvo frente a la estatua, pronunció la contraseña, y ahogó un grito cuando no resultó.

—¡Vamos, vamos! —Insistió, dos intentos más tarde, dándole una patada a la base.

No entendía por qué no resultaba, sabía que era la clave de esa semana, y la del retrato sí había funcionado.

Antes de que pudiese continuar desquitándose con la estatua mágica, unas voces al otro lado del pasillo lo frenaron. Contuvo un quejido, regresó a la relativa seguridad debajo de la capa, y se metió al aula abandonada más cercana, donde desplegó el mapa.

Había sectores completos en blanco, desdibujados, y las viñetas eran extrañas. Ni McGonagall, ni Flitwick, ni Snape, ni Sprout estaban. Tampoco Dumbledore, ni mucho menos Hagrid.

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