Sortilegios de Slytherin y problemas de vestuario

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El día de la Primera Prueba, Pansy lo llamó, confundida, a través de la multitud de estudiantes que se arremolinaba en torno al campo que alzaron especialmente para la ocasión en los terrenos del colegio. Los Slytherin, a diferencia de las otras tres Casas, tenían un voto silencioso de no entusiasmarse demasiado y se sentarían hasta el fondo, en la parte más alta de las gradas; se negaban a mostrar su apoyo a un Campeón de Gryffindor, pero alentar a Fleur o Zabini también era considerado traición a su colegio. Por supuesto que, en el fondo, todos los Slytherin esperaban que Hogwarts ganase el torneo, sólo no estaban contentos con que fuese Malfoy quien los representase.

Harry pensaba que si no les gustaba, algún Sly mayor debió postularse para Campeón. Pero por el mismo hecho de ser Sly, sólo unos pocos habrían estado dispuestos a dejar de lado su instinto de autopreservación.

—¡Sigue hacia arriba, ve con el resto! —Le replicó, desde la distancia, utilizando ambas manos a los lados de su boca para imitar un megáfono— ¡los alcanzo en un momento!

Tenía una idea que necesitaba ser llevada a cabo, y la urgencia de hacerlo crecía con cada segundo que transcurría.

Se deslizó entre estudiantes, se escabulló bajo brazos alzados y en medio de grupos de amigos de otras Casas. Creyó ver pasar a Luna, pero no podía detenerse en ese instante. No cuando faltaba tan poco.

En la zona de los profesores, McGonagall pedía calma y orden. El director no estaba, lo que sólo podía decir que se encontraría en la tienda de los Campeones, junto al Ministro y Peter.

Peter Pettigrew, uno de los mejores amigos de su padre, pertenecía a la División de Traslado e interacciones del Departamento de Control y Regulación de Criaturas Mágicas. En otras palabras, era el encargado del viaje de las dragonas desde Rumania a Gran Bretaña, y el enlace entre los de Asuntos Mágicos Internacionales, el Ministerio y Hogwarts. Lo mejor era que adoraba a Harry.

Y también lo más útil en ese caso, por supuesto.

Harry se detuvo ante la entrada a la tienda, para tomar una respiración profunda y recuperar el aliento. Movió la tela y asomó la cabeza. Sus sospechas eran ciertas; ahí encontró al viejo, el idiota del Ministerio (nunca le había agradado Fudge, ni siquiera cuando intentaba ser amable con él a causa de James), y Peter.

Dumbledore le pedía a los tres Campeones que se acercaran y formaran un semicírculo en torno a ellos. Cada uno iba vestido con un traje especial para la ocasión. Notó que el de Malfoy tenía el aura débil y apenas resplandeciente de una barrera anti-incendios; se preguntó si el viejo director sabía que se la había puesto, o si no fue el mismo Dumbledore quien lo hizo por él. Consideraba más que probable lo segundo.

También llegó a preguntarse por qué resaltaba tanto vestido de rojo, pero ese no era un asunto relevante en aquel momento y sacudió la cabeza, obligándose a dejar esas ideas de lado. La serpiente en su pecho estaba más tranquila de lo que había actuado en meses, quizás porque se anticipaba lo que estaba por hacer.

Todo estaba medido, calculado. Lo único que necesitaba era que Peter diese un vistazo en su dirección, al oírlo silbar.

Y él lo hizo.

—¡Esperen, esperen! —Peter los detuvo con un brinco, antes de que el Ministro pudiese extenderles a los Campeones el saco con la versión miniatura de los dragones. Caminó hacia él, lo sujetó del brazo y lo arrastró de vuelta. Harry fingió su mejor sonrisa avergonzada, la que le copiaba a James de los eventos en el Ministerio, cuando su padre era rodeado de personas importantes que lo conocían—. Este es-

—Harry Potter —Y ahí iba el idiota de Fudge de nuevo, a acercarse para estrechar su mano—. Sí, sí, hola, chico, ¿cómo andas? ¿Cómo te tratan en el colegio? ¿Disfrutas del Torneo? ¿Qué tal está tu padre?

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