CAPITULO 56:

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Cuando cerraba la puerta, vi a mamá salir de la casa, deseando saber quién era. Puso sus lentes de lectura en la cabeza, sonriendo y caminando hacia nosotros. Julieta bajó de un salto, tirándose a sus brazos, mientras Marian, más tímida, descendía y la miraba de soslayo.

—No te preocupes, todo estará bien—susurré, mientras mi madre abrazaba a su nieta y le llenaba de besos las mejillas.

— ¡Agustín! ya llegaron—llamó a mi padre, mirándonos ahora a nosotros—que gusto tenerte de vuelta, mi amor—la abracé cuando soltó a Julieta.

Mi niña, junto a Marian, tiraba de su mano, contenta.

—Abu. Ella es mi amiga—tragué saliva, mientras mamá le daba una escaneada de arriba a abajo. Sus jeans, su blusa, sus tenis converse. Las manos al frente—se llama Marian—

Ambas estaban más nerviosas, que chicos ante un examen de la universidad. Pero vi en los ojos de mi madre, la aceptación. La veía, y le gustaba lo que veía. Una mujer sencilla y valiosa.

—Ven aquí querida, quiero conocerte mejor—exhalé, cuando la tensión se acabó e instada por Julieta, mi chica se acercó a mi madre, muy tímida—Soy Azucena—se estrecharon la mano.

Un gesto no muy de mi madre, pero que quizás lo implementaba porque le veía los nervios. Un abrazo en este momento, sería demasiado para Marian.

Ella le dijo su nombre, cortés.

—Es un placer, Marian—me miró a mí y ya sabía lo que tenía en mente—bonita—

No la hagas sentir mal, mamá. Ya me haces quedar mal.

—Donde se quedaría Agustín—ignoró mis caras, y miró al interior de la casa, protestando. Volvió a Marian—ven. Vamos a que conozcas la casa. Bienvenida—la guió, yendo adelante.

Las maletas las sacaríamos luego. Los seguí, con un brazo en su cintura para que se sintiera tranquila.

Al cruzar todo el pasillo de la puerta y llegar a la sala, se quedó pasmada, con la boca bien abierta.

Te lo dije.

La sala quedaba aledaña a la cocina. Los cuartos subiendo las escalas. Cinco en total. Y las puertas del patio llevaban a las caballerizas, gallineros, el jardín donde estaba la piscina y donde normalmente se preparaba la barbacoa. Tambien a los árboles frutales, de naranjas, mangos, manzanas, peras y las plantas de sandía, mora y café.

Tambien luego de unos cuantos minutos a caballo se llegaba a un bosque y unas cascadas con aguas termales. Era entendible que mis padres disfrutaran más aquí que en el centro de la ciudad.

—Creo que retiro lo dicho de que es pequeña—mamá, encantada por su sentido del humor, se rió con desparpajo.

Me miró y yo la tomé de la mano, tirando de ella a donde mi madre nos llamaba.

—Siéntete en casa, querida. Es pequeña pero acogedora—ella contuvo la risa.

— ¿Pequeña? Es hermosa—miró a las puertas del patio, por donde entró mi padre, con los lentes puestos, y un sombrero vaquero puesto.

—Al fin apareces. Tenemos visitas—solté a mi chica, para abrazar a mi padre.

A pesar de sus sesenta y tres años, estaba más activo que nunca.

—Hijo—Marian lo miró de arriba abajo y después a mí, sonriendo.

¿Qué estaría pensando su cabecita loca?

—Querido, ella es Marian—miré a mi madre mientras la presentaba orgullosa.

¿Apenas unos minutos con ella, y ya la trataba como su hija?

PERFECT L1 DE LA BILOGÍA: SIN ESPERARTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora