PERFECT L1 DE LA BILOGÍA: SIN ESPERARTE

CAPITULO 20:

Mi amor.

No hace falta que te diga todo el amor que te tengo. Porque lo sabes, y lo ves cada mañana en mis ojos al despertar, como brillan ellos con tus buenos días, y lo loca que me pongo al verte llegar.

Recuerdo aun el día en que nos conocimos, tu porte, elegancia y sensualidad. Y como quise lucirme en esa barra solamente para ti. ¿Quién diría que solo años después sería tu esposa y que te amaría tanto como lo hago ahora? He estado escribiendo y borrando esta carta, por meses, desde que el medico anuncio que no había remedio para mi enfermedad. Porque hay tantas cosas que quisiera decirte y para algunas de ellas no tengo valor ni mirándote a los ojos, ni aun en este momento, tras estas líneas. ¿La primera de ellas? No quiero decir adiós. No cuando hay tanto que quiero compartir contigo y con nuestra princesa y menos cuando sé que a pesar de todo, Dios me ha colmado de bendiciones. La segunda, es que te amo con todo mi corazón y alma. Como nunca he amado a nadie en la vida. Julieta y tu son lo mejor que me ha pasado y jamás los cambiaría por nada. Y la tercera... es que aunque me duela aceptarlo y a ti hacerte a la idea, me tendré que marchar. Así que si un día no despierto, si un día no regreso, si un día me falta el aire, las fuerzas o los latidos del corazón, no llores por mí. Y sé siempre feliz. Ríe, lucha por lo que quieres y por lo que más quieras... Vuélvete a enamorar. Te lo mereces.

Pase lo que pase, serás mi osito Bu.

Con amor. Tu Susana.

Apoyé el codo en él apoya brazos de la silla, cubriéndome el rostro con una mano, y teniendo aun la hoja en la otra. ¿Cómo era posible que esta carta nunca hubiese llegado a mis manos? ¿Y solo hubiese pasado dos años después?

Parecía como si ella la hubiera escondido porque se había arrepentido de las palabras. ¿Cuánto tiempo habría pasado entre la fecha en que la hizo y la fecha en que murió?

Que injusta era la vida, cuando luego de darte toda la felicidad, se arrepentía, sentía que te había dado de más y te golpeaba a cambio donde más te dolía. Todo mi mundo era como un juego de jenga, construido con dedicación todos estos años y por una ficha mal sacada, la torre se había desplomado. Y ahora, después de la muerte de mi esposa, trataba de armarlo todo de nuevo, en vano.

No se podía armar un rompecabezas sin la ficha principal.

A las cinco treinta, justo cuando me secaba los ojos, después de llorar, mi pequeña entró a la oficina, con su mochila aun en los hombros, el uniforme puesto, y una sonrisa radiante.

—Hola papito—compuse mi mejor sonrisa para ella, de: Todo está bien.

—Cielo, no te sentí llegar a la casa—besé su mejilla y la senté en mis piernas.

La carta y la foto estaban en mi cajón bajo llave.

—Fui silenciosa—me abrazó.

— ¿Qué tal te fue hoy, mi amor?—levantó los hombros.

—En la escuela, la maestra de historia enfermó, así que nos sacaron al patio por tiempo libre, en mates saqué un seis. Fallé en dos puntos de un taller—le hice una mueca en forma de reproche—no me mires así, papi, sabes que las matemáticas y yo somos enemigas—

—Creí que habías practicado estos días con tu niñera—asintió— ¿o es que ella no te explicó bien?—negó.

—Lo hace, sabe de mates, pero yo no. Y como la detesto, prefiero acabar rápido los ejercicios así no entienda, para alejarme de ella—