CAPITULO 9:

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Corbata puesta, cartera, teléfono móvil, llaves. Palpé mi chaqueta, revisando que las demás cosas estuviesen allí, antes de bajar al primer piso. Llevaría hoy a Julieta al colegio, para charlar seriamente de lo que le había hecho a la señorita Jenks y no quería que al volver, se me quedaran las cosas.

Todo estaba en orden.

En la madrugada, luego de que mi hija, tomó su leche caliente, volvimos al cuarto a dormir, y nada más recostarla en mi cama, cayó profunda. Y gracias al universo yo tambien. Ya no di las gracias, cuando la alarma de mi móvil sonó. Cuando pensaba levantar a Julieta para alistarse, vi que ella ya no estaba, y que la puerta de su baño estaba cerrada, como la toalla no en la cama. Tal vez su niñera la ayudaba a prepararse para el colegio.

Salí del cuarto, con el sol entrando por los ventanales del gran balcón. Pasé por el cuarto de mi hija, mirando el teléfono, y ciertas voces en su interior, me hicieron detener.

—Te quedaron más lindas de cómo te las hacías. Admítelo, Julieta—la niña negó.

—Eran más lindas las mías. Las tuyas me quedaron flojas—mientras la señorita Jenks, acomodaba unos peines en el tocador, Julieta, sentada en un banquito, se miraba en el espejo con aburrición.

Estaba con su uniforme puesto y unas coletitas a cada lado, muy bonita.

—No es cierto. Si soy buena peinando. Peinaba a mis compañeras de colegio cuando era niña y tambien le he hecho los peinados a mi mejor amiga. Y si de algo puedo vanagloriarme es de ellos. Esas coletitas quedaron geniales—se volteó en la silla.

—No me gustan—gruñó.

—Son preciosas—la mujer se inclinó para que su rostro estuviese a su altura.

—No—puso las manitos en puño.

—Si—se inclinó más.

—Que no—gritó.

—Que siiiiii—miré al techo.

Le conseguí a una mocosa de cinco años como niñera. Alguien pégueme un tiro por esta idiotez.

— ¡Julietaaaa!—protestó, cuando la niña se soltó las coletas y la miró con aire retador.

—Hazlas otra vez—rogó, con una sonrisa empalagosa.

Esperé de forma paciente, y la joven solo suspiró, tomó los peines, hizo que mi hija se diera la vuelta y comenzó de cero. ¿Cómo se desquitó? Le dio en la cara con la coleta, riéndose malévola y tironeando del cabello. Julieta comenzó a cantar una canción, moviendo la cabeza hacia los lados.

—Si el gran lago Donner fuera hecho en veneno, me gustaría estar allí, empujo a la loca que se va a ahogar. La, la, la, la, la, la, la, la, la, la. Si el gran lago Donner fuera hecho en veneno, me gustaría estar allí—echó la cabeza atrás y miró a la joven.

—Por loca te refieres a ti misma—la enderezó.

—Noooooo. Hablo de ti—le sacó la lengua.

Par de peleoneras.

De la misma forma sigilosa que llegué, así me fui, bajando las escaleras en busca del desayuno, que ya despedía un aroma evocador. No tenía chefs más expertos en mi cocina que Geneva y Maurice.

—Buen día—voltearon.

—Buenos días, señor. ¿Va a desayunar ya?—me senté en la mesa, mientras Carlotta ponía el periódico del día, frente a mí.

—Esperaré a mi hija. Gracias Maurice—el asintió—pero sírvenos huevos con tocino, por favor. Y jugo de naranja—

—Muy bien, señor—se retiró.

PERFECT L1 DE LA BILOGÍA: SIN ESPERARTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora