CAPITULO 58:

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Al llegar a la casa, en medio de la oscuridad, Marian nos guió con la linterna encendida para qué yo no cayera con Julieta. A mitad de camino de bajada, me estiró los brazos qué deseaba la tomara en ellos. Y solo unos minuto de llevarla así, se quedó profunda.

Ni Marian habiendo trasnochado el día de ayer, estaba tan agotada.

La dejé en la cama con cuidado, removiendo sus botitas, y arropándola con las mantas.

—No hagas ni un solo ruido—me susurró, y mi hija se movió en la cama.

Apreté los dientes, mirándola.

—Yo no estoy haciendo ningún ruido. Más bien tu deja de susurrar—cuando volvía a dejar las botas de en suelo, ella habló de nuevo.

—Yo susurro porque tú lo haces. No hables y yo no lo haré—retrocedí en silencio, viéndola acomodarse de nuevo.

— ¡Marian!—se cubrió la boca.

—Perdón—

Encendí la lamparita y me encaminé a la puerta. Pero con tan mala suerte, qué mi pie se enredó en la pata de la cama y caí de bruces con estrépito, llevándome por delante un baúl y un perchero para las chaquetas. Cerré los ojos, esperando qué mi hija protestara. En su lugar, Marian soltó a reír de forma ruidosa, aferrándose del marco de la puerta.

Miré a la cama solo un segundo y gateé como un bebé hasta conseguir salir. Mientras ella cerraba la puerta del cuarto, yo me quedé sentado, apoyado en la pared, evitando reírme. O le daría bomba a ella y más qué despertar a Julieta despertaría a mis padres y el lío sería peor. Me puse de pie, soltándome su suéter de la cintura. La empujé con suavidad.

La muy bribona seguía muerta de risa.

—Deja de reírte—me devolvió el empujón.

No parecía haber forma de qué callara. Riendo y seca hasta qué le lloraban los ojos.

—Me pediste... y te caíste... y el perchero... ¡Nooooooo!—

Le di en la cabeza. La seguí, haciéndola retroceder hasta su cuarto. Abrió la puerta y pensaba escapar de mis garras. La atajé de la cintura, atrayéndola a mí.

—Ven aquí—subió sus manos por mis brazos, mirándome a los ojos.

Le puse el suéter en los hombros y la tomé después de una mejilla, besándola. Suspiró.

—Dios mío, con las ganas que tengo de encerrarme ahí contigo y hacerte mía hasta que supliques piedad—sonrió dándome un último beso y acomodando un mechón de mi cabello.

—Es una pena que el cuarto de tus padres esté junto al mío. Tendrás que aguantarte, querido—estiró la boca, alzando sus hombros.

Debería haberles dado somníferos. O pedirle a mamá qué construya un cuarto en un tercer piso nuevo, donde nadie oiga nada.

Cuando le di otro beso a modo de despedida para dejarla descansar, ella empezó a gemir, con sus manos en mi espalda entre la camisa, arqueándose.

—Ahhhh, oh si, dámelo, más, ah, ah, ah—le di una palmada en el trasero.

—Deja de ser una provocadora—se rió, tomándome de la mejilla y dándome un beso dulce en la otra.

—Dulces sueños mi amor—susurró en mi oído, dándome un abrazo y dejándome alejar.

Le sonreí.

Avancé a mi cuarto junto al suyo, y cuando estaba llegando y pensaba voltear, las luces se apagaron y yo me choqué con el muro. Cerré los ojos, oyéndola carcajearse.

PERFECT L1 DE LA BILOGÍA: SIN ESPERARTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora