::𝑷𝒓𝒐𝒍𝒐𝒈𝒐::

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Lo supe desde el primer día. Desde el momento en que me bajé de la locomotora de color rojo brillante, yo sabía. Sabía que Hogwarts no era, y nunca seria, un milagro salvador. Un santuario. Un lugar en el que me aceptarían.

"Hogwarts Escuela de Magia y Hechicería". No "Hogwarts Escuela de Magia, Hechicería y Animagos"

Supe al instante, mientras miraba las caras brillantes de los nuevos estudiantes, que excitados se apiñaron en los barcos con el guardabosque, supe que nadie podía saberlo. Supe que este no era un lugar que me daría la bienvenida.

¿Cómo lo supe? Debido a la forma en la que miró Hagrid. De forma masiva les hizo verme y susurra entre sí, algunos de ellos riéndose, otros mirándome completamente aterrorizados.

Eso es lo que yo he sufrido.

Así que decidí, ese momento de mi primer año en Hogwarts, que solo los profesores Snape y McGonagall, con quienes mis padres y yo habíamos discutido la situación, podrían saber sobre esta... esta... esta maldición.

Me enteré cuando tenía seis años, de lo que podía hacer. Mis padres eran fieles empleados del Ministerio, por lo que se pueden imaginar su sorpresa cuando su única hija se transformó en un lobo en su jardín delantero.

Pero no era un lobo... no un hombre lobo, claro está. Los especialistas que me estudiaron me llamaron "Fenrir", un lobo demonio, más grande que un lobo, más feroz que un hombre lobo, y absolutamente dominado por sus emociones.

Cuando me enojo, me voy y la bestia toma mi lugar.

Así que mis padres se preocuparon. Ellos me inculcaron una clase de estilo de vida tranquila, nunca se enojaron o pelearon en frente de mí, asegurándose de que los pequeños dedos de mis talones nunca se vieran,  y cosas raras como esa. 

Las veces que he cambiado, he estado a punto de destruir a mi familia literalmente.

Mis padres lo vieron como un milagro cuando Hogwarts me aceptó. No era lo típico de ellos admitir a un animago en su escuela, pero eran flexibles. Papá me dijo que Dumbledore tenía muchísimo que ver en eso. 

A través del correo, organizamos un sistema cómodo para mí. El Profesor Snape, el profesor de pociones, era el que cuidaba de mi transfusión médica cada noche. La sangre humana que me inyectaban todas las noches tenía el fin de mantenerme calmada, mantenerme humana.

La profesora McGonagall velaba por mí, me tomo debajo de su ala, por así decirlo. Ella era un animago, había aprendido y entendido lo que significaba.

Pero su cambio fue controlado. No salvaje como el mío.

Y yo había aceptado que de ese momento en adelante, mi vida, mi vida en esa escuela, se basaría en el enfoque total y absoluto.

Nunca pude dejar que mi personalidad saliera a la luz, nunca. Ese día en la plataforma, había decidido que no hablaría ni una palabra... al menos no a cualquiera.

Pero siempre hubo aquellos destinados a romper mi silencio.

𝕭𝔯𝔬ӄ𝔢𝔫 𝕺𝔭𝔢𝔫 {𝚍.𝚖}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora