XXXV

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Dirk's POV

—Dirk, te amo. Te amo desde el momento en que te vi en aquel pasillo de tu castillo. Desde que olí tu esencia y tu fragancia. Te amo desde aquel momento y a pesar de todo por lo que hemos pasado... Amo cada parte de tí, cada defecto, cada virtud. Amo que seas tú. Que siempre hayas sido tú, porque no podría ser nadie más. Y quiero que siga siendo así el resto de nuestras vidas, muramos mañana o incluso si no morimos nunca. Te amo Dirk Steel, y no hay muerte que pueda cambiarlo.

No sé muy bien en qué momento la voz de Zoe me ha hecho perder el norte. Lo único de lo que soy consciente es del vértigo que siento en el estómago, la calidez de su piel sobre la mía, y la sensación de plenitud absoluta que emana de mi pecho. 

—Zoe... —intento estar a la altura de sus palabras, pero ni si quiera soy capaz de emitir sonido alguno.

—Shhh —me calla con un beso, que parece ser inocente.

Pero lo que mi boca ha callado lo cuenta mi cuerpo con ayuda de mi boca, de mis manos... La beso con dulzura, pero también con la necesidad del que se sabe dependiente. La toco con delizadeza, pero también con el anhelo del adicto. La amo con locura y sin medida.

Zoe responde en seguida a mi demanda de cariño devolviéndome los besos con la misma pasión que le brindo, y acariciando cada parte de mi cuerpo con devoción. 

Sin embargo, ninguno de los dos acelera el ritmo decadente de nuestras lenguas jugueteando ni de nuestras caderas en busca del sexo del otro. Estamos fuera de control pero mantenemos el suficiente como para ser capaces de disfrutar del momento sin precipitarnos a su fin en cuestión de segundos.

Terminamos el baño más tarde que temprano entre jadeos, miradas de complicidad y palabras de amor. Porque, tal como ha dicho Zoe, no hay muerte que pueda separarnos. Nos hemos unido, y ahora sólo somos uno pase lo que pase.



Cuando bajamos con el resto, nos encontramos con un silencio muy significativo del sentimiento general que nos invade a todos. Zoe se acerca a sus padres nada más que ocupamos la sala y yo me dirijo a la zona donde se encuentran Henry y Johann, que al parecer han hecho buenas migas.

No puedo decir que me sorprenda, pero lo que sí puedo asegurar es que no me gusta demasiado. He hecho las paces con Henry pero todavía me es un poco difícil delegar el cuidado de Zoe en él, y por el mero hecho de que entregarle ese privilegio, le odio todavía más.

—¿Todo bien? —les pregunto, tranquilo.

—Vaya, vaya... —comenta Johann que se ríe al verme, seguido de Henry.

—No tan bien como tú —comenta el rubio.

—¿Qué?

—Déjalo, está flotando —interrumpe mi amigo de toda la vida—. Ahora mismo no podría ni sumar dos mas dos...

—Cuatro gilipollas —respondo molesto, golpeándole en el pecho.

Le robo la cerveza ante sus quejas y me doy la vuelta para acoplarme a la conversación que Zoe está teniendo con sus padres. Al parecer, Alan le está poniendo al día sobre la decisión de Johann.

Paso mi brazo por su cintura y la atraigo hacia mí de manera cariñosa. Deposito un beso en su coronilla y sigo la conversación mientras escucho algunas risas a mis espaldas.

—Pareces un cachorro —aprovecha para decirme el idiota del que había huido cuando miro para saber de qué dos provienen esas risas.

—Ya sabréis lo que es eso... —sentencia el padre de Henry, en el que no había percatado, desde una silla en uno de los laterales de la mesa de comedor.

LA DOMA DEL ALFADonde viven las historias. Descúbrelo ahora