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Domingo, 12 de octubre de 2014; Las 23:50.


Hoy es el último día de mi vida en el que tendré diecisiete años. Este fin de semana EunJi no ha estado en casa porque ha tenido que ir a trabajar a la feria y al parecer se quedará cinco días más por allá. Intentó cancelar el viaje porque se sentía mal por dejarme solo el día de mi cumpleaños. Pero no se lo permití. De modo que lo celebramos el viernes por la noche. Sus regalos me gustaron, pero no son nada comparados con el e-reader. Nunca he tenido tantas ganas de pasar un fin de semana solo.

No he preparado tantos postres como la última vez que EunJi estuvo fuera de casa. Sigo teniendo ganas de comer azúcar, pero mi adicción a la lectura ha ascendido de nivel. Es casi medianoche y no consigo mantener los ojos abiertos, pero ya he leído casi cinco libros enteros y tengo que acabar este cueste lo que cueste. Cada vez que me quedo medio dormido me despierto de sopetón e intento leer otro capítulo. Yoongi tiene muy buen gusto para la literatura, y me fastidia que haya tardado todo un mes en hablarme sobre este libro en particular. Sé que no soy un gran aficionado a los finales felices, pero si estos dos personajes no consiguen el suyo, me meteré en el e-reader y los encerraré en ese maldito garaje para toda la eternidad.

Los párpados se me cierran lentamente. Quiero mantenerlos abiertos, pero las palabras empiezan a mezclarse en la pantalla y no entiendo nada de lo que estoy leyendo. Al final apago tanto el aparato como la luz, y pienso en que mi último día con diecisiete años debería haber sido mucho mejor. Abro los ojos, pero no me muevo. Todavía es de noche y sigo en la misma posición que antes, de modo que he tenido que quedarme dormido. Intento respirar con suavidad y vuelvo a oír el ruido que me ha despertado: el ruido que hace la ventana al abrirse.

Oigo que las cortinas se arrastran por la barra y que alguien entra en la habitación. Sé que debería gritar, correr hacia la puerta o buscar algún objeto que poder utilizar a modo de arma. Sin embargo, me quedo paralizado porque, sea quien sea, no está tratando de ser silencioso. Deduzco que es Jeon. No tengo el corazón acelerado, pero, cuando se sienta en la cama, todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo se ponen en tensión. Cuanto más se acerca más seguro estoy de que se trata de él porque nadie más provoca que mi cuerpo reaccione de ese modo. Al notar que levanta las sábanas detrás de mí aprieto los ojos y me llevo las manos a la cara. Estoy muy asustado porque no sé qué Jeon está metiéndose en mi cama ahora mismo.

Desliza un brazo por debajo de la almohada y con el otro me coge de las manos y me rodea. Me acerca a su pecho, entrelaza los dedos con los míos y hunde la cabeza en mi cuello. Me doy cuenta de que no llevo nada encima aparte de una camisa holgada y la ropa interior, pero estoy seguro de que Jeon no ha venido por eso. Todavía no sé el motivo porque no ha dicho nada, pero él sabe que estoy despierto. Estoy seguro de ello porque, en el instante en que me ha rodeado con el brazo, he dado un grito ahogado. Él me agarra con todas sus fuerzas y, de vez en cuando, me da un beso en la cabeza.

Estoy enfadado con él porque ha venido, pero aún más enfadado conmigo mismo por querer que esté aquí. Por mucho que desee gritarle y pedirle que se marche, tengo ganas de que me agarre un poquito más fuerte. Quiero que me encierre entre sus brazos y que eche la llave, porque este es el lugar al que pertenece y me da miedo que vuelva a dejarme.

Odio que haya tantos aspectos de él que no entiendo, y no sé si me apetece seguir intentando comprenderlos. Algunos de ellos me encantan y otros los detesto, algunos me aterrorizan y otros me sorprenden. Pero hay una parte de él que solo me decepciona... y es justamente la que más me cuesta aceptar.

Estamos tumbados en un silencio absoluto durante alrededor de media hora, pero no lo sé con exactitud. Lo único cierto es que no me suelta y que no ha tratado de explicarse. Pero esa no es ninguna novedad. Si no se lo pregunto, él no va a decirme nada, pero ahora mismo no me apetece hacerlo. Desenlaza los dedos de los míos, posa la mano en mi cabeza y me da un beso. Después dobla el brazo que tiene bajo la almohada y me mece con el rostro hundido en mi pelo. Sus brazos empiezan a temblar, y es desgarrador el modo en que me agarra, con tanta intensidad y desesperación. Tengo la respiración agitada y las mejillas sonrosadas, y el único motivo por el que no estoy llorando es que tengo los ojos tan apretados que las lágrimas no pueden salir.

𝔸𝕃 ℂℝ𝕌ℤ𝔸ℝ 𝕃𝔸 ℙ𝕌𝔼ℝ𝕋𝔸 ❦ 𝕂𝕆𝕆𝕂𝕄𝕀ℕDonde viven las historias. Descúbrelo ahora