Domingo, 09 de noviembre de 2014; Las 19:29.
Me pongo en pie y miro la cama conteniendo la respiración, atemorizado por los ruidos que ascienden desde lo más profundo de mi garganta.
No lloraré.
No lloraré.
Lentamente me arrodillo, pongo las manos en el borde de la cama y recorro con los dedos las estrellas amarillas esparcidas sobre el fondo azul oscuro del edredón. Me quedo mirándolas hasta que comienzan a desdibujarse debido a las lágrimas que me nublan la vista.
Cierro los ojos y hundo la cabeza en el colchón, agarrando el edredón con todas mis fuerzas. Empiezan a temblarme los hombros y brotan de mí los sollozos que he intentado contener. Con un movimiento veloz me levanto, chillo, arranco el edredón y lo lanzo a la otra punta de la habitación.
Aprieto los puños y busco desesperadamente alguna otra cosa que pueda arrojar. Cojo las almohadas y se las echo al desconocido que veo reflejado en el espejo. Él me sostiene la mirada mientras gimotea, y me enfurece la debilidad que muestran sus lágrimas. Nos abalanzamos el uno hacia el otro hasta que, finalmente, nuestros puños chocan contra el cristal y rompen el espejo. Lo veo caer en la alfombra, sobre un millón de trocitos brillantes.
Agarro el tocador por el borde, lo empujo hacia un lado y dejo escapar otro grito que he reprimido durante demasiado tiempo. Cuando consigo volcarlo, vacío los cajones y revuelvo, lanzo y aporreo todo lo que encuentro a mi paso.
Tiro de las finas cortinas azules hasta que se parte la barra y caen sobre mí. Alcanzo las cajas apiladas en lo alto de una esquina y, sin ni siquiera mirar lo que hay en ellas, arrojo la primera contra la pared, con todas las fuerzas que mi cuerpo de un metro y setenta centímetros es capaz de reunir.
—¡Te odio! —grito—. ¡Te odio, te odio, te odio!
Tiro todo lo que encuentro contra todo lo que veo. Cada vez que abro la boca para chillar percibo el gusto salado de las lágrimas que me recorren las mejillas.
De repente, Jeon me abraza por detrás, tan fuerte que no puedo ni moverme. Me sacudo y me zarandeo, y sigo chillando hasta que pierdo el control de mis acciones, las cuales se convierten en meras reacciones.
—Basta —me pide al oído con una voz tranquila, sin querer soltarme.
Lo oigo, pero finjo no hacerlo. O simplemente no me importa lo que Jeon diga. Intento librarme de él, pero lo único que consigo es que me apriete más.
—¡No me toques! —grito a pleno pulmón, arañándole los brazos, pero él ni se inmuta.
No me toques. Por favor, por favor, por favor.
La vocecita resuena en mi cabeza y, en ese instante, caigo rendido en sus brazos. Cuanto más frágil me siento yo, más potentes son mis llantos, tan potentes que me consumen. Me he convertido en un mero recipiente de las lágrimas que no dejo de derramar. Me encuentro muy débil y estoy dejando que él venza.
Jeon apoya las manos sobre mis hombros y me da la vuelta. Ni siquiera soy capaz de mirarlo. Me derrumbo en su pecho con una sensación de cansancio y derrota, y me agarro a su camiseta y lloro con la mejilla apretada contra su corazón. Él pone la mano en mi nuca y acerca la boca a mi oreja.
—Jimin —me dice con una voz firme y serena—, vete de aquí. Ahora mismo.
No puedo moverme. Me tiembla todo el cuerpo y temo que las piernas no me respondan incluso si lo intento. Jeon, como si me leyera el pensamiento, me coge en brazos y me saca de la habitación. Me lleva hasta el coche y me deja en el asiento del copiloto. Me toma de la mano, la mira y agarra su chaqueta del asiento trasero.
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𝔸𝕃 ℂℝ𝕌ℤ𝔸ℝ 𝕃𝔸 ℙ𝕌𝔼ℝ𝕋𝔸 ❦ 𝕂𝕆𝕆𝕂𝕄𝕀ℕ
Novela Juvenil✰ 𝕊𝕀ℕ𝕆ℙ𝕊𝕀𝕊: Park Jimin, un chico de diecisiete años, ha pasado lo que lleva de vida, en su casa. Por extraño que le parezca ha aceptado las condiciones de su madre de recibir educación en casa y de no poseer artefactos tecnológicos como una te...