Lunes, 10 de noviembre de 2014; Las 16:15.
Jeon y yo miramos mi casa desde el otro lado de la calle, y da la casualidad de que mi padre ha decidido volver justo en este momento. En cuanto detiene el coche en la puerta del garaje, Jeon lleva la mano al contacto y se dispone a arrancar. Pongo mi mano temblorosa sobre la suya y le digo:
—Espera. Tengo que ver qué aspecto tiene.
Jeon suspira y apoya la cabeza en el reposacabezas. Sabe que tendríamos que irnos, pero también es consciente de que no voy a permitírselo. Dejo de mirar a Jeon y dirijo la vista hacia el coche patrulla aparcado al otro lado de la calle. La puerta se abre y se baja un hombre uniformado. Está de espaldas a nosotros y habla por teléfono. Está inmerso en una conversación, de modo que se detiene en el jardín y sigue hablando sin entrar en la casa. Al verlo, no reacciono. No siento nada hasta el momento en que se da la vuelta y le veo la cara.
—Oh, Dios mío —susurro muy alto. Jeon me mira inquisitivamente y yo niego con la cabeza—. No es nada —le digo—. Me resulta... conocido. No tenía ninguna imagen de él en la memoria, pero si me cruzase con él por la calle, lo reconocería.
Ambos seguimos mirándolo. Jeon agarra el volante con las manos, tan fuerte que tiene los nudillos blancos. Miro mis manos y me doy cuenta de que estoy aferrándome al cinturón igual que él.
Al fin, mi padre cuelga el teléfono y se lo mete en el bolsillo. Empieza a caminar en nuestra dirección e inmediatamente Jeon vuelve a poner la mano en el contacto. Doy un grito ahogado, esperando que mi padre no se haya dado cuenta de que lo estamos observando. Ambos nos tranquilizamos al ver que se dirige al buzón que está al final del camino de entrada.
—¿Has tenido suficiente? —me pregunta Jeon con los dientes apretados—. Porque no puedo aguantar aquí ni un segundo más sin saltar del coche y darle una paliza.
—Casi —respondo, deseando que no haga ninguna estupidez. Pero no quiero marcharme todavía. Veo que mi padre revisa el correo y se dirige hacia la casa. Y por primera vez se me ocurre algo.
¿Habrá vuelto a casarse?
¿Habrá tenido más hijos?
¿Le hará a alguien más lo que me hizo a mí?
Empiezan a sudarme las manos al agarrar el cinturón, que es de un material escurridizo, de modo que lo suelto y me restriego las palmas contra los pantalones. Tiemblo cada vez más. De repente solo pienso en que no puedo dejar que se salga con la suya. No puedo dejar que se marche, sabiendo que puede estar haciéndoselo a otra persona. Tengo que saberlo. Me lo debo a mí mismo y a todos y cada uno de las niños con los que mi padre tenga contacto. Necesito comprobar que no es el horrible monstruo de mis recuerdos. Para estar seguro, sé que tengo que verlo. Necesito hablar con él. Debo saber por qué me lo hizo. Cuando mi padre abre la puerta principal y entra en la casa, Jeon deja escapar un gran suspiro.
—¿Ahora? —me pregunta, volviéndose hacia mí.
Sin lugar a dudas, Jeon me detendría ahora mismo si supiese lo que estoy a punto de hacer. De modo que, para que no sospeche nada, esbozo una sonrisa forzada y asiento.
—Sí, ya podemos marcharnos.
Él vuelve a poner la mano en el contacto. Justo cuando gira la muñeca para arrancar, me suelto el cinturón, abro la puerta y echo a correr. Cruzo la calle y el jardín de la casa de mi padre, y voy directa al porche. No me doy cuenta de que Jeon me sigue. Sin hacer ningún ruido me abraza, me levanta en el aire y baja la escalera. Sigue caminando, y yo pataleo para que deje de agarrarme del vientre.
—¿Qué demonios estás haciendo? —me pregunta.
No me suelta, y reprime mis esfuerzos mientras me lleva por el jardín.
—¡Suéltame ahora mismo Jeon, o me pondré a gritar! ¡Te juro que me pondré a gritar!
Al amenazarlo, él me da la vuelta, pone las manos en mis hombros y me sacude.
—No hagas esto, Jimin —me pide, fulminándome con una mirada de decepción—. No tienes que volver a mirarlo a la cara, no después de lo que te hizo. Tómate un poco más de tiempo.
Me duele tanto el corazón que estoy seguro de que J eonpuede verlo en mis ojos.
—Tengo que saber si está haciéndoselo a alguien más. Tengo que saber si ha tenido más hijos. No puedo dejarlo pasar sabiendo de lo que es capaz. Tengo que verlo. Tengo que hablar con él. Antes de que vuelva a ese coche y nos marchemos, necesito saber si ya no es aquel hombre.
Jeon niega con la cabeza y responde:
—No lo hagas. Aún no. Podemos hacer unas llamadas. Descubriremos todo lo que podamos en internet. Por favor, Jimin.
Jeon baja las manos por mis hombros, me agarra de los brazos y tira de mí. Yo dudo, porque sigo queriendo estar con mi padre cara a cara. Nada de lo que encuentre sobre él en internet me dirá lo que voy a conseguir escuchando su voz o mirándolo a los ojos.
—¿Qué sucede aquí?
Jeon y yo volvemos la cabeza hacia la dirección de la que proviene la voz. Mi padre se encuentra al pie de la escalera del porche. Mira a Jeon, quien todavía me agarra de los brazos.
—Joven, ¿le está haciendo daño ese hombre?
Al oír su voz, me flaquean las rodillas. Jeon nota mi momento de debilidad, de modo que me aprieta contra su pecho.
—Vayámonos —me susurra, y me envuelve entre sus brazos y me lleva hacia el coche.
—¡No se mueva!
Me quedo paralizado, pero Jeon sigue intentando sacarme de allí con más urgencia.
—¡Dese la vuelta!
La voz de mi padre es mucho más firme. Jeon y yo nos detenemos, porque ambos sabemos cuáles son las consecuencias de no hacer caso a las órdenes de un policía.
—Disimula —me dice Jeon al oído—. Quizá no te reconozca.
Asiento, respiro hondo y ambos nos volvemos lentamente. Mi padre se encuentra a poca distancia de la casa y está acercándose a nosotros. Me mira fijamente y camina hacia mí con la mano en la funda de la pistola. Yo miro al suelo, porque me da la sensación de que va a reconocerme y estoy aterrorizado.
Se detiene a unos metros de nosotros. Jeon me agarra más fuerte y yo sigo con la cabeza agachada, tan asustado que ni siquiera puedo respirar.
—¿Bebé?
Gracias por leer ❤️
Disculpen la tardanza y gracias por la espera.
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𝔸𝕃 ℂℝ𝕌ℤ𝔸ℝ 𝕃𝔸 ℙ𝕌𝔼ℝ𝕋𝔸 ❦ 𝕂𝕆𝕆𝕂𝕄𝕀ℕ
Novela Juvenil✰ 𝕊𝕀ℕ𝕆ℙ𝕊𝕀𝕊: Park Jimin, un chico de diecisiete años, ha pasado lo que lleva de vida, en su casa. Por extraño que le parezca ha aceptado las condiciones de su madre de recibir educación en casa y de no poseer artefactos tecnológicos como una te...
