6. Carreras

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NOAH

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NOAH

La espera hasta la noche del sábado se me hizo eterna. En aquella carrera me lo jugaba todo, y me había asegurado de tenerlo todo preparado para evitar incidentes. Cayó la noche y, mientras miles de personas descansaban plácidamente en sus casas, las calles desiertas de aquel polígono se convertían en un hervidero. Había prácticamente de todo; desde coches tuneados, hasta vehículos que se podían considerar una antigüedad. El lugar estaba a reventar; entre el público abundaban las mujeres semidesnudas, esas que pasaban el rato coqueteando alrededor de los vehículos que participarían en la carrera.

Los chicos y yo nos habíamos vestido para la ocasión, pasábamos perfectamente desapercibidos en aquel lugar que tan bien conocíamos. Habíamos llegado pronto, así que aprovechamos para dar una vuelta y ver el panorama. Había coches realmente fantásticos y que, claramente, habían costado un pastón. Tan solo había mujeres semidesnudas, coches y corredores. Ninguna novedad.

Entonces fuimos al encuentro de Clara. Ella tampoco desentonaba en lo más mínimo; había dejado su cabellera rubia suelta y se había puesto un top con un escote realmente prolongado y una minifalda que más bien parecía un cinturón ancho. La rubia estaba apoyada en mi valioso coche mientras lamía una piruleta de forma provocativa; estaba en su entorno, al igual que yo.

Posé la vista sobre mi coche, un precioso De Tomaso Pantera GT5 de color negro. Ese coche era mi vida.

Estaba reluciente y brillaba tanto que reflejaba; mi coche no tenía nada que envidiar a cualquier vehículo que pudiera haber allí.

Clara se sacó la piruleta de la boca y se acercó con diversión a nosotros, los chicos estaban boquiabiertos mientras que yo tan solo podía pensar en la carrera; me moría de ganas por hacer rugir el motor, pero debía esperar a mi turno.

Era una carrera eliminatoria; los corredores competirían de dos en dos hasta que solo quedase el ganador. El circuito era sencillo, constaba de una calle larga con cerca de 500 metros, que carecía de rotondas, lo cual permitiría a los vehículos alcanzar su máxima velocidad. Al final había una glorieta con el espacio justo para dar la vuelta y regresar a la meta. El terreno era una explanada enorme que no habían podido industrializar y que algún listo había visto como el lugar perfecto para organizar carreras clandestinas.

Un gran escándalo indicó el inicio de la primera carrera. Nos adentramos en la muchedumbre para poder ver la competición. Los motores rugían ante los aplausos y los vítores del público. Me había tomado unos meses de descanso después de mi última carrera, la cual no acabó bien. Mi vehículo acabó destrozado. No podía creer que ahora estuviera como nuevo, y todo se lo debía a Clara.

Conforme se disputaban las carreras, el olor a rueda quemada se esparcía en el ambiente.

Las carreras y los piques entre los conductores se prolongaron hasta la madrugada y, entonces, llegó mi turno. No veía la hora de meterme en mi coche y pillar la recta.

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