Casandra nunca debió entrar en el juego de aquellos chicos; no tuvo elección, pero enamorarse de Noah, fue cosa suya.
Tras el asesinato de su madre, para Casandra no fue fácil asumir la nueva vida que le esperaba. Iba a comenzar la universidad y ten...
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NOAH
Aquel día mi mal humor tenía nombre y apellido: Casandra Hodges. Por su culpa desperté molesto y, conforme pasaron las horas, mi día fue de mal en peor. Lo más curioso es que, a pesar de que ella fuese la causa de mi mal humor, aquel día no cruzamos ni una sola palabra.
—Llegaron a las tres de la mañana y ella estaba como una cuba —bufé. Ian, que hasta el momento había permanecido en silencio, volvió los ojos y dejó escapar una leve carcajada—. ¿Se puede saber qué mierda te hace tanta gracia? —pregunté a punto de perder los nervios. Estaba hablándole en serio y me jodió que se lo tomase a cachondeo.
—¿Pero tú te estás escuchando? Noah, tiene casi dieciocho años, ¿qué esperas que haga? —se puso en pie y me dio una mirada suspicaz mientras se apartaba el pelo de la cara con un movimiento exagerado como si fuese una chica—. Y tú no eres el más indicado para hablar de ese tema; te pasas el día pimplando.
—Eso no es cierto, además, Casandra es demasiado... —me llevé la mano a la frente mientras pensaba en la palabra correcta y, al no encontrarla, suspiré y rectifiqué—. Lo último que necesita esa muchacha son vicios —tenía suficiente con todo lo que había tenido que vivir, como para además tener que lidiar con una adicción. Suspiré exageradamente y reí—. Y lo peor es que fui yo quien le dijo que tenía que superar los traumas y que para ello debía darle un trago al whisky. Antes de eso, te aseguro que ella le tenía aversión al alcohol.
Ian se dio una palmada en la frente ante mi confesión y, tras esto, comenzó a reír como el retrasado que era.
—Tío, eres un puto desastre —dijo entre risas.
—Eso no es todo, adivina dónde durmió anoche —mascullé. Él no dijo nada, tan solo alzó las cejas para que le diera la respuesta; cosa que yo hice entre dientes—. En el cuarto de Marco.
—Son novios y se aman, ya supéralo —dijo divertido. Gruñí y solté el paquete de galletas sobre la encimera.
—Me importa una mierda que sean novios, él la está utilizando y ella, que es bien estúpida, se deja usar encantada —bramé. Esa era la realidad, ella no estaba bien emocionalmente, y el italiano pretendía aprovecharse de eso.
—Ya, claro —contestó irónico—. ¿Y no será que te has dejado seducir por las piernas largas de la muchacha? —insinuó mientras se humedecía los labios con la punta de la lengua; Ian era un cerdo, y sus intenciones al abrir una mirilla a escondidas en el dormitorio de la chiquilla lo habían dejado bastante claro.
—Por favor —me mofé con una sonrisa maliciosa—. Casandra no le llega a Clara ni a los tacones.
Aquel comentario fue mezquino, pero estaba demasiado resentido con la muchacha como para admitir que, efectivamente, tenía las piernas bonitas.
—Pues hablando de Clarita, ¿va a venir a la carrera?
—No creo.
Clara estaba muy enfadada conmigo por dejarla tirada el día que nos tocaba hacer prácticas por parejas en el laboratorio. Aquella mañana en la universidad ni siquiera me había mirado, y lo cierto es que fue muy extraño porque estaba acostumbrado a que se pasase las clases con la vista puesta sobre mí.