7. Chico malo

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CASANDRA

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CASANDRA

Desperté sobresaltada por un portazo en plena madrugada que me trajo muy malos recuerdos. Me asusté, estaba convencida de que, en cualquier momento, la puerta de mi habitación se abriría y él entraría malhumorado como siempre, pero al escuchar las voces de fuera, me di cuenta de que esta vez no sería así. Tenía la respiración acelerada y podía sentir cómo mi corazón bombeaba de forma tan desenfrenada que dolía. Durante unos segundos permanecí estática y con la vista clavada en la puerta, esperando, mientras luchaba por normalizar mi respiración. Me centré en las voces, en un inútil intento de calmarme.

—Noah, deja de gritar. Vas a despertar a Casandra.

—¡Me importa una mierda Casandra!

—También vas a despertar a los vecinos, puto tarado.

—Noah, cálmate, ya encontraremos una solución para todo esto.

Aquella última era la voz de Eloy. Durante esos días vi que él no era para nada conflictivo, y que trataba de solucionar las cosas hablando, no como los demás.

—Estamos de mierda hasta el cuello por tu culpa.

Y aquel era el acento del italiano. Una cosa estaba clara, había ocurrido algo, y cada uno se lo tomó de una forma distinta. Eloy se lo tomaba con calma, mientras que Marco lo hacía de mala manera, luego estaba Ian, que parecía ser indiferente a todo y, por último, Noah, el supuesto responsable.

—Que os jodan, ya estoy hasta los cojones de vosotros.

Y, tras esto, un portazo dio fin a la conversación. No se escuchó ningún ruido, salvo la ventana del italiano cerrándose de forma abrupta.

Mi respiración volvía a ser regular, a pesar de que estaba en tensión por la discusión que acababa de escuchar. Sabía que sería inútil tratar de conciliar el sueño de vuelta, pero de igual modo lo intenté, y pasé cerca de cuarenta minutos mirando el techo, hasta que asumí que no podría dormirme de nuevo. Pasados unos minutos más, decidí ir a la cocina a por un vaso de agua. Tenía la garganta seca y me dolía al tragar.

Todo estaba en silencio, así que abrí la puerta lentamente para mantenerlo, pero las cosas no fueron como yo quería y, al salir de la habitación, me di en el meñique del pie con el marco de la puerta. Maldije, vaya si lo hice.

Cuando me recompuse, salí al pasillo; me sorprendió ver que la luz de la cocina estaba encendida y que, quien fuera que estuviese allí, me había escuchado maldecir a susurros pero sin reparos después de mi torpeza. Consideré la idea de volver a encerrarme en la habitación, pero hubiera quedado mal de todas formas, así que continué mi camino hasta la cocina.

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