1. Los cuatro universitarios

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CASANDRA

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CASANDRA

Nadie debería presenciar algo así; te destroza la vida. Desde ese momento, algo en mí murió y ya no volví a ser la misma. Empecé a vivir con miedo, sin poder ignorar sus gritos, escuchándolos en mi mente a todas horas. Aquello nunca debería haber sucedido.

—Casandra, tengo buenas noticias.

Solté una risita amarga porque, después de lo sucedido, ya nada serían buenas noticias. Me volví en mi asiento y vi entrar a María, la única persona que había tenido la decencia de ayudarme. Ella era amiga de mi madre y nuestra trabajadora social. Cuando mi madre murió, ella me dio más ayuda de la que podía ofrecerme. Apenas había pasado una semana desde el funeral, y todo el tiempo estuve viviendo en su casa, irrumpiendo en su familia sin razón. Ella era una buena persona, y decidió que haría todo lo que estuviera en sus manos para impedir que me mandasen a un internado durante los tres meses que me faltaban para cumplir la mayoría de edad; aunque eso le trajese problemas con su marido.

Clavé mis pupilas en los azulados iris de María, ella era una bella persona tanto por dentro, como fuera. Su cabello rubio caía en ondas a ambos lados de su rostro, enmarcando su sonrisa, la cual no tardó en desvanecerse.

—Sé que es duro, pero verás cómo todo mejora —dijo tomando asiento a mi lado. Le di una mala mirada que no se merecía; tan solo intentaba ayudarme, pero ella no podía entender cómo me sentía, a ella no se lo habían arrebatado todo de forma tan dolorosa. Suspiró y me apartó un mechón de cabello tras la oreja tal y como solía hacer mi madre, aquello me causó una punzada en el alma—. He hablado con los chicos que te dije, y podrás quedarte con ellos hasta que encontremos una solución definitiva.

—Ajá... —respondí apática y apoyé el mentón sobre mi puño.

—Casandra, sé que no te ilusiona la idea de vivir con cuatro extraños, pero es la mejor opción. Tan solo serán unos meses, estarás cerca de la universidad y podrás adaptarte sin problemas, ellos te ayudarán a...

—¡No necesito su ayuda, necesito a mi madre! —chillé. Durante un segundo, la mujer rubia me miró sorprendida por mi arrebato, pero enseguida la tristeza embargó su mirada. Acunó mi mejilla en su mano y con el pulgar retiró una lágrima que se había derramado con fugacidad—. La extraño tanto... —sollocé.

Estaba a punto de comenzar la universidad, y lo quería hacer por mi madre, ella era la razón de todo. Pero ahora que ya no estaba, no importaba nada. No me sentía la adulta que pronto sería, me sentía un niña indefensa y abandonada.

—Estarás bien, te lo prometo —besó mi frente y me dio una cálida sonrisa—. Mañana te presentaré a los chicos y el que será tu hogar por estos meses. En cuanto cumplas la mayoría de edad, buscaremos la solución definitiva para todo esto. Tú no te preocupes.

Para ella era fácil decir aquello, era su pan de cada día; pero yo no podía creerla. Nunca nada es tan fácil.

Asentí. Por mi culpa había discutido con su marido en numerosas ocasiones, y no quería causar más problemas.

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