3. Falsa seguridad

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CASANDRA

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CASANDRA

Blanco.

Aquello era como estar en la nada. Las sábanas eran blancas, el techo era blanco y mi mente estaba en blanco. Suspiré y cerré los ojos, tenía los dedos entrelazados sobre mi pecho y mis manos ascendían y descendían al ritmo de mi pausada respiración. Me sentía ausente. Por primera vez desde hacía al menos dos semanas, había logrado mantener los gritos fuera de mi cabeza.

Disfruté del momento de calma, hasta que alguien tocó a la puerta.

—¿Sí?

Maldije cuando la puerta se abrió, dando paso a uno de los chicos, pero suspiré aliviada al ver que se trataba del rubio. Me incorporé en la cama y despedí mentalmente con la mano al silencio que me había acompañado los últimos minutos.

—¿Cómo estás? —preguntó el chico, cerrando la puerta lentamente para evitar hacer ruido. Me encogí de hombros y él sonrió. No estaba bien, y era estúpido mentir diciendo que sí, cuando estaba claro que no—. Marco ha preparado algo de té y nos preguntábamos si te gustaría acompañarnos.

Sonreí agradecida y negué. Era un detalle que me tuvieran en cuenta, pero no tenía ánimo como para estar con ellos y hacer como si nada. No tenía ganas de evitar malas miradas y quedar como un bicho raro.

—Venga, será la ocasión perfecta para conocernos. Recuerda que vamos a convivir todos juntos, ¿qué menos que contarnos un poco sobre ti? —preguntó con una dulce sonrisa y me tendió la mano. El brillo de sus ojos reflejaba buenas intenciones, pero hablar de mí era lo que menos me apetecía.

—No estoy de ánimo para...

—Venga, Casandra. No me hagas suplicarte —dijo ampliando la sonrisa. Titubeé, me mordí el labio inferior y negué de nuevo, pero el rubio me agarró de la mano sin darme opción a réplica y tiró de mí.

Tenía razón, si iba a convivir con esos chicos durante tres meses, tendría que llevarme con ellos de la mejor manera posible. Aunque con Noah ya se habían torcido las cosas.

Me di por vencida y accedí a ir con Eloy. Al salir cerré la puerta de la habitación con la curiosa mirada del rubio clavada sobre mí.

De nuevo me invadieron los nervios y podía sentir mis piernas flaquear conforme nos acercábamos a la sala de estar. Nada más llegar, todas las miradas cayeron sobre mí; incluyendo la de Noah, quien ojeaba mis piernas con el ceño fruncido. ¿Acaso podía ver cómo me temblaban?

Intenté por todos los medios evitar pensar en que me miraban mal o me estaban juzgando, pero era imposible.

Eloy se sentó en el sofá junto al muchacho del cabello negro, y palmeó a su lado para que me sentase en el pequeño hueco del extremo. Obedecí en silencio y, enseguida, me tendió una taza. Al tomarla entre mis manos pude sentir el calor en mis palmas. Contemplé el contenido de esta con desconfianza en busca de algo. No quería tragarme ningún escupitajo.

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